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Capítulo 9

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Me parece increíble haber vendido tanto esta mañana —comentó Tara cuando la última clienta salió de la tienda.

En aquel momento estaban solos. Ella estaba sentada en un taburete, detrás del escritorio, repasando los recibos.

—Nunca había vendido tanto.

—Admítelo, te traigo suerte.

—La mayor parte de la gente viene porque tiene curiosidad por saber qué has visto en mí.

—Cualquiera que tenga ojos lo comprendería.

Tara esbozó una mueca y colocó juntos los recibos con un clip, antes de guardarlos debajo del mostrador.

Echó después los brazos hacia atrás, para estirarse, tensando con aquel movimiento la blusa contra sus senos.

Axel se obligó a desviar inmediatamente la mirada.

Había pasado la mayor parte de la mañana deshaciendo paquetes en la trastienda. Había ayudado también a doblar ropa y a quitar el polvo de las estanterías y de aquellas plantas artificiales que parecían absolutamente reales. Se había dedicado a hacer docenas de tareas que no eran responsables en absoluto de su tensión. Porque su tensión estaba directamente relacionada con la otra distracción del día.

Respiraba la dulce fragancia de Tara cada vez que ésta se acercaba a él.

Observaba la gracia de sus movimientos.

Disfrutaba del tintineo de su risa cuando hablaba con los clientes, y le desgarraban los celos porque sabía que aquella risa no era para él.

La deseaba con tanta intensidad que le dolía.

Se acercó a la ventana y vio a Mason Hyde sentado en la cabina de su camioneta. Axel alzó ligeramente la mano. Demostrando sus dotes de observador, Mason abrió la puerta y cruzó la calle. Segundos después, entraba en la tienda con su sombrero de vaquero en la mano.

Tara comenzó a dirigirse hacia él con una sonrisa, pero Axel fue el primero en hablar.

—Éste es Mason Hyde —le presentó—. Será mi sustituto.

Tara miró alarmada al recién llegado.

—Señora —Mason le tendió la mano—, encantado de conocerla.

—Igualmente —Tara desvió la mirada hacia Axel—. ¿Ha ocurrido algo?

Axel negó con la cabeza mientras Mason contestaba con un rápido:

—No, señora.

—No —respondió también Axel—, pero quería que conocieras a Mason para que no te preocuparas si le ves rondando por los alrededores.

—Suelo cambiar de vehículo para que nadie se fije en mí —añadió Mason.

—¿Y siempre estará vigilándome?

—Estaré vigilándola cuando Axel no esté con usted.

Tara se volvió entonces hacia Axel.

—¿Eso quiere decir que no vas a estar conmigo las veinticuatro horas del día?

Parecía tan esperanzada que resultaba deprimente.

—Pero voy a seguir quedándome en tu casa.

—Oh —apretó los labios.

Definitivamente, deprimente, pero lo que estaba en juego era la seguridad de Tara, no sus sentimientos.

—Esta tarde tengo que ocuparme de un asunto, pero volveré antes de que hayas cerrado la tienda.

Tara se volvió entonces hacia Mason.

—¿Y estará aquí en la tienda, señor Hyde o en alguna otra parte? —terminó señalando por la ventana.

—Puede llamarme Mason. Y me quedaré fuera. Pero no se preocupe, si ocurre cualquier cosa, estaré dentro en cuestión de segundos.

—Cierra con cerrojo la puerta de atrás —le ordenó Axel.

—Sí, ya lo sé. Ya me lo has dicho una docena de veces, y, de todas formas, siempre la tengo cerrada —apartó la bandeja de galletas cuando vio que Axel tendía la mano hacia ella para ofrecerle un dulce a Mason—. ¿Quieres comer algo?

Mason sonrió de oreja a oreja.

—No me vendría mal, gracias —tomó un puñado de galletas y se dirigió de nuevo hacia la puerta—. Si todo va bien, no tendrá por qué volver a ver mi horrible cara.

Tara tiró las migas a la papelera que tenía detrás del mostrador.

—Si te aburres y necesitas escapar sólo tienes que decirlo —le advirtió a Axel—. No necesitas ninguna excusa.

Sí, Axel necesitaba escapar, pero no del aburrimiento.

—Es cierto que tengo un asunto del que ocuparme.

—En ese caso, vete —Tara señaló hacia la puerta, pero dejó caer la mano en el momento en el que la puerta se abrió para dar paso a Courtney.

—Debería haberme imaginado que te encontraría aquí —Courtney le palmeó a su primo la mejilla—. Pero deberías darle un respiro de vez en cuando, de esa forma se daría cuenta de que no eres tan irritante como pareces e incluso podría llegar a echarte de menos.

Mientras viera ese brillo de humor en los ojos de Courtney, Axel estaba dispuesto a convertirse en el blanco de todas sus bromas.

—La verdad es que no había pensado en ello.

—Y, de todas formas, estaba a punto de irse —le dijo Tara a su prima—, ¿no es cierto?

