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Capítulo 4

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Si la seguía a su casa, no sabía lo que podría llegar a hacer. Afortunadamente, no vio en ningún momento la camioneta de Axel por el espejo retrovisor. Sin embargo, eso no impidió que fuera más rápido de lo habitual.

Aparcó en el garaje y cuando se dio cuenta de que había echado el seguro del coche volvió a suspirar. Estaba en Weaver, por el amor de Dios. A pesar de todo lo que Axel había dicho, era imposible que allí le ocurriera nada malo.

Entró en su casa, llenó la tetera de agua y la llevó a la cocina. Pero la cocina no se encendió.

Dar una patada a ese trasto viejo no serviría de nada, de modo que tomó aire intentando controlarse. Presionó de nuevo el mando y vio salir una pequeña llama del quemador sobre el que había colocado la tetera. Dejó la tetera al fuego, se quitó los zapatos y los llevó al dormitorio.

Sentía que las ventanas la llamaban, pero consiguió evitar acercarse mientras se quitaba el vestido y se ponía una bata. De vuelta en la cocina, metió una bolsita de una infusión de hierbas en una taza y retiró la tetera del fuego.

Sólo cuando cesó el silbido de la tetera oyó el timbre de la puerta.

Como nadie iba nunca a verla, no tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginar quién podía estar en el porche de su casa. No había ninguna ley que obligara a abrir la puerta, razonó. Pero aun así, terminó yendo hasta allí para abrirla bruscamente.

Por supuesto, encontró a Axel apoyando el dedo en el timbre de la puerta. En cuanto la vio, Axel le tendió su teléfono móvil.

—Saluda —le pidió.

—¿Qué? —preguntó Tara, mirándole con extrañeza.

Axel se llevó el teléfono al oído.

—Ahora mismo podrás hablar con tu hermano.

Por un instante, el cerebro le dejó de funcionar. Pero rápidamente recobró la razón y fulminó a Axel con la mirada.

—No sé a qué estás jugando…

—No podemos perder ni un segundo, Tara —le interrumpió Axel.

Tara le arrebató entonces el teléfono y se lo llevó al oído.

—¿Diga?

—Siento no haber aparecido el día de nuestro cumpleaños —fue lo primero que le dijo su hermano.

A Tara estuvo a punto de caérsele el teléfono de entre las manos.

—¿Qué es todo esto?

—Pecosa, haz lo que Clay te diga y ya te lo explicaré todo más adelante.

Tara cerró los ojos. Pecosa. Así era como la llamaba su hermano cuando eran niños. Era imposible que nadie más lo supiera. Los McCray nunca habían estado el tiempo suficiente en ningún sitio como para que nadie conociera ese tipo de detalles sobre ellos.

—Sloan…

Pero la conexión ya se había cortado.

Axel le quitó el teléfono y la empujó suavemente para que entrara en casa.

Tara fue incapaz de susurrar una protesta cuando la condujo hasta el sofá del cuarto de estar, y tampoco dijo nada cuando desapareció en la cocina y volvió a aparecer con la infusión de la que para entonces, ella ya se había olvidado.

—Creía que eras más aficionada al café que a las infusiones —comentó Axel mientras le tendía la taza y se sentaba sobre la mesita del café, enfrente de Tara.

—He dejado de tomar café —contestó Tara con un hilo de voz—. Así que estabas hablando en serio… —alzó la mirada hacia Axel.

—Sí.

—Es la primera vez que hablo con Sloan desde hace tres años —levantó la taza, pero volvió a bajarla sin beber si quiera—. Vivíamos juntos, ¿sabes? Y compartíamos todo. Creo que no hay nada que no supiéramos el uno del otro. Después, él decidió trabajar en la clandestinidad y… —sacudió la cabeza—. Todo cambió, todo —su vida, su hermano…

—No para siempre, esto es algo temporal. O al menos eso fue lo que me dijiste —Axel se inclinó hacia delante. Su pelo rubio caía rebelde sobre su frente mientras le sostenía a Tara la mirada—. Y también lo será esta situación.

Por supuesto que lo sería. Porque su interés por ella no tenía nada que ver con el fin de semana que habían pasado en Braden, era únicamente una cuestión de trabajo.

—En el caso de que… en el caso de que decida colaborar, ¿qué tengo que esperar? Quiero decir… ¿qué tendrás que hacer? ¿Seguirme constantemente? ¿Vigilar la puerta de la tienda mientras estoy trabajando? ¿Qué?

—Estar contigo las veinticuatro horas del día. Habrá momentos en los que no será posible, y entonces me sustituirá mi reserva.

—Un momento, volvamos a eso de las veinticuatro horas del día.

