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42. Helio

a. Helio, hijo de Tía, o Eurifesia la de ojos de vaca, y del titán Hiperión, es hermano de Selene y Eos. Despertado por el canto del gallo, que le está consagrado, y anunciado por Eos, conduce su carro de cuatro caballos todos los días por el cielo desde un magnífico palacio situado en el Lejano Oriente, cerca de Cólquide, hasta otro palacio igualmente magnífico en el Lejano Occidente, donde sus caballos desenganchados pacen es las Islas de los Bienaventurados.1 Navega de vuelta a su hogar cruzando el océano que fluye alrededor del mundo, embarcando su carro y sus caballos en una barca de oro que Hefesto construyó especialmente para él, y duerme toda la noche en un confortable camarote.2

b. Helio puede ver todo lo que ocurre en la tierra, pero no es especialmente observador; en una ocasión incluso no se dio cuenta de que los compañeros de Odiseo le estaban robando su ganado sagrado. Tiene varios rebaños de ese ganado, formado cada uno por trescientas cincuenta cabezas. Los que pacen en Sicilia son guardados por sus hijas Faetusa y Lampecia, pero su mejor ganadería está en la isla española de Eriteya.3 Rodas es su dominio absoluto. Sucedió que cuando Zeus estaba repartiendo islas y ciudades a los distintos dioses, se olvidó de incluir a Helio entre ellos, y he aquí que dijo: «¡Vaya, ahora voy a tener que empezar todo de nuevo!».

—No, señor —replicó Helio cortésmente—, hoy he visto indicios de una nueva isla que está emergiendo del mar, al sur de Asia Menor. Me conformaré con eso.

c. Zeus llamó a la Parca Láquesis para que se asegurara de que la susodicha realmente perteneciera a Helio.4 Cuando Rodas hubo emergido por encima de las olas, Helio la reclamó como suya y allí tuvo a sus siete hijos y una hija con la ninfa Rodo. Algunos dicen que Rodas ya existía antes de esta época, y que sólo volvía a reaparecer entre las olas después de haber sido sepultada por el gran diluvio que envió Zeus. Los telquines eran sus habitantes aborígenes y Posidón se enamoró de una de ellas, la ninfa Haba, en quien engendró a Rodo y seis hijos. Estos últimos ofendieron a Afrodita cuando iba de paso de Citera a Pafos, y los volvió dementes. Violaron a su madre y cometieron tales otras atrocidades que Posidón los hundió bajo tierra y se convirtieron en los Demonios Orientales. Pero Halia se arrojó al mar y fue deificada como Leucótea, aunque se cuenta el mismo relato de Ino, madre del corintio Melicertes. Los telquines, pronosticando la inundación de la isla, salieron huyendo en todas direcciones, especialmente a Licia, y abandonaron sus derechos sobre Rodas. En consecuencia la ninfa Rodo quedó como heredera única, y los siete hijos que tuvo con Helio gobernaron en la isla tras su reaparición. Se convirtieron en famosos astrónomos, y tenían una hermana llamada Electriona, que murió siendo virgen y pasó a ser adorada como semidiosa. Uno de ellos, llamado Actis, fue desterrado por cometer fratricidio y huyó a Egipto, donde fundó la ciudad de Heliópolis, y fue el primero en enseñar astrología a los egipcios inspirado por su padre Helio. Los habitantes de Rodas construyeron entonces el Coloso, de setenta codos de altura, en su honor. Zeus añadió también a los dominios de Helio la nueva isla de Sicilia, que había sido un proyectil lanzado durante la batalla con los gigantes.

d. Una mañana Helio cedió ante su hijo Faetonte, quien le estaba pidiendo constantemente que le permitiera conducir el carro del sol. Faetonte quería demostrar a sus hermanas Proto y Clímene lo estupendo que era, y su orgullosa madre Rodo (cuyo nombre es incierto porque se le llamaba por los nombres de sus hijas y por el de Rodo) le animó a hacerlo. Pero, al no ser lo bastante fuerte para controlar el galope de los caballos blancos que sus hermanas habían uncido al carro, Faetonte primero los llevó a tal altura sobre la tierra que todo el mundo empezó a temblar de frío, y luego tan bajo que abrasó los campos. En un rapto de furia, Zeus lo mató con el rayo y cayó al río Po. A sus apenadas hermanas las transformó en álamos blancos que lloran lágrimas de ámbar en las orillas del río. Otros dicen que las convirtió en alisos.5

