Читать книгу Los mitos griegos - Robert Graves - Страница 49
Оглавление43. Los hijos de Heleno
a. Heleno, hijo de Deucalión, se casó con Orséis y se estableció en Tesalia, donde le sucedió su hijo mayor, Eolo.1
b. Su hijo menor, Doro, emigró al monte Parnaso, donde fundó la primera comunidad doria. El segundo hijo, Juto, ya había huido a Atenas después de haber sido acusado de robo por sus hermanos, y allí se casó con Creúsa, hija de Erecteo, quien le dio a Ión y Aqueo. Así pues, las cuatro naciones helénicas más famosas, los jonios, eolios, aqueos y dorios, son descendientes de Heleno. Pero Juto no prosperó en Atenas: cuando fue elegido mediador, a la muerte de Erecteo, sentenció que el mayor de sus cuñados, Cécrope Segundo, era el heredero legal del trono. Esta decisión le hizo muy impopular y, desterrado de la ciudad, murió en Egialo, que ahora es Acaya.2
c. Éolo sedujo a la hija de Quirón, la profetisa Tía, llamada Tetis por algunos, que era compañera de caza de Ártemis. Tía temía que Quirón la castigara severamente cuando se enterara de su estado, pero no se atrevió a acudir a Ártemis solicitando su ayuda. Sin embargo, Posidón, deseando hacer un favor a su amigo Éolo, la transformó temporalmente en una yegua llamada Evipe. Cuando parió a su potrillo, Melanipe, al que después transformó en una niña, Posidón puso la imagen de Tía entre las estrellas, la que ahora se llama constelación del Caballo. Éolo se hizo cargo de Melanipe, cambió su nombre por el de Ame y se la confió a un tal Desmontes, que no tenía hijos y se sintió feliz de adoptarla. Quirón no supo nada de todo esto.
d. Posidón sedujo a Arne, a la que no quitaba el ojo de encima desde que llegara a la mayoría de edad. Y Desmontes, descubriendo que estaba encinta, la cegó, la encerró en una tumba vacía y sólo le daba la cantidad mínima de pan y agua para que siguiera con vida. Allí mismo dio a luz a dos hijos gemelos, y Desmontes ordenó a sus sirvientes que los abandonaran en el monte Pelión para que los devoraran las bestias. Pero resulta que un pastor de Icaria los encontró allí y los salvó, y uno de ellos se parecía tanto a su abuelo materno que le puso el nombre de Éolo; el otro tuvo que contentarse con el de Beoto.
e. Entretanto Metaponto, rey de Icaria, había amenazado con divorciarse de su estéril esposa Téano si no le daba un hijo en el plazo de un año. Mientras estaba ausente visitando a un oráculo, ella apeló al pastor en busca de ayuda y él le dio a los niños expósitos, a los cuales hizo pasar como suyos cuando regresó Metaponto. Posteriormente demostró que no era estéril en absoluto y le dio dos mellizos, pero los expósitos, por ser de ascendencia divina, eran mucho más hermosos que ellos, y como Metaponto no tenía motivos para sospechar que Éolo y Beoto no eran hijos suyos, siguieron siendo sus preferidos. Téano estaba cada vez más celosa y esperó a que Metaponto saliera otra vez de viaje, en esta ocasión para hacer un sacrificio en el santuario de Ártemis Metapontina. Entonces ordenó a sus propios hijos que salieran a cazar con sus hermanos mayores y les asesinaran como si se tratara de un accidente. Sin embargo, el plan de Téano falló porque en la lucha que siguió Posidón acudió en ayuda de sus hijos. Éolo y Beoto pronto volvieron al palacio llevando los cadáveres de sus atacantes, y cuando Téano los vio acercarse se suicidó con un cuchillo de caza.