—¿Qué pasa con eso?

Por un momento, Tara había llegado a imaginarse a un policía armado delante de su tienda, espantando a sus clientes. Y el hecho de que su estancia en Weaver fuera temporal no significaba que pudiera arriesgarse a perder su negocio. Classic Charms no era una tapadera, sino un auténtico negocio que había conseguido convertir en un éxito. Necesitaba que la tienda continuara siendo rentable cuando naciera el bebé.

—No puedo tenerte todo el día rondando por la tienda. La gente se llevará una impresión equivocada.

—No sólo tendré que estar en la tienda, sino también en tu casa. Tendré que vigilarte también cuando estés en tu casa.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Hasta que neutralicen la amenaza contra Sloan.

—¿Y quiénes la tienen que neutralizar?

—La policía, Hollins-Winword, tu hermano…

—¿Y tú no?

—Ésa no es mi misión.

—¿Y cuánto tiempo tardarán en hacerlo?

—El que sea necesario.

Tara se llevó la mano a la frente. Comenzaba a dolerle la cabeza.

«El que sea necesario». ¿Cuántas veces había utilizado su padre esa frase cuando tenían que cambiar de casa, cuando tenían que cambiar de ciudad o incluso de país?

«¿Cuánto tiempo nos quedaremos esta vez?», preguntaba siempre Tara, con la esperanza de poder terminar al menos el curso escolar. Para hacer amigos, para echar raíces. Todas esas cosas que había añorado desde que podía recordar. La respuesta de su padre siempre había sido la misma: «estaremos aquí el tiempo que sea necesario, Tara», y después la enviaba con su madre, porque fuera lo que fuera lo que estuviera haciendo, siempre tenía algo más importante que hacer que contestar a las preguntas de su hija.

—¿Y esto no lo podría hacer otra persona?

—Sí, pero voy a hacerlo yo.

A Tara le entraban ganas de empezar a gritar, de preguntar desesperadamente por qué, pero no lo hizo.

—La gente… la gente se va a llevar una impresión equivocada si te ven todo el día conmigo.

Axel arqueó ligeramente las cejas y Tara intentó no fijarse en cómo clavaba durante unos instantes la mirada en sus labios.

—¿Prefieres que rumoreen sobre una supuesta relación o que sepan la razón por la que estamos juntos?

—¡Prefiero que no hablen de mí!

—Ya hablan de ti.

—Eso no es verdad.

—Claro que sí, pero a lo mejor no tendrían tanto interés en hacerlo si no te mostraras tan distante.

—¡No me muestro distante! —replicó indignada—. Hablo con todos mis clientes y asisto a todos los actos que se organizan, como cualquier otro comerciante.

—Pero todo eso está relacionado con tu trabajo. ¿Qué me dices de los amigos? Sé que no has salido con nadie.

Tara se puso roja como la grana. Aparte de un matrimonio fracasado a los dieciocho años, no había salido con nadie, salvo con Axel, en toda su vida; una información que, estúpida de ella, había compartido con él durante el famoso fin de semana.

—Esta noche he ido al baile —le recordó—. Y, por cierto, no creo que ni mis amistades ni mis amantes sean asunto tuyo.

—Son asunto mío cuando necesito saber quién forma parte de tu vida —alzó la mano, intentando sofocar un posible estallido de indignación—, pero eso no importa. Estoy al tanto de lo más básico. Dejando de lado el baile de esta noche, no tienes vida social, Tara. Ni siquiera te quedas a tomar un café o a quejarte del sermón del pastor cuando vas los domingos a la iglesia.

—¿Y por qué estás tan seguro de que no tengo vida social? ¿Te crees todo lo que dicen sobre mí?

—Tara, fue Hollins-Winword la agencia que te trajo aquí. ¿Crees que nadie ha estado vigilándote desde entonces?

Tara lo miró boquiabierta.

—¿Tú… has estado… has estado espiándome?¿Sabías todo esto cuando yo… cuando nosotros? —se interrumpió. La indignación le impedía articular palabra.

—Nadie te ha estado espiando, Tara, y cuando estuvimos juntos en Braden, la única información que tenía sobre ti era la que tú me diste. Pero la agencia ha estado ocupándose de tu seguridad desde que volviste a Weaver. Eso incluía investigar a cualquiera que se acercara a ti, pero nadie se ha acercado.

La humillación ardía dentro de ella, haciendo compañía a una cada vez más acusada preocupación por su hermano.

—¿Y las personas que me han estado investigando, también te han investigado a ti?

