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Capítulo 3

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Tara no estaba segura de haber oído bien.

—Mi guardaespaldas.

Pero Axel no la corrigió. Continuó donde estaba, observándola con aquellos ojos dorados que no había conseguido borrar de su mente.

—No —dijo ella con voz firme, y continuó avanzando hacia la puerta—. No, no y no.

—Eso no vas a decidirlo tú.

Empujó la puerta.

—Por supuesto que sí. De la misma forma que ahora mismo estoy decidiendo que tienes que marcharte. Quiero que te vayas inmediatamente.

Axel la sorprendió caminando hacia la puerta. Pero antes de cruzarla, se detuvo. Estaban tan cerca que Tara podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Axel inclinó la cabeza hacia ella y Tara tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no temblar.

—De una u otra forma, estaré vigilándote y protegiéndote, Tara. Si colaboras conmigo, harás que mi tarea resulte más fácil.

Le resultó imposible no temblar. Pero esperaba al menos que Axel lo atribuyera al frío de la noche y no al efecto que tenía sobre ella.

—No tengo ningún motivo para hacerte la vida más fácil.

Además, necesitaba poner distancia entre ellos antes de que se hiciera evidente para cualquiera que la mirara con atención que no estaba tan delgada como antes.

Los embarazos inesperados no pertenecían únicamente al dominio de las jóvenes imprudentes. Ella era una mujer adulta y aun así, se había quedado embarazada algo que, de momento, sólo sabían ella y el tocólogo que la atendía en Braden.

—Cariño —respondió Axel, bajando ligeramente la voz—, en todo esto no hay nada fácil.

Y salió.

Tara cerró la puerta tras él y lo miró a través del cristal mientras echaba el cerrojo.

—No pienso dejar las cosas así —le advirtió Axel.

—Pues me temo que vas a perder el tiempo —contestó ella, odiando el nudo que tenía en la garganta.

Se apartó bruscamente de la puerta e, ignorando todo lo que le quedaba por hacer, se dirigió directamente hacia la puerta de atrás, deteniéndose solamente para apagar las luces y recoger el abrigo.

Se metió en el coche, salió del callejón y menos de diez minutos después, estaba en su casa.

Axel no la había seguido. Se dijo a sí misma que no la sorprendía. La amenaza de convertirse en su guardaespaldas era solamente eso, una amenaza. Lo cual no explicaba por qué, una vez dentro de casa, continuaba asomándose a la ventana en busca de su camioneta.

Cuando se dio cuenta de que acababan de encender las farolas de la calle le entraron ganas de tirarse de los pelos: había perdido una hora yendo de ventana en ventana, esperando que apareciera Axel, o algo peor.

Caminó con paso firme hasta el armario, abrió bruscamente la puerta y sacó el primer vestido decente que encontró. Lo dejó encima de la cama y fue al cuarto de baño.

El espejo le devolvió la imagen de una joven con las mejillas sonrojadas y los ojos oscuros. Se soltó el pelo, se lo cepilló con fuerza y se retocó el maquillaje. Regresó al dormitorio y se puso el vestido, un vestido negro, completamente acorde con su humor y de corte muy suelto. Completó su atuendo con unas medias negras, unos zapatos de tacón y un colgante y unos pendientes de color negro que ella misma había diseñado.

Una vez arreglada, se dirigió hacia la puerta. Lo último que le apetecía hacer aquella noche era ir al baile de San Valentín, pero era preferible a continuar escondida entre las sombras de su propia casa, esperando a que apareciera Axel Clay.

Cuando llegó al colegio, vio que habían vuelto a cambiar la decoración del gimnasio. En aquella ocasión para que pudiera celebrarse allí la cena que terminaría con un baile amenizado por el grupo que estaba ya sobre el escenario. Había varias mesas redondas a lo largo de una de las paredes del gimnasio y la mayoría estaban ya llenas. Frente a ellas habían servido el bufé.

Y, por supuesto, había corazones por todas partes.

