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4. LA LENGUA 70

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En muchos aspectos, la lengua de que se sirve Sidonio está muy cerca del latín clásico. Presenta una gran corrección en lo que se refiere a las declinaciones, la conjugación y la sintaxis, con apenas desviaciones de los cánones, como, por ejemplo, el uso de quamquam con subjuntivo. El campo en el que presenta novedades es sobre todo el vocabulario, en lo que respecta a la composición de palabras, con claras tendencias, como la de utilizar o incluso crear abstractos en -tus, adjetivos en -bilis, o en -osus ; adverbios en -tim ; verbos iterativos, incoativos o desiderativos. Puede decirse con razón que nuestro autor hace un verdadero esfuerzo por renovar la lengua latina en lo que respecta al léxico (arcaísmos, préstamos tomados del griego, neologismos, aunque estos últimos irán seguramente desapareciendo a medida que se completen los léxicos de autores tardíos y cristianos) y a recursos de estilo, entre los cuales destacan las metáforas, a veces complicadas, juegos de palabras, rimas, antítesis y una amplia gama de figuras retóricas. En su conjunto, todos estos medios producen un efecto recargado que a veces hace difícil la comprensión del texto, no sólo para nosotros sino incluso para sus contemporáneos más cultos 71 .

Así se explica que, para enjuiciar la obra literaria de Sidonio, se hayan utilizado a menudo calificativos como preciosismo, alejandrinismo, asianismo. Recientemente se prefiere el término manierismo, entendiendo por tal un fenómeno que se da en un autor cuando: a) la distancia normal entre el estilo y el asunto descrito se hace excesiva; b) la forma adquiere una importancia primordial; c) lo puramente formal se convierte en un fin en sí mismo, en detrimento del fondo, que es muchas veces banal 72 .

Estas características, que tienen un tono peyorativo, son aplicables a la poesía de Sidonio siempre que se tengan en cuenta matices que son importantes y dignos de ser estudiados en pormenor.

El primer reproche debe ser entendido después de tener en cuenta, por poner sólo un ejemplo, que en el uso de la mitología, que aparece de continuo —también en contextos donde no era habitual, como en el poema 22, para la descripción de un edificio—, el poeta se adapta al tipo de asunto descrito. Las leyendas que escoge están en consonancia con el género literario: Hércules y sus trabajos no aparecen para nada en los epitalamios; y por su parte, las aventuras amorosas de Júpiter no hallan lugar en los panegíricos. En estos sí aparecen por el contrario temas épicos, como narraciones históricas, pueblos a los que Roma se ha enfrentado a lo largo de los siglos, desde los primitivos habitantes del Lacio hasta las docenas de pueblos germánicos, batallas, ríos y otros muchos datos geográficos, que sirven para describir y poner de relieve los méritos políticos y militares de los tres emperadores 73 .

Además, es digno de notar cómo Sidonio logra unir elementos ficticios y reales en su poesía. Ahí están los panegíricos, sobre todo el de Avito, en cuya composición mezcla muchos datos biográficos con la exaltación del personaje. Algo análogo ocurre en el epitalamio en honor de Aranéola y Polemio, en el que todo el poema está montado sobre la realidad del nombre de la prometida y la profesión del novio.

En este esfuerzo por dotar de realismo la ficción literaria, Sidonio llega a hacer intervenir a los dioses en el curso de los acontecimientos. Tal es el caso de Júpiter en su discurso del Poema 7, en el que explica por extenso su participación activa en la vida del emperador Avito, o el de Apolo, en el Poema 22, cuando el dios aprovecha una circunstancia para convertirla en vaticinio sobre lo que ocurrirá en el castillo de Poncio Leoncio con el transcurrir de los siglos: habla Apolo y describe las fortificaciones que su fundador, Poncio Paulino, va a construir (v. 116), cuando el Lacio domine la región circundante (v. 118) y que serán inexpugnables (v. 125).

