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2.2.3. La epístola cristiana

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Sin embargo, lo que acabamos de afirmar es cierto sólo en parte, porque no se puede pasar por alto que desde hacía siglos existía también la tradición de la comunicación por carta en el seno de la Iglesia católica. En efecto, de los veintisiete escritos del Nuevo Testamento, veintiuno tienen forma de carta, que es la forma de literatura cristiana más antigua (1 y 2 a los tesalonicenses, están datadas entre 50 y 52 d. C.). Este corpus, sobre todo el paulino (14), fue muy importante para la formación del canon definitivo de la Sagrada Escritura y en él encontramos escritos a las primitivas comunidades, como el esquema general de las cartas de S. Pablo o la carta de Santiago, pero también documentos doctrinales y hasta misivas de carácter privado como la dirigida a Filemón.

Con ellas, que forman «la colección de cartas más influyente de la historia mundial» (Harnack), comienza una larga cadena de epistolografía que con toda propiedad podemos llamar cristiana. A pesar de que la mayor parte de esa producción haya desaparecido, puede decirse que, hasta el final de la Antigüedad, nos han llegado alrededor de 5.500 cartas griegas y unas 3.200 latinas cristianas de unos 300 autores. Los tipos más frecuentes son: a) cartas al servicio de la doctrina y la administración eclesiástica, redactadas bien por los papas (y entonces pueden considerarse como edictos de la cancillería papal, decretales), bien por diversos obispos; b) tratados sobre cuestiones teológico-dogmáticas, morales o jurídicas en forma de carta; c) escritos que sirven para la comunicación personal, como muestra de amistad; d) epistolas poéticas; e) cartas fingidas, que sirven de presentación de personas o dedicación de una obra literaria.

Ya Pablo había tomado el formulario de cartas vigente en la cultura greco-latina, para adaptarlo y cristianizarlo, una vez ampliado. En vez del clásico y sobrio encabezamiento, encontramos, seguramente por influencia judía, un saludo invocando la gracia y la bendición divinas. Así comienza la segunda carta a los corintios: «Pablo, apostol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo su hermano, a la Iglesia de Dios establecida en Corinto y a todos los santos existentes en toda la Acaya. Dios Padre nuestro y el Señor Jesucristo os den gracia y paz». Algo análogo ocurre con la despedida, que se amplía de ordinario con un voto o deseo de bendición y gracia.

De esta epistolografia, encabezada por la paulina, arranca una línea que estará presente en todas las generaciones de cristianos, tanto en Oriente como en Occidente.

De los escritores latinos cristianos anteriores a Constantino (313), se ha conservado una carta de Tertuliano de 212, dirigida al gobernador Escápula, apasionado perseguidor de la nueva fe, en la que le advierte seriamente del castigo de Dios y defiende el Cristianismo.

En contraste con él, que no sufrió directamente la persecución, unos decenios mas tarde su compatriota Cipriano 53 (205-258), un antiguo maestro de retórica, dirigió la diócesis de Cartago durante diez años bajo grandes dificultades, en parte desde un escondite, hasta que fue martirizado. Él fue el único escritor cristiano latino que enseguida encontró un reconocimiento general; de ahí que se haya conservado una copiosa colección de su correspondencia, que comprende sesenta y cinco suyas y dieciséis dirigidas a él. En su mayor parte son cartas que envió desde su escondite durante la persecución de Decio, bien a su comunidad, bien a Roma. Por la riqueza de su contenido esta colección es una valiosa fuente para la Historia de la Iglesia: muestra, por ejemplo, cómo la relación por carta a veces fue la única existente entre las diferentes comunidades durante los años 249-258 y cómo él mismo cumplió con sus deberes de pastor, aun en medio de graves peligros.

Pero el punto culminante de la epistolografia cristiana fue el siglo IV , al amparo de la paz constantiniana. De esta época data en primer lugar la colección de Ambrosio, obispo de Milán, de quien procede la definicion de la carta como «conversación con los ausentes» (sermo cum absentibus ), que fomenta la amistad.

Él mismo (334/9-397) preparó en los ultimos años de su vida una coleccion de sus cartas y sumó, a los nueve libros de privadas, un décimo con los escritos que deberían arrojar luz sobre los diversos aspectos de su actuación políticoeclesiástica 54 .