Tara resopló disimuladamente mientras le tendía su ticket a uno de los adolescentes de la entrada y se quitaba el abrigo, que dejó en el guardarropa.

Le inquietó el hecho de dejar las llaves del coche en el bolsillo del abrigo, pero aquello le irritó sobremanera. Si no hubiera sido por la visita de Axel Clay, ni siquiera habría pensado en ello.

—Buenas noches, Tara —la saludó Joe Gage a los pocos segundos de entrar—, estás guapísima.

—Gracias, tú también estás muy elegante.

El director del colegio era un hombre agradable, pero, definitivamente, no se le hacía la boca agua al mirarlo. Estando embarazada, lo último que debería hacer era alentarle, pero las situaciones desesperadas requerían a veces de medidas desesperadas.

—Parece que ha venido mucha gente —probablemente ella era la única persona del pueblo que había comprado el ticket sin intención de utilizarlo.

—Sí —Joe desvió la mirada hacia Dee Crowder, que acababa de pasar por delante de ellos con un bonito vestido de encaje rojo—. Pero en mi mesa sobra un asiento a mi izquierda.

—Gracias… —no pudo continuar, porque en ese momento sintió una mano sobre su hombro.

—Gracias, Joe —dijo Axel por encima de su cabeza—, pero deberíamos encontrar sitio para dos —se echó a reír—. Aunque la verdad, no me importaría que Tara se sentara en mi regazo durante la cena.

Tara alzó la mirada hacia él.

—¿Qué…?

Axel apretó ligeramente la mano, sin fuerza, pero, definitivamente, era una advertencia. La protesta de Tara murió inmediatamente en su garganta. Pero se sonrojó violentamente al ver la expresión de Joe al fijarse en la mano que Axel había puesto sobre su hombro.

—A mí tampoco me importaría que la mujer más guapa de la fiesta se sentara en mi regazo —Joe miró de nuevo hacia las mesas—. La mayor parte de tu familia anda por aquí, y ocupa unas cuantas mesas.

—Gage —Dee Crowder apareció en aquel momento. Miró con curiosidad a Axel al ver que tenía la mano apoyada en el hombro de Tara—, ¿te importa que me siente a su lado?

—Por supuesto que no. Axel, Tara, disfrutad de la velada —les deseó antes de agarrar a Dee del brazo.

Tara sintió que su última oportunidad de sentarse lejos de los Clay se evaporaba mientras veía a Joe acompañar a Dee hasta su mesa.

—Vamos a bailar—la urgió Axel empujándola hacia el minúsculo espacio que habían habilitado como pista de baile.

—No sé bailar —protestó Tara, experimentando una intensa sensación de déjà vu cuando Axel le hizo volverse en sus brazos.

—Creo que sobre esto ya hemos hablado en otra ocasión —musitó Axel, haciéndole apoyar la cabeza en su hombro.

Lo último que necesitaba Tara era que le recordaran lo que había pasado en Braden. Particularmente cuando era imposible olvidar lo ocurrido aquella noche, cortesía de la cada vez más ancha línea de su cintura. Y cuando Axel decidió posar la mano precisamente allí, no pudo evitar contener la respiración, esperando que hiciera algún comentario. Afortunadamente, lo único que susurró fue:

—Relájate.

—Supongo que estás de broma.

—Cariño —le susurró Axel al oído—, jamás en mi vida había hablado tan en serio.

La estrechó contra él de tal manera que sus senos rozaron su pecho.

—¿Cómo puedo estar segura de que no te has inventado todo lo que me has dicho? En mi vida había oído hablar de esa agencia.

Axel le hizo dar una vuelta.

—No alces la voz.

—No me puede oír nadie —¿cómo iban a oírle si no había ni un centímetro de distancia entre ellos?

—Nunca se sabe quién puede estar escuchando —rozó su oreja con los labios, haciéndola estremecerse y olvidarse de todo lo que no fuera el presente—. Algún día es posible que te pregunte qué razón crees que podría tener para inventarme una cosa así, pero de momento, basta con que sepas que la mayoría de la gente no tiene ningún motivo para oír hablar de la agencia, y me alegro de que sea así.