1. La subordinación del Sol a la Luna, hasta que Apolo usurpó el lugar de Helio e hizo de él una deidad intelectual, es un rasgo notable del primitivo mito griego. Helio ni siquiera era uno de los del Olimpo, sino un simple hijo de titán, y aunque más tarde Zeus tomó prestadas algunas características solares del dios hitita y corintio Tesup (véase 67.7) y de otras deidades solares orientales, apenas eran importantes comparados con su dominio del rayo y el trueno. El número de cabezas en los rebaños de Helio —la Odisea le llama Hiperión (véase 170.t)— es un recordatorio de su tutela a la Gran Diosa, ya que es el número de días cubierto por doce lunaciones completas, como en el año numano (Censorino: xx), menos los cinco días consagrados a Isis, Osiris, Set, Horus y Neftis. Es también un múltiplo de los números lunares cincuenta y setenta. Las llamadas hijas de Helio son en realidad sacerdotisas de la Luna, siendo el ganado vacuno más animales de tipo lunar que solar en el primitivo mito europeo. Y la madre de Helio, la Eurifesia de ojos de vaca, es la mismísima diosa Luna. La alegoría de un carro del sol cruzando el cielo es esencialmente helénica, pero Nilsson, en su Primitive Time Reckoning (1920), ha demostrado que los antiguos cultos ancestrales de los clanes, incluso los de la Grecia clásica, estaban regulados solamente por la luna, como lo estaba también la economía agraria de la Beocia de Hesíodo. Un anillo de oro de Tirinto y otro de la Acrópolis de Micenas demuestran que la diosa controlaba tanto la luna como el sol, que están situados por encima de su cabeza.

2. En la historia de Faetonte, que es otro nombre de Helio (Homero: Ilíada xi.735 y Odisea v.479), se ha injertado una fábula instructiva sobre la alegoría del carro, siendo la moraleja que los padres no deben malcriar ni mimar a sus hijos varones escuchando los consejos femeninos. Esta fábula, sin embargo, no es tan simple como parece: tiene una importancia mítica por su referencia al sacrificio anual de un príncipe real en el único día reconocido como perteneciente al año terrestre, no al sideral, es decir, el día siguiente al más corto del año. El rey sagrado fingía morir a la puesta del sol. Inmediatamente se investía al chico interrex con sus títulos, dignidades y abalorios sagrados, se le casaba con la reina y veinticuatro horas más tarde se le daba muerte de la siguiente forma: en Tracia lo descuartizaban mujeres disfrazadas de caballos (véanse 21.d y 130./), pero en Corinto y en los demás lugares se le ataba a un carro solar tirado por caballos locos que lo arrastraban hasta darle muerte, tras lo cual el rey solar hacía su reaparición de la tumba donde se había escondido (véase 41./) como sucesor del chico. Los mitos de Glauco (véase 71.a), Pélope (véase 109./) e Hipólito («estampida de caballos»; véase 101 .g) se refieren a esta costumbre, que parece haber sido llevada a Babilonia por los hititas.

3. Los álamos negros estaban consagrados a Hécate, pero los blancos eran promesa de resurrección (véanse 31.5 y 134./). Así pues, la transformación de las hermanas de Faetonte en álamos indica una isla sepulcral donde un colegio de sacerdotisas oficiaba en el oráculo de un rey tribal. El hecho de que supuestamente fueran también transformadas en alisos apoya esta opinión, ya que los alisos bordeaban la Eea («lamento») de Circe, una isla sepulcral situada en la parte alta del Adriático, no lejos de la desembocadura del Po (Homero: Odisea v.64 y 239). Los alisos estaban consagrados a Foroneo, el héroe oracular e inventor del fuego (véase 57./). El valle del Po era el término meridional de la ruta de la Edad del Bronce por la que el ámbar (consagrado al sol) traído del Báltico llegaba al Mediterráneo (véase 148.9).

4. Rodas era propiedad de la diosa-luna Dánae —llamada Camiro, Yálisa y Linda (véase 60.2)— hasta que fue desplazada por el dios hitita del sol Tesup, adorado como toro (véase 93.i). Dánae se puede identificar con Haba («del mar»), Leucótea («diosa blanca») y Electriona («ámbar»). Los seis hijos y una hija de Posidón, y los siete hijos de Helio, aluden a una semana de siete días regida por las potencias planetarias o Titanes (véase 1.3). Actis no fundó Heliópolis —Onn, o Aunis—, una de las ciudades más antiguas de Egipto, y la pretensión de que enseñó astrología a los egipcios es sencillamente ridicula. Pero después de la guerra de Troya, los habitantes de Rodas fueron durante un tiempo los únicos comerciantes marinos reconocidos por los faraones, y parece que mantenían antiguos lazos religiosos con Heliópolis, centro del culto de Ra. El «Zeus heliopolitano» que lleva los bustos de las siete potencias planetarias adornando la parte delantera de su cuerpo puede ser tal vez de inspiración rodia, como las estatuas similares que se han hallado en Tortosa, España, y en la ciudad fenicia de Biblos (véase 1.4).

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