Por lo que respecta a las primeras, están compuestas de acuerdo con la teoría de la carta, con la limitación a un solo tema, la exclusión de todo detalle personal y según el principio de la uariatio de Plinio y la distribución en nueve libros 55 . Están representados todos los tipos, sin embargo la mayoria se ocupan de cuestiones de exégesis escriturística. Todas acaban con un saludo especial, como «Adiós y ámanos puesto que nosotros te amamos» 56 y están redactadas en un marco amistoso. Ambrosio califica este género como el más apropiado para su avanzada edad y se remite, como hacían los romanos, a los maiores, en este caso al apóstol Pablo que había adoptado este cauce para comunicarse «ausente de cuerpo, pero presente en espiritu» 57 .

Sidonio tuvo que conocer los escritos de Ambrosio, cuya polémica con Símaco a propósito de la restauración del altar de la diosa Victoria y el culto a los dioses paganos (383), se desarrolló en público y fue de todos conocida 58 . De él pudo tomar también la idea de dedicar los últimos años de su vida a escribir epístolas. En la tercera del libro cuarto, dirigida a su amigo Claudiano Mamerto y escrita en alabanza del tratado De statu animae de éste, incluye una de sus largas enumeraciones 59 en las que cita expresamente a Ambrosio y lo admira por su firmeza en la defensa de la fe 60 .

Lo mismo debió de ocurrirle con la correspondencia de otro gran escritor cristiano, Jerónimo (340/50-419/20), quien hoy día es tenido por el auténtico escritor de cartas en latín, tanto por su atractiva lengua artística, (que provocó una gran admiración entre los humanistas, sobre todo en Erasmo de Rotterdam) como por su huida de la retórica exagerada.

El gran padre de la Iglesia declara que el sentido de la carta no es ocuparse de problemas científicos, sino cultivar las amistades, a pesar de que él mismo trata en las suyas profusamente las cuestiones exegéticas que se le han planteado.

De su numerosa correspondencia se han conservado sin embargo sólo 125 cartas de los años 370 hasta inmediatamente antes de su muerte, todas cuidadosamente elaboradas —aun cuando él juega también con gusto el tópos del poco cuidado linguístico 61 — y adornadas profusamente con citas textuales de los clásicos.

También Jerónimo está presente en la correspondencia sidoniana. No sólo en el mismo pasaje que Ambrosio, donde ocupa el primer puesto de autores cristianos y recibe la alabanza de que su lectura instruye, sino en otros dos en los que se pondera su actividad de traductor (IX 2, 2). Incluso parece que Sidonio conoce su polémica con Rufino, a propósito de la traducción de Orígenes que éste último había realizado (II 9, 5) 62 .

Sin lugar a dudas tiene Sidonio conocimiento directo de la obra de Aurelio Agustín (354-430), quien como antiguo profesor de retórica, estaba muy bien y exactamente informado de las prescripciones de la epistolografia.

A la muerte de san Agustín el archivo episcopal de Hipona debía de contar con unas cuatrocientas cartas de los años 386-429. A nosotros nos han llegado trescientas ocho, de ellas veintisiete son conocidas desde hace apenas unos años; unas noventa perdidas se dejan rastrear a traves del inventario de la obra agustiniana establecido por su discípulo y amigo Posidio. Dentro del gran corpus de cartas conservadas, que por su amplitud y contenido cuenta junto con los de Símaco y el papa Gregorio entre los más representativos de la latinidad tardía, se encuentran los géneros más variados, aunque estén poco representados. Así la Carta 37 es típica en su brevedad y consta de un saludo, una corta alusión a la correspondencia que le mantiene unido a su interlocutor Simpliciano, sucesor de san Ambrosio en la sede de Milán, y la despedida. La mayor parte, sin embargo son tratados en forma de carta que responden a consultas que le han sido planteadas y estaban destinadas al gran público. Por ejemplo, la anterior, la 36, en la que desarrolla, a lo largo de treinta y dos capítulos, un verdadero tratado sobre el ayuno cristiano.

San Agustín aparece en tres pasajes de la epistolografía sidoniana. En el primero (II 9, 4) es alabado por su ciencia; en IV 3, 7 se afirma que razona con profundidad. Finalmente, en IX 2, 2, resalta su fuerza dialéctica. Es evidente pues que Sidonio no solamente conoce la obra del obispo de Hipona sino que le atribuye una gran autoridad. De él pudo también aprender a intercalar verdaderos poemas en sus textos en prosa. En efecto, en algunas de las epístolas agustinianas se encuentran largas composiciones en dísticos elegíacos (32) y hexámetros (26).

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