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3. LA TRADICIÓN MANUSCRITA

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La obra de Sidonio ha llegado hasta nuestros días a través de unos noventa manuscritos; de los cuarenta y ocho interesantes, sólo veinticinco códices contienen los panegíricos y trece los epigramas 68 . Los editores que, a partir de Luetjohann en los MGH (1887), han colacionado, con diferentes acentos, la totalidad de esos documentos, distinguen cuatro familias:

La primera tiene como cabeza de fila el Matritensis, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid y es designado con la sigla C porque hasta finales del s. XVIII había pertenecido a Cluny, de donde fue traído a España, se supone que en tiempos de la Revolución Francesa 69 . Está datado entre los siglos IX-X y contiene la obra entera, por su orden, salyo que, en el libro IX del epistolario, las Epístolas 6 y 7 están colocadas después de la 9.

La segunda presenta como rasgo común un curioso cambio de orden en las Epístolas de los libros VI y VII que quedan así: VII 7; VII 12; VI 11; VII 8, 9, 11, 10, 13, etc. Un grupo de manuscritos contiene toda la obra; otro, la correspondencia y los ocho primeros Poemas con una laguna importante en el 2 (los versos 183-548); un tercero, finalmente, sólo las Epístolas. Para Luetjohann, sólo el Parisinus 9551, de finales del XII , designado con F y perteneciente al primer grupo, es digno de representar esta serie de códices.

La tercera altera también el orden del epistolario, pero esta vez los libros VII y VIII. En estos manuscritos, las 6 y 7 del libro séptimo se omiten o están descolocadas y las 10 y 11 del mismo libro y las 1 y 2 del octavo están invertidas. Aquí también el mejor códice es un Parisinus 2781 de los siglos X u XI , conocido por la sigla P y que contiene toda la obra, salvo la mayor parte del panegírico 7 (versos 137-600).

La cuarta familia es la más numerosa y superior a todas las demás. En ella resaltan los siguientes manuscritos: el Laudianus (L), del siglo x, o quizás incluso anterior, el Marcianus (M), también del siglo x y el Laurentianus (T), del siglo XII. Desgraciadamente M trasmite solamente los primeros ocho poemas y el epistolario mientras que L no contiene más que las Epístolas.

Todos estos códices, menos L, están contaminados, es decir se influyen recíprocamente, sin que se puedan establecer dependencias claras. P y T van juntos en corruptelas poéticas, pero esto no quiere decir que vayan siempre de acuerdo y mucho menos que los otros tres, CFM, formen un grupo porque no presentan más faltas comunes que FT, FP, CT ó CP.

Aunque en la más antigua de la ediciones críticas que aparecen en la bibliografía, E. Baret consulta ya un buen número de códices, todos situados en Francia, hito fundamental en la historia y tradición de la obra de Sidonio es la introducción elaborada por Ch. Luetjohann y completada por F. Otto para los MGH. Esta edición, por la exactitud y exahustividad de los manuscritos colacionados, ha definido sustancialmente la letra y el sentido de la obra literaria sidoniana. Las ediciones posteriores trabajan sobre esa base y difieren sólo en detalles, la mayoría de ellos puramente gráficos.

El texto recibido es seguro y seguido por todas las ediciones, salvo unas pocas conjeturas que no cambian sustancialmente su sentido. Todos los editores están también de acuerdo, aunque difieren en el modo de solucionarlos, en los dos pasajes conflictivos: los cinco primeros versos del Poema 11, que son ininteligibles, y los 440-450 del 23, que están trastocados en algunos manuscritos.

Para el primer pasaje adopto la interpretación de A. Loyen, en Les Belles Letttres, que no resuelve el problema, pero al menos da un cierto sentido a la traducción. En el segundo acepto, como hacen todas las ediciones posteriores, la trasposición del verso 445 que propuso Ch. Luetjohann en su edición de los MGH. Aún así, la traducción pierde el hilo, seguramente porque, como sugiere W. B. Anderson, falta un verso.

Shackleton Bailey, en su artículo de 1976 que aparece en la bibliografía, propone algunas conjeturas en el texto de los poemas que no parecen aceptables, mientras resulta más convincente la nueva interpretación del sentido en un par de pasajes, que adopto y comento a pie de página.

No conozco ninguna traducción de estos textos en castellano. Para la versión que presento en esta edición, me he apoyado en la de W. B. Anderson (colección Loeb), que es fundamental para entender un gran número de frases, cuyo sentido queda velado por el preciosismo de la expresión sidoniana, y en la de Loyen (colección Les Belles Lettres), que aporta, también a través de sus comentarios, muchas aclaraciones culturales e históricas.

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