f. Dada la situación, Éolo y Beoto huyeron a casa de su padre adoptivo, el pastor, donde Posidón en persona les reveló el secreto de su ascendencia. Les ordenó rescatar a su madre, que aún seguía languideciendo en la tumba, y matar a Desmontes. Obedecieron sin vacilar. Posidón entonces devolvió la vista a Arne y los tres volvieron a Icaria. Cuando Metaponto se enteró de que Téano le había engañado, se casó con Arne y adoptó formalmente a sus hijos como herederos.3
g. Todo fue bien durante unos años, hasta que Metaponto decidió dejar a Arne y volver a casarse. Éolo y Beoto se pusieron del lado de su madre en la consiguiente disputa y mataron a Autolita, la nueva reina, pero se vieron obligados a renunciar a su herencia y huir. Beoto y Arne se refugiaron en el palacio de su abuelo Éolo, que les cedió la parte sur de su reino renombrándolo Ame; sus habitantes aún se siguen llamando beocios. Dos ciudades de Tesalia, una de las cuales se convirtió luego en Queronea, adoptaron también el nombre de Arne.4
h. Entretanto Éolo había embarcado con un grupo de amigos y, poniendo rumbo al oeste, tomó posesión de las siete islas Eolias del mar Tirreno, donde se hizo famoso como confidente de los dioses y guardián de los vientos. Su casa estaba en Lípara, una isla flotante de escarpados riscos entre los cuales se confinaban los vientos. Tuvo seis hijos y seis hijas con su esposa Enáreta, y vivían todos juntos y felices, en un palacio rodeado por una muralla de bronce. Era una vida de continuo festejo, canciones y diversión hasta que un día Éolo descubrió que su hijo menor, Macareo, se había acostado con su hermana Cánace. Horrorizado, tiró el fruto de su incestuoso amor a los perros y envió a Cánace una espada con la que ella obedientemente se suicidó. Pero más tarde se enteró de que sus otros hijos e hijas, que no habían sido advertidos nunca de que el incesto entre humanos estaba mal visto por los dioses, se habían apareado inocentemente y se consideraban esposos y esposas. No queriendo ofender a Zeus, que consideraba el incesto una prerrogativa del Olimpo, Éolo rompió estas uniones y ordenó a los cuatro hijos que le quedaban que emigraran. Visitaron Italia y Sicilia, donde cada uno de ellos fundó un famoso reino, rivalizando con su padre en castidad y justicia; sólo el quinto hijo, el mayor, se quedó en casa, por ser el sucesor de Éolo al trono de Lípara. Pero algunos dicen que Macareo y Cánace tuvieron una hija, Anfisa, a quien más tarde amó Apolo.5
i. Zeus había encerrado a los vientos porque temía que, a menos que estuvieran bajo control, podían un día barrer la tierra y el mar con el aire, y Éolo se hizo cargo de esto por deseo de Hera. Su tarea consistía en dejarles salir uno por uno, a su propia discreción, o considerando la petición de alguna deidad olímpica. Si hacía falta una tormenta, clavaba su lanza en un acantilado y los vientos salían del agujero que había hecho hasta que él volvía a cerrarlo. Polo era tan discreto y eficaz que, cuando se aproximaba la hora de su muerte, Zeus no le condenó al Tártaro, sino que lo sentó en un trono dentro de la Cueva de los Vientos, donde se encuentra todavía. Hera insiste en que las responsabilidades de Éolo le dan derecho a asistir a los banquetes de los dioses, pero los otros olímpicos —especialmente Posidón, que reclama el mar y el aire de encima como su propiedad, y prohíbe a los demás el derecho de levantar tormentas— le consideran un intruso.6
1. Los jonios y los eolios, las primeras dos oleadas de helenos patriarcales que invadieron Grecia, fueron convencidos por los hélades que ya habitaban allí para que adoraran a la triple Diosa y cambiaran sus costumbres sociales en consecuencia, convirtiéndose en griegos (graikoi, «adoradores de la Diosa Gris, o Vieja»). Más tarde, los aqueos y dorios consiguieron implantar la ley patriarcal y la herencia patrilineal, y por tanto describieron a Aqueo y Doro como hijos de la primera generación de un antecesor común, Heleno, una forma masculina de la diosa-Luna Hele o Helena. La Parían Chronicle dice que este cambio de griegos a helenos tuvo lugar en el año 1521 a.C., lo que parece una fecha bastante razonable. Éolo y Ión fueron entonces relegados a la segunda generación y llamados hijos del ladrón Juto, siendo esto una forma de denunciar la afición jónica y eólica a la orgiástica diosa-Luna Afrodita, cuya ave sagrada era el xuthos, o gorrión, y a cuyas sacerdotisas no les importaba la opinión patriarcal de que las mujeres eran propiedad de sus padres y maridos. Pero Eurípides, como leal jónico de Atenas, hace a Ión hermano mayor de Doro y Aqueo, y también hijo de Apolo (véase 44.a).