A Axel no le hacía ninguna gracia verla tan dispuesta a deshacerse de él.

La agarró suavemente del cuello y vio la llama que se encendió en los ojos de Tara cuando se inclinó para besarla. No fue un beso tan profundo como habría deseado. Y duró sólo un instante. Pero fue un instante glorioso. Alzó la cabeza y sonrió.

—No tardaré, pequeña —le guiñó el ojo a su prima y se dirigió hacia la puerta.

—Pequeña —repitió Courtney—. Me parece indignante que un hombre llame así a una… —el tintineo de la puerta apagó las palabras indignadas de Courtney.

Mason tenía en aquel momento la cabeza prácticamente dentro del motor de la camioneta. Cualquiera que le viera pensaría que estaba reparando el motor. Axel cruzó la calle y se dirigió hacia la oficina del sheriff. En cuanto entró, la mujer que atendía la recepción le envió directamente al despacho de Max.

Axel pasó rápidamente al despacho de su primo y cerró la puerta tras él. Encontró a Max reclinado en la silla y apoyando la pierna contra el escritorio.

—Trabajando tanto como siempre.

—Alguien tiene que hacerlo —replicó Max con una sonrisa—. ¿No piensas pagar la multa que te puse el otro día?

—A lo mejor —respondió Axel mientras se sentaba frente a él—. ¿Tu recepcionista envía aquí a todo el mundo sin averiguar antes quién es?

Max bajó el pie de la mesa.

—Julia conoce a la gente de Weaver mejor que yo. Y eso que sólo lleva un año aquí —miró el reloj—. ¿A qué hora habías quedado con Tristan?

—Hace diez minutos. De hecho, creía que era yo el que llegaba tarde.

La puerta se abrió antes de que hubiera terminado la frase y apareció su tío en el marco de la puerta.

—Y has llegado tarde —dijo Tristan. Se sentó a su lado—. Max, gracias por dejarnos utilizar tu despacho.

—Está a vuestro servicio —se levantó y se dirigió hacia la puerta—. Pero sé que a los espías os gusta conservar cierta intimidad y creo que me está llamando mi almuerzo.

Tristan esperó a que la puerta estuviera cerrada para volver a hablar.

—Jamás me lo habría imaginado como sheriff, pero tengo que reconocer que Max está haciendo un gran trabajo.

—¿Por qué querías que nos viéramos aquí en vez de en CeeVid?

—Porque estoy preocupado por la seguridad en nuestras oficinas.

—Pero es tu propia compañía —y no había nadie mejor que su tío en cuestiones de seguridad.

—Por lo tanto, podrás imaginarte lo preocupado que estoy. Pero ya me encargaré de eso más adelante. De momento quiero saber cómo van las cosas con Tara.

—Todo según lo previsto, como ya te he dicho en mis informes. ¿Por qué lo preguntas?

—Sloan continúa preocupado.

—Sí, y ya lo ha demostrado evitando cualquier contacto con su hermana durante todos estos años —aquello le irritaba profundamente—. Sloan es el único familiar que le queda a Tara.

La expresión de Tristan no cambió, pero Axel sabía que había despertado su interés con su vehemencia, y deseó haberse mordido la lengua. Si Tristan averiguaba lo que había pasado entre Tara y él, le apartaría de aquella misión.

—No voy a permitir que le ocurra nada.

—Aun así, Sloan no parece muy convencido.

—Tara no es como María. No está intentando esquivarme constantemente —María había pagado un precio por ello del que Sloan continuaba haciendo responsable a Axel—. Así que dile que se preocupe de sí mismo y se olvide de Tara.

—¿Y cómo van las cosas con ella? Parecéis estar… muy unidos.

Axel consiguió no cambiar de expresión, pero le costó considerablemente.

—Me gustaría que tuviera un horario menos regular. Es demasiado previsible.

—Estaría mejor en una casa de seguridad —se mostró de acuerdo Tristan.

—Pero me temo que nunca aceptaría dejar su casa. O dejar la tienda en manos de otra persona. No tiene miedo de que pueda ocurrir nada malo.

—Y a lo mejor al final no pasa nada. En cualquier caso, y sé que no necesito recordártelo, mándame siempre los informes a través de nuestro servidor. E intenta sacar a Tara como sea de su casa. Puedes llevarla a casa de tu padre. Es una casa grande, o incluso a tu cabaña. Cualquier otro lugar es preferible a su casa.

—Se supone que el juicio empieza esta semana en Chicago. ¿Está McCray allí?

—No sé dónde está Sloan. Ni siquiera me lo ha dicho a mí. Pero ha puesto demasiadas cosas en juego en este caso como para no hacer todo lo posible por ponerle un punto y final. Y seguro que no va a fallar en el último momento negándose a testificar —se acercó a la puerta y la abrió—. Creo que yo también voy a almorzar. ¿Vienes conmigo?