—No es que no me crea lo que me has contado, pero mi hermano tiende a ser exageradamente protector —quizá por culpa de su propia infancia. Ella también tenía sus propios traumas. Eso era lo que ocurría cuando alguien vivía al lado de un hombre cuyo trabajo exigía cierto secretismo—. Pero creo que estoy en condiciones de hacerme cargo de mi propia seguridad.

Axel bajó ligeramente la mano por su espalda.

—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?

Tara le pisó deliberadamente el pie, mientras deseaba que fuera igual de fácil poder pisotear el recuerdo de los labios de Axel acariciando el mismo rincón de su piel que en aquel momento rozaba con la mano.

—Lo siento.

—No lo sientes en absoluto, pero es normal que estés a la defensiva. Te he puesto en una situación muy difícil.

Volvieron a entrarle ganas de echarse a reír. Si él supiera…

—Qué comprensivo por tu parte.

Intentó apartarse ligeramente de él, aunque sólo fuera para poder respirar, pero Axel cubrió su mano con la suya.

—La gente se va a llevar una idea equivocada —el corazón le latía con fuerza y era dolorosamente consciente de que era Axel, y no lo que le estaba diciendo, el motivo de que se le acelerara de aquella manera.

—¿Una idea equivocada sobre qué? A mí no me importa que se den cuenta de que me gusta bailar contigo.

—Pues a mí sí.

Tara sintió sus labios contra su sien y su pulgar acariciándole la muñeca.

—Mentirosa, el pulso te late a toda velocidad.

—Eso es porque estoy enfadada.

Axel suspiró con fuerza.

—No estaba bromeando cuando he dicho que todo esto resultaría más fácil si contara con tu colaboración. Pero si prefieres que te persiga como si fuera una especie de acosador, lo haré.

Tara quería escapar de sus brazos y salir corriendo de allí. Pero se limitó a seguir bailando la balada interminable que tocaba el grupo.

—Ya te lo he dicho, sé cuidar de mí misma.

Le sintió suspirar otra vez.

—¿Quieres que te cuente cómo murió la familia del otro agente? ¿Sabes que hacían una vida completamente normal, que jamás sospecharon…?

—Ya basta —se le estaba revolviendo el estómago—. No quiero oír los detalles.

—Y yo no quiero dártelos —le aseguró él—, pero lo haré si de esa forma puedo demostrarte que esto va en serio —giró suavemente para evitar que chocaran con otra pareja y bajó la voz—. No tenemos la seguridad de que la amenaza de muerte contra Sloan proceda de Deuce, pero es bastante probable, teniendo en cuenta que el juicio es la semana que viene. Si no quieres hacer esto por ti, hazlo por tu hermano. Tara, por favor, déjame hacer mi trabajo.

—Entonces, protege a Sloan.

—Mi misión consiste en protegerte a ti.

Misiones, trabajos. Su insistencia estaba directamente relacionada con su trabajo. No tenía nada que ver con ella. No tenía nada que ver con la noche que habían pasado abrazados, y, desde luego, mucho menos con las consecuencias de aquellas horas. Consecuencias que, afortunadamente, Axel ignoraba.

—Gracias, pero no.

Aprovechando que había terminado la canción y que Hope Clay estaba animando a todo el mundo a disfrutar del bufé, Tara se separó de él.

—Si me perdonas —dijo en voz alta, para que cualquiera que estuviera cerca pudiera oírla—, hay algunas personas a las que me gustaría saludar.

Y sin esperar respuesta, se volvió y se fundió entre la masa de gente que se dirigía hacia la comida. Pero en vez de acercarse a la cola, fue rápidamente al cuarto de baño.

Desgraciadamente, tampoco allí encontró escapatoria. Emily Clay, la madre de Axel se estaba secando las manos con una toalla de papel.

—Hola, Tara —al igual que la mayor parte de las mujeres que habían ido a la cena, iba con un vestido rojo, muy apropiado para la fecha—. Qué vestido tan bonito.