2. La seducción de Posidón a Melanipa, su seducción de Deméter la de la cabeza de caballo (véase 16./) y la seducción de Evipe por Apolo se refieren todas ellas, quizás, al mismo acontecimiento: la toma por parte de los eolios de los centros prehelénicos del culto del caballo. El mito en que Arne es privada de la vista y encerrada en una tumba, donde dio a luz a los gemelos Éolo y Beoto, y el posterior abandono de éstos en una montaña entre las fieras parecen deducirse de la imagen familiar que dio lugar a los mitos de Dánae (véase 73.4), Antíope (véase 76.a) y las demás. Una sacerdotisa de la Madre Tierra aparece agachada en una tumba tholus presentando a los pastores los mellizos de Año Nuevo para revelarles sus Misterios. Las tumbas tholus siempre tienen sus entradas mirando al Oriente, en señal de promesa de renacimiento. A estos pastores se les instruye para que digan que encontraron a los recién nacidos abandonados en la ladera de la montaña, siendo amamantados por algún animal sagrado: vaca, cerda, cabra, perra o loba. Las fieras de las que se supone han salvado a los niños representan las transformaciones estacionales del recién nacido rey sagrado (véase 30.7).
3. Excepto por el tema de los vientos confinados y el incesto familiar acaecido en Lípara, el resto del mito se refiere a migraciones tribales. Los mitógrafos tienen totalmente confundidos a Éolo el hijo de Heleno; otro Éolo que se dice fue hijo de Juto para incluir así a los eolios entre los griegos de la tercera generación; y al tercer Éolo, nieto del primero.
4. Dado que los dioses homéricos no consideraron el incesto de los hijos e hijas de Éolo como algo mínimamente censurable, pareciera como si ambos, él y Enáreta, fueran titanes en lugar de mortales ligados por las leyes sacerdotales de parentesco y afinidad, y que sus hijos e hijas fueran las seis parejas restantes a cargo de los siete cuerpos celestiales y los siete días de la semana sagrada (véase 1 A). Esto explicaría su existencia privilegiada similar a la de los dioses, sin tener que preocuparse por la comida, bebida o indumentaria, viviendo en un palacio inexpugnable construido sobre una isla flotante, como Délos antes del nacimiento de Apolo (véase 14.3). «Macareo» significa «feliz», como sólo lo eran los dioses. A los mitógrafos latinos les quedó la tarea de humanizar a Éolo y despertarle a la realidad de observar seriamente la conducta de su familia. Su arreglo del mito les permitió justificar tanto la fundación de los reinos eólicos en Italia y Sicilia —porque «Cánace» significa «ladrido» y su hijo fue arrojado a los perros— como la costumbre italiana de sacrificar cachorros. Aparentemente Ovidio tomó esta historia del segundo libro de la Historia Etrusca de Sóstrato (Plutarco: Vidas paralelas 28).
5. Los vientos eran originalmente propiedad de Hera, y los dioses masculinos no tenían poder sobre ellos. En realidad, según dice Diodoro en su relato, Éolo simplemente enseña a los isleños el uso de las velas de navegación y predice, por las señales que ve en el fuego, qué vientos van a soplar. El control de los vientos, considerados espíritus de los muertos, es uno de los privilegios que los representantes de la diosa de la Muerte se han mostrado más reticentes a abandonar. Las brujas de Inglaterra, Escocia y Bretaña aún se atribuían el control y venta de los vientos a los marineros en una fecha tan tardía como finales de los siglos XVI y XVII. Pero los dorios habían sido muy concienzudos: ya en la época de Homero habían elevado a Éolo, antecesor epónimo de los eolios, al rango de divinidad de segundo orden, y le habían puesto a cargo de sus colegas vientos a expensas de Hera, pues las islas Eolias, que llevan su nombre, están situadas en una región famosa por su violencia y la diversidad de sus vientos (véase 170.g). Este arreglo parece que fue aceptado de mala gana por los sacerdotes de Zeus y Posidón, que se oponían a la creación de nuevas deidades, y sin duda también por los devotos conservadores de Hera, que consideraban los vientos como la propiedad inalienable de su diosa.