—No, quiero volver con Tara.

Lo que no sabía su tío era que su deseo era mucho más profundo que su profesionalidad.

En cuanto entró en la tienda, Tara se volvió hacia la puerta, para, inmediatamente, girar de nuevo la cabeza hacia el hombre al que estaba atendiendo junto a uno de los percheros de ropa del rincón de la lencería.

—¿Qué te parece éste? —preguntó mientras le mostraba un camisón de seda—. Tu esposa lo mira cada vez que viene a la tienda. Creo que sería un gran regalo.

Axel se reclinó contra el mostrador y estuvo ojeando una revista que no estaba allí cuando había salido. Era la revista para la que Tara había trabajado. Pero en realidad no tenía ningún interés en la decoración de interiores. Y tampoco estaba especialmente interesado en el rubor que cubrió el cuello de Tom Griffin mientras miraba el camisón.

—Me lo llevo, Tara —vaciló un instante—. Pero Janie siempre lleva camisones de franela…

—Es vuestro aniversario —le animó Tara con delicadeza—. Estoy segura de que le encantará ponerse para ti un camisón de seda.

Tom le dirigió a Axel una mirada que éste fingió no notar.

—No es por el precio —le susurró Tom a Tara—. Pero es… muy sexy, ¿no te parece? ¿Qué dirán los niños cuando vean a su madre así por la mañana?

—Con la bata que lleva a juego, es perfectamente discreto —le aseguró Tara suavemente—. Pero no pienses en el desayuno de los niños. Piensa que es un regalo de aniversario. Confía en mí, a Janie le va a encantar. Y también le va a encantar ponérselo para ti.

Tom giró bruscamente la cabeza hacia Axel. Éste pasó una página de la revista intentando disimular su diversión.

—Muy bien —Tom sacó la cartera—. Pero creo que lo querrá devolver en cuanto lo abra.

—En ese caso, siempre puedes echarme la culpa a mí —dijo Tara mientras se metía detrás del mostrador—. Pero si al final le gusta, espero verte por aquí antes de su cumpleaños. Hay un corpiño que también le encanta. Es ése de color azul que está dentro de la cabina.

Tom parecía ligeramente horrorizado mientras miraba hacia la cabina.

—Si quieres, te lo envuelvo en papel de regalo.

—Normalmente le doy lo que le he comprado sin más.

Tara vaciló un instante sin dejar de sonreír, y comenzó a guardar la caja con el camisón en una de las bolsas de la tienda. Tom volvió a mirar precipitadamente a Axel.

—Yo lo envolvería —le aconsejó Axel.

—Sí, será mejor que lo envuelvas —le pidió Tom a Tara.

—Como tú quieras —sacó la caja y se la llevó a la trastienda.

—Buena elección —le susurró Axel a Tom.

Tom esbozó una mueca.

—Janie va a pensar que me he vuelto loco al comprarle una cosa así —respondió.

—A lo mejor se alegra de que pienses que todavía es suficientemente excitante como para poder ponerse algo así.

—¿Tú crees?

—No sé, al fin y el cabo, eres tú el que llevas quince años casado.

—Pues sí, es una mujer muy excitante. Incluso con un camisón de franela —cerró la boca cuando Tara regresó con el paquete envuelto.

—¿Qué te parece? —le preguntó Tara.

—Es muy bonito, Tara —farfulló Tom.

Tara le sonrió mientras guardaba el camisón en la bolsa.

—Dáselo después de una cena agradable. Con velas. Y sin niños.

—Eh, sí, claro.

Tom agarró la bolsa y salió de la tienda como si le persiguiera el mismísimo diablo. En cuanto cerró la puerta tras él, Tara se llevó la mano a la boca y comenzó a reír.

—Ese hombre no tiene ni idea de lo que le espera —dijo cuando por fin cesaron las carcajadas—. Janie pasa por la tienda todas las semanas y se queda maravillada mirando ese camisón, pero tiene miedo de que Tom se ría de ella si la ve con algo así —se echó a reír otra vez y sacudió la cabeza—. Ese tipo de situaciones son constantes en la tienda.

—Retiro lo que dije sobre que no estás implicada en la vida de la gente del pueblo.

—¿Perdón? —preguntó Tara con extrañeza.

—No te limitas a vender. Probablemente eres la responsable de que muchos matrimonios de aquí no caigan en la rutina.

—No sé si tienes razón, pero te aseguro que vendo una gran cantidad de lencería. Tu madre…

—No, por Dios, no quiero que me digas que mi madre se ha comprado ninguna de las prendas de esa esquina.

Las carcajadas de Tara volvieron a resonar en la tienda.

—De acuerdo, no lo haré.

Axel la siguió con la mirada mientras Tara se dirigía a la trastienda. Era la primera vez que la oía reír después de aquellos cuatro meses. Reír de verdad. Y se juró que Tara jamás tendría una razón para dejar de hacerlo.

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

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