En cuanto al segundo reproche, no se puede negar que la forma tiene una importancia primordial, pero ésta ha sido desde siempre una característica continua de la literatura escrita. Por lo que respecta a Sidonio, no se puede pasar por alto que su afán de efectismo va acompañado de un deseo de exactitud, incluso de minuciosidad en muchas descripciones, que van claramente más allá de los modelos y exigen un esfuerzo notable de inventiva. Esta actitud aparece con claridad en todo el Poema 22, que está por encima de las descripciones de edificios que se encuentran en las Silvas de Estacio (I 3; II 2) o en las epístolas de Plinio el Joven (II 17; V 6) 74 ; o en la minuciosa descripción del aspecto de personas (Roma, 5, 13-39; la Aurora, 2, 421-431); de objetos (el estandarte en forma de dragón, 5, 402-407; el calzado de Roma, 2, 400-404); o de situaciones, como la carrera de cuadrigas que ocupa buena parte del Poema 23 (307-427). Algo similar cabe decir de las largas enumeraciones —dioses, héroes, personajes históricos, pueblos, autores griegos y latinos— que jalonan tanto sus Poemas como las Epístolas. Se le reprocha que todos esos elencos, verdaderas listas que se sabían de memoria, se aprendían de modo superficial y estereotipado en la escuela. Esto puede ser cierto para temas que databan de antiguo y gozaban de una tradición de siglos; sin embargo, es más difícil admitirlo en cuestiones más recientes, donde Sidonio no contaba con precedentes, como es el caso de literatos contemporáneos (9, 304-315), o autores cristianos (Epístolas IV 3, 7).

En este sentido puede decirse que el latín de Sidonio es capaz de expresar hasta el detalle —y a veces también hasta la exageración 75 — aspectos que no se encuentran en los autores clásicos, pero eso no tiene necesariamente que ser calificado como deterioro, sino más bien como evolución de cánones, gustos e ideales. Naturalmente el mundo romano de finales del siglo v presenta un panorama muy diferente al de trescientos o cuatrocientos años antes. Por eso no se le puede enjuiciar con los mismos criterios.

Para calibrar en qué medida es aplicable a Sidonio la tercera característica del preciosismo, me remito a lo que se dice más adelante a propósito de su personalidad.

En conclusión, quizás sería más objetivo concluir que Sidonio, queriendo escribir en una lengua no sólo correcta sino armónica, tiene presente los gustos y la cultura de su época, muy diversos a los que estaban vigentes tres o cuatro siglos antes.

Éste me parece haber sido el mayor desenfoque de la crítica a la que sistemáticamente ha sido sometida la obra literaria sidoniana.

En efecto, la recepción de Sidonio en los manuales de literatura ha sido, y sigue siendo negativa. E. Norden llega a afirmar que su estilo «está desfigurado hasta la total incomprensión, (…) el orden normal de las palabras absoluta y completamente degenerado, (…) la lengua es en parte un torbellino de bacanal» 76 .

W. B. Anderson, el editor en la Loeb Classical Library, excusa de algún modo al poeta achacando a la época su depravado gusto 77 .

L. R. Palmer no duda en tomar a nuestro autor como paradigma de la reductio ad absurdum a que la lengua latina se ve sometida en el siglo v 78 .

A. Loyen, el editor de la obra sidoniana en la colección «Les Belles Lettres», dice que su estilo es uno de los exponentes más pedantes del preciosismo y llega a calificarlo de ridículo 79 .

Incluso un hombre de probados méritos en la revaloración de la literatura paleocristiana, concretamente de la poesía, como el profesor Jacques Fontaine 80 , se suma a semejantes críticas al preciosismo, exento de alma, del estilo sidoniano.

Felizmente esta actitud, que benignamente cabe calificar de apasionada, pertenece al pasado. Hoy prevalece un clima más objetivo en el que se reconoce que la literatura de época tardía se ha expresado simplemente en un latín también tardío, ambos penetrados de una cultura cristiana. Esto no significa de por sí decadencia, sino que ha irrumpido una nueva época, con nuevas premisas y nuevos elementos constitutivos 81 .

Los católicos del siglo v d. C. cuentan, en efecto, con los instrumentos necesarios —reconocimiento social, claridad en la doctrina (acrisolada en las crisis de la fe y formulada con precisión en los concilios ecuménicos y provinciales) y seguridad en la expresión lingüística— para exponer con claridad y en latín su manera de entender todos y cada uno de los aspectos de la vida. Autores como Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Jerónimo y Agustín han creado o adaptado la terminología para explicar con toda propiedad las nuevas ideas. Uno de ellos, Jerónimo, ha puesto a disposición de los creyentes la palabra revelada por Dios, con su versión de la Vulgata.

Apoyado en este fundamento sólido, Sidonio, como aristócrata culto y obispo, contribuye de un modo sustancial, no ya sólo a la trasmisión de la cultura romana sino también, en cuanto escritor en prosa y en verso, a la salvación de la lengua latina. Su papel de verdadero pontífice entre dos mundos es reconocido por actuales especialistas, que se han dedicado a estudiar su obra, en detalle y sin prejuicios 82 .

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