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2.2.2. La epístola artística

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Y es que la literatura epistolar romana tiene su origen más bien en la otra colección de las cartas del Arpinate, las ad familiares. En ellas, Cicerón se expresa de un modo menos espontáneo, teniendo en cuenta el destinatario y adaptando el tipo de discurso que utiliza a las reglas exigidas por la retórica, con la intención de convertirlas en una pequeña obra de arte.

Esta es la línea que adopta, a finales del siglo I d. C. un orador, Plinio el Joven, para orientar la carta en una nueva dirección y crear un nuevo género literario: la epístola, en contraposición a la carta de carácter personal 49 . Se trata ya de una producción literaria que tiene como objetivo deleitar y adopta las reglas de la prosa artística y rítmica, propia de este estilo que es tenido por ligero, en el sentido de que forma parte de lo que hoy llamaríamos literatura beletrística.

Gayo Plinio Cecilio Segundo, el joven, (61/62- alrededor del 114 d. C.) publicó (junto a su correspondencia con el emperador Trajano en su calidad de gobernador de Bitinia, que agrupó en el libro décimo) nueve libros de cartas artísticas, cuyo destinatario, a pesar de los nombres que encabezan las cartas, era el público culto. En ellas la forma epistolar es un simple vestido del que el autor se sirve para componer pequeños ensayos sobre diferentes asuntos: sucesos del día, descripciones de paisajes o edificios y otros bocetos. Es importante la limitación a un solo tema cada vez y al mismo tiempo la variación (uariatio ), en lo que se refiere a la eleccion de los temas. Estas cartas son verdaderos discursos que han sido trabajados cuidadosamente y enjuiciados por los amigos antes de ser publicados, de manera que adoptan una fisonomía muy cuidada.

Puede ser que en el fondo haya una verdadera carta 50 , y este aspecto ha sido muy discutido a lo largo de los siglos, pero el texto que ha llegado hasta nosotros ha quedado oscurecido por una ostensible pretensión de perfección externa. En las epístolas de Plinio no hay ni pasión ni entusiasmo, sino en el mejor de los casos la admiración por su propia maestría literaria. Todo en ellas es blandura, sentimentalismo humanitario, corrección, cualidades todas ellas que no alcanzan a disimular la debilidad y el vacío de su contenido 51 .

Con Plinio se inicia una tradición que continúa en los siglos siguientes, concretamente en el siglo II d. C. con Frontón y a finales del IV con Símaco.

La correspondencia del maestro de retórica Cornelio Frontón (alrededor del 100-175), publicada en la B.C.G. (núm. 161), no añade nada nuevo a la evolución del género epistolar. De una parte, es incapaz de nuevas ideas creadoras y de otra escribe llevado por su vanidad de llamar la atención y de atraerse la admiración de los demás.

Este rebuscamiento se plasma en los consejos que trasmite a su discipulo Marco Aurelio («si quieres escribir, hazlo lentamente», es decir sin espontaneidad: 2, 1), que no son sino el replejo de su propia manera de escribir, con mucha reflexión y aplicación, de modo que causen asombro en el lector. Si en algún momento da la impresión de que se le escapa algún sentimiento auténtico es porque involuntariamente, y a través de múltiples vueltas y revueltas, ha conseguido volver de algún modo a lo natural: mostrarse hacia fuera sin el colorete de la retórica, habría ido contra su naturaleza. Por eso resultan sus cartas vacías y carentes de interés para la posteridad, si no es para mostrar con toda claridad la insoportable pobreza de espíritu de la época. Aunque la mayor parte están dirigidas a los antiguos o futuros dominadores del imperio, todo el interés se agota en cuestiones de estilo o en hojarasca de palabras. Si Frontón se ocupa alguna vez de sucesos históricos es para adular a los emperadores e imponerles con su arte.

No obstante, hay que decir que sus escritos tuvieron gran eco y difusión en las escuelas de retórica porque abarcan todos los tipos posibles de comunicación epistolar: recomendación, felicitación, notas sobre salud y estudios, literarias, jurídicas, de negocios, consolationes, retratos, etc.

Doscientos años tuvieron que pasar hasta que apareció la siguiente coleccion de epístolas, impulsada por el deseo de restaurar el paganismo frente a la nueva religión. Aunque son contemporáneas a los epistolarios de la era cristiana, proceden sin embargo de círculos paganos. Se trata de piezas literarias que circulaban en el mundo aristocrático y que no eran leídas sólo por los destinatarios, sino admiradas en sociedad por tratarse de composiciones de hombres famosos y literariamente apreciados.

Por este motivo nos es conocida la obra de uno de ellos, Q. Aurelio Símaco 52 (nacido alrededor del 345, prefecto de la Urbe 384/85, cónsul 391, muerto poco después del 402). Su fama estaba basada en su elocuencia: los discursos que pronunciaba en el senado ante el emperador los hacía circular entre sus amigos y los hacía publicar en grupos. Convencido de su importancia, sopesaba cada una de las palabras que pronunciaba, pensando en su efecto de cara al público. Pero más que imitar a Plinio o a Frontón, buscó como modelo las cartas de Cicerón, adoptando como temas de sus discursos los acontecimientos diarios.

A esta actitud contribuyó el hecho de que él también vivió en una época decisiva y tuvo la oportunidad de configurarla. Símaco dio muestras de una gran capacidad estilística, no sólo en sus discursos sino también en sus cartas. Las compuso con gran cuidado y, siguiendo el modelo ciceroniano, se adaptó en el tono exactamente al destinatario. En ellas aparece un nuevo elemento, que sería imitado por los escritores de cartas posteriores y ha sido adoptado por los escritos pontificios: como se ha perdido cada vez más el sentido de la longitud de las silabas, es el acento el elemento definitorio del ritmo de la prosa y más concretamente de las clausulas finales de párrafo (cursus ).

De Símaco se han conservado hasta novecientas cartas privadas, la mayor parte de ellas de una longitud reducida, sobre todo cartas de recomendación, de consuelo, de agradecimiento y de felicitación, que él mismo coleccionó al final de su vida en nueve libros.

Lo importante no es la longitud, contesta a un amigo que se queja de la brevedad de una carta suya que acaba de recibir, sino que ese intercambio de palabras amistosas perdure mucho más que las palabras mismas; incluso basta con las palabras de saludo, aunque una vez se queja de que muchas veces se tiene uno que limitar, por falta de materia, al parloteo del mutuo saludo.

Símaco presenta una nueva peculiaridad por el hecho de que se considera, ya en la primera carta, un poeta; así se explica que Sidonio Apolinar, un siglo más tarde, no tenga ningún inconveniente en incluir en su epistolario poesías, algunas de más de cien versos, inspiradas en Estacio.

También en las cartas de Símaco se observa la modestia exagerada que caracterizaba a la escuela retórica y que va a aparecer continuamente en la literatura epistolar de los próximos siglos. Sus propias cartas le parecen secas como consecuencia de su «pobre inventiva», actitud compatible con su esperanza de que lleguen a ser inmortales, para lo cual evita cuidadosamente la repetición de formulaciones.

En esta tradición (que deja atrás la esencia de la carta, representada por la colección de las dirigidas a Ático por Cicerón, con quien nadie osa compararse) que arranca de Plinio y continúa con Frontón y Símaco, parece a primera vista que se inserta plenamente la correspondencia de Sidonio Apolinar. En ella se encuentran por doquier temas, expresiones y hasta citas de estos modelos.

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