—Si eso es lo que te preocupa, nadie está enterado de lo nuestro, algo preferible dadas las circunstancias —se levantó—. Sé que esto te va a resultar difícil de aceptar, pero si no fuera por las últimas amenazas contra tu hermano, no habría ningún motivo para que estuvieras al tanto de lo que está pasando.

—¿Ah no? ¿No habría ningún motivo para que supiera que hay alguien vigilándome?

—Considéralos como ángeles de la guardia.

—Palabras bonitas para una situación intolerable. ¿A ti te gustaría enterarte de que han estado espiándote?

—No —admitió Axel—, pero continuar debatiendo sobre el tema no nos va a servir de nada, así que será mejor que entremos en detalle. Abres la tienda todos los días menos los domingos, ¿no?

—Sí, y todavía no he dicho que esté dispuesta a permitir que seas mi guardaespaldas.

—No necesito mucho espacio mientras esté en tu casa —continuó Axel, como si ella no hubiera dicho nada—. Puedo dormir en el suelo si es necesario.

—Si esperas que te invite a compartir mi cama, ya puedes ir olvidándote.

—Soy tu guardaespaldas, Tara. No estaría bien que me acostara contigo.

Tara se cerró la bata con fuerza.

—En ese caso, me alegro de que estemos de acuerdo en algo.

—No he dicho que esté de acuerdo. Sólo he dicho que no estaría bien.

Para su propia irritación, Tara sintió que se ruborizaba hasta la raíz del cabello. Algo que la enfadó todavía más. Agarró la taza de la infusión y se dirigió a la cocina.

—La situación no es tan terrible como crees —replicó Axel mientras la seguía a la cocina.

No, la situación era mucho peor de lo que él se podía imaginar.

Se volvió y se reclinó contra el mostrador.

—¿Cuánta gente sabe que en realidad no te dedicas a la cría de caballos?

—Ya te he dicho que también me dedico a la cría de caballos.

—Muy bien, entonces, ¿cuánta gente sabe que también eres agente secreto?

Ella odiaba los secretos. Pero lo más irónico del caso era que en aquel momento estaba manteniendo el secreto más grande de su vida.

—Muy poca, y es importante que lo siga sabiendo muy poca gente.

—¿Por qué?

—Hollins-Winword está haciendo un buen trabajo, pero en el proceso, se ha forjado muchos enemigos.

—De modo que no te viene nada mal que todo el mundo piense que estás pegado a mí como una lapa porque en realidad te has encaprichado de una mujer mayor.

—Sólo tienes dos años más que yo, no creo que eso te convierta en una asalta cunas, querida.

—Me llamo Tara.

La débil sonrisa de Axel amenazaba con ensancharse y Tara deseó haber mantenido la boca cerrada.

Se volvió hacia la nevera y la abrió. Necesitaba comer algo, pero no había nada que le apeteciera, y además, tenía el estómago revuelto.

—En ese caso, supongo que tu conducta de esta noche en el baile se debía a que querías que todo el mundo pensara que hay algo entre nosotros.

—Y lo hay.

Axel posó la mano en su espalda. Tara se apartó bruscamente de la nevera y la cerró.

—No, no hay nada —estalló—. En cualquier caso, ¿no crees que esto también puede resultar sospechoso a ojos de todo el mundo? Como tú mismo has observado, mi vida social hasta ahora ha sido un auténtico desierto, y de pronto, apareces en el pueblo y resulta que ya estamos saliendo juntos. ¿Quién se va a creer una cosa así?

—Ya me conocen —contestó Axel con una sonrisa.

—¿Y qué saben de ti? ¿Que eres un mujeriego?

—En absoluto. Pero la gente que me conoce sabe que cuando pongo el ojo en algo, o en alguien, no hay nada que me detenga, y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Tara cortó cualquier posible reacción por su parte antes de que pudieran comenzar a fluir en su mente las imágenes eróticas de la noche que habían compartido en el hotel, imágenes que tantas veces había reprimido.

—Preferiría no hablar sobre eso.

—No hablar de algo no significa que no exista, querida.

No había nadie más consciente que Tara de la verdad de aquellas palabras.

—Ese fin de semana fue algo… anormal. Evidentemente, no es algo que vaya a repetirse.

—Tienes razón, sobre todo ahora que soy tu guardaespaldas.

Desgraciadamente, Tara no sabía cómo tomarse aquellas palabras. Lo único que sabía era que sentía mariposas revoloteando por sus venas y que no podía atribuir su aparición al miedo que tenía por su hermano.

Pasó por delante de Axel y se acercó el mostrador.

—Muy bien. Haré esto por mi hermano. Pero ésa será la única razón.

Axel inclinó ligeramente la cabeza.

—Me parece justo.

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

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