—Gracias —contestó Tara, dolorosamente consciente de su sencillez—. La verdad es que me he puesto lo primero que he encontrado en el armario.

—Vaya, no se te ocurra decirlo muy alto si no quieres ganarte unas cuantas enemigas. No todas nosotras podemos agarrar lo primero que encontramos en el armario y conseguir que nos quede tan bien como a ti.

Tara no necesitó mirarse al espejo para saber que se había ruborizado.

—Tengo la sensación de que te estás describiendo más a ti que a mí, pero muchas gracias.

Sabía que no era una mujer especialmente guapa, no era alta y tenía la nariz cubierta de pecas que el maquillaje no siempre conseguía disimular, y en aquel momento llevaba un vestido especialmente diseñado para disimular que comenzaba a engordar.

Afortunadamente, Emily no pareció notarlo. Tiró la toalla de papel a la papelera y se dirigió hacia la puerta.

—Asegúrate de que mi hijo se pase por nuestra mesa —le dijo a Tara con una sonrisa—. Aunque es evidente que prefiere dedicarte a ti toda su atención.

A Tara le resultó prácticamente imposible devolverle la sonrisa. Musitó algo sin sentido, pero no importó, porque Emily se apartó de la puerta para que pudieran pasar un par de adolescentes y se marchó.

Tara les devolvió el saludo a las recién llegadas y se lavó las manos. A continuación, en vez de dirigirse hacia la puerta que conducía al gimnasio, salió por la que daba al largo pasillo de cemento que conducía al frontón. Tenía intención de rodear el edificio, ir a buscar su abrigo al gimnasio y marcharse a casa. Una estrategia sencilla… O al menos eso le pareció hasta que al doblar la esquina descubrió a Axel apoyado contra la pared del gimnasio en actitud indolente y sosteniendo su abrigo.

—¿Olvidas algo? —levantó su abrigo con una mano. En la otra tenía las llaves de su coche.

Tara se acercó rápidamente a él y le quitó ambas cosas. Se echó el abrigo por los hombros y se volvió hacia el aparcamiento.

—Tu madre te está buscando.

—No pienso irme, Tara.

Tara aceleró el ritmo de sus pasos hasta empezar prácticamente a correr entre los coches. Pero entonces resbaló sobre un trozo de hielo que el frío comenzaba a formar en el suelo y echó las manos hacia delante, intentando amortiguar la caída. Afortunadamente, no llegó a hacer contacto con el suelo porque Axel la agarró por detrás.

—Tranquilízate —susurró contra su cuello.

Tara intentó desasirse de sus brazos, pero le resultó imposible.

—Suéltame.

—No voy a hacerte ningún daño.

La dejó suavemente en el suelo y soltó un juramento al descubrir que Tara tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Por favor, no llores. Puedo soportar cualquier cosa, salvo verte llorar.

Aquello era lo último que necesitaba. Tara sintió que las lágrimas desbordaban sus ojos y culpó a sus hormonas de aquella deplorable falta de control.

—Siento que tengas que sentirte incómodo —se secó las lágrimas, pero no sirvió de nada—. ¿Por qué no me dejas en paz?

—Porque no puedo —contestó Axel con expresión inescrutable.

—¿Por qué no? ¿Por toda esa historia de Sloan? Nadie cometería el error de pensar que le importo.

—Te equivocas.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque le conozco —contestó con voz queda.

—Pues me alegro de que le conozcas, porque te aseguro que yo hace tiempo que he dejado de conocerle. Y lo único que sé de todo esto es lo que tú me estás diciendo, así que… —intentó zafarse.

Axel exhaló un suspiro y la soltó.

—¿Por qué demonios iba a inventarme todo esto?

Desde luego, no para acercarse a ella, pensó Tara.

—No lo sé —admitió mientras se volvía de nuevo hacia su coche—. Y, francamente, tampoco me importa —mintió.

Al fin y al cabo, ¿qué importancia podía tener una mentira más entre ellos?

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

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