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2.2.1. La carta personal

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Desde que el hombre ha comenzado a pensar ha buscado tanto expresar sus pensamientos como trasmitirlos a los presentes, en forma de diálogo, o a los ausentes, con quienes no podía comunicar directamente, por escrito. Lo mismo pasa con sucesos de su vida o de la historia que él quiere trasmitir a sus amigos o de los que quiere dejar constancia para la posteridad.

Así han surgido documentos de muy diversa naturaleza. Por ejemplo, las anotaciones que se han encontrado bajo la arena del desierto egipcio o los avisos de funcionarios, que tienen carácter de comunicado oficial. Así se redactan contratos de compra o notas de deudas.

Tales escritos pueden tener interés cultural, sobre todo cuando reflejan particularidades de la vida diaria de los pueblos, realia, y como tales se pueden admirar en los museos. Sin embargo, dicen muy poco con respecto a quienes los produjeron y mucho menos acerca de su estado de ánimo o las circunstancias por las que atravesó su vida.

Ese tipo de comunicación empieza a tomar el carácter de carta cuando adopta una dimensión humana, es decir cuando comienza a reflejar la relación anímica y cordial de amigo a amigo, de padres a hijos o viceversa, de hermanos, de camaradas o amantes y llega a su cumbre cuando esta relación se toma como una oportunidad para tratar temas importantes para la existencia personal o colectiva. La carta entonces se convierte en el vehículo apropiado para establecer y mantener, de un modo más o menos auténtico, una conversación entre ausentes, tanto en el espacio como en el tiempo.

Esto no lo hace todo el mundo. Sólo personalidades que son capaces de trascender el hoy y ahora de su situación para tratar de descubrir y describir causas y consecuencias, principios generales y leyes del mundo y de la vida.

Hombres de este temple ha habido en todas las épocas y ya la antiguedad clásica nos ha legado abundantes testimonios de la costumbre de corresponderse entre diversos personajes. Precisamente el primer pasaje de la literatura antigua, que delata la existencia de escritura o signos análogos, se refiere a una comunicación epistolar. En unos famosos y controvertidos versos del canto VI de la Ilíada homérica (168 ss.) se cuenta que el rey Preto quiso eliminar a Belerofonte, a causa de unas declaraciones calumniosas de su mujer. Como no se atrevió a hacerlo por su propia mano, envió al joven a su suegro con una comunicación, escrita en una tabla cerrada, con signos que le acarrearían la muerte a manos del destinatario 47 .

Literatura de este tipo no encuentra especial eco en una cultura como la romana, que por principio evita el lucimiento de personalidades brillantes, que necesiten trasmitir a la posteridad la memoria de sus ideas y sus hechos. En las historias iniciales de Catón aparecen los actores exclusivamente como encargados del pueblo, no actúan en nombre propio. Hasta las guerras púnicas, con excepción de Apio Claudio, el Ciego, no nos ha llegado ni un solo retrato individual auténtico de una personalidad a la que el estado debiera su prosperidad.

Hay que llegar hasta Cicerón para encontrar por primera vez en la literatura latina verdaderas cartas personales: nos son conocidos hasta treinta y siete libros suyos de cartas, agrupados en cuatro colecciones. Todos los testimonios anteriores de los que tenemos noticias (como las cartas de Catón a su hijo) se han perdido o se han mantenido sólo en fragmentos, aunque éstos sean impresionantes, como la carta de Cornelia a su hijo Gayo Graco. Precisamente por eso es más valioso el tesoro de la correspondencia ciceroniana.

Aún así, solamente dos colecciones —las escritas a su amigo Ático y a interlocutores muy diversos, que han sido denominados genéricamente como familiares — pueden ser consideradas como verdaderas cartas. En ellas, sobre todo en las primeras, el autor deja entrever su personalidad y recoge impresiones y reacciones íntimas, con la sinceridad con que se habría expresado en una conversación directa. Por fortuna, son precisamente éstas las cartas editadas en la B. C. G., formando los volúmenes 223-224; a ellos remito al lector interesado en el significado genuino de la expresión media conversación con la que se define este género literario.

Sidonio podía haber seguido este modelo. Por su posición social, primero como miembro de la aristocracia gala, la clase senatorial y el patriciado y más tarde como obispo, estaba en condiciones de intervenir y protagonizar la vida pública, como en el caso de Cicerón 48 . Tenía de otra parte la sensibilidad y el dominio de expresión necesarios para trasmitir por escrito a la posteridad sus reacciones íntimas ante los sucesos de trascendencia histórica que se sucedían a su alrededor. Habría sido apasionante conocer su verdadera actitud ante el caudillo Ricimer, los sucesivos emperadores, los reyes visigodos con los que tuvo que pactar o a los que tuvo que enfrentarse; sus sentimientos ante el destierro y la vuelta a su sede episcopal; su desilusión ante la caída, primero de la Galia y luego de todo el imperio en manos de los pueblos germanos. Otro tanto cabe decir de las incidencias en su vida familiar y su trabajo como obispo, de las que apenas nos ofrece una visión clara y precisa. Todo esto se echa en falta en su correspondencia, precisamente porque no escribe cartas propiamente dichas.

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