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Capítulo 7

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Estábamos empezando a preguntarnos si aparecerías.

El padre de Axel fue el primero en advertir su llegada cuando Tara entró siguiendo a un silencioso Axel en la enorme casa del rancho Double-C.

Todos los familiares que no habían estado en la iglesia se acercaron a saludar a Axel, pero en aquella ocasión, Tara tuvo la habilidad suficiente como para quitarse de en medio y se encontró frente a la hermana de Axel.

—Puede resultar un poco intimidante vernos a todos en la misma habitación —le dijo Leandra con una sonrisa.

Leandra no llevaba a su hijo Lucas en brazos, como en el gimnasio, pero Tara pudo ver al pequeño, que era la viva imagen de su padre, subiéndose a una mecedora. ¿Se parecería su hijo a Axel?

—Sí, sois un montón —se mostró de acuerdo Tara, intentando apartar aquel pensamiento de su mente, y fracasando de forma miserable.

—Yo ya he aprendido a dejar que pase la estampida antes de acercarme a mi hermano —tenía los ojos muy parecidos a los de Axel y en aquel momento brillaban de diversión—. Antes, Axel solía quejarse del tiempo que pasaba yo fuera de Weaver, pero parece que han cambiado las tornas —se subió las mangas del jersey—. ¿Hace calor aquí o soy yo?

—Eres tú —Evan le pasó el brazo por la cintura a su esposa—. Siempre tienes calor cuando estás…

Leandra le dio un pellizco en el brazo.

—Evan…

—¿Qué? —preguntó Evan con una sonrisa.

—Ahora no.

Evan se encogió de hombros y miró divertido hacia Tara. De todas las personas que allí había, probablemente Evan era la que más conocía, porque también él formaba parte de la cámara de comercio de la localidad. No sólo era el veterinario local y el socio de Axel en la granja equina, sino que junto a Leandra, era fundador de Nuevos Horizontes, un programa terapéutico que llevaba a Weaver a niños de todo el país.

—¿Sabes cuánto dinero se sacó en la cena de ayer?

Cuando le dijo la cantidad, Tara se quedó boquiabierta.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad —Courtney Clay se acercó a ellos—, gracias a mi puesto de besos. Me extraña no tener agujetas en los labios.

—Es una pena que no consiguieras sacarle una cita a ninguno de esos tipos —comentó Erik Clay, arrastrando las palabras. Erik era el hijo mayor de Tristan y Hope—. A este ritmo vas a terminar muriéndote soltera.

—¿Y cuándo tuviste tú tu última cita? —preguntó Courtney con voz engañosamente dulce.

Todo el mundo se echó a reír. La risa de Leandra era tan contagiosa que Tara no pudo evitar una sonrisa. Jamás había participado en una reunión como aquélla y era imposible no dejarse arrastrar por aquel ambiente. Había tanto… amor.

Axel se acercó por fin a su hermana.

—¿Por qué no has ido a la iglesia esta mañana?

—La verdad es que no sabes cuánto me alegro de no haber ido. Todo el pueblo está comentando que Tara y tú prácticamente estabais sentados el uno en el regazo del otro.

Tara se puso roja como la grana, pero Axel no pareció notarlo. Miró a su hermana con expresión traviesa y le preguntó:

—¿Has engordado?

—No hay nada como tener un hermano —se quejó Leandra con una mueca.

Evidentemente satisfecho con su victoria, Axel sonrió.

—¿Dónde está Hannah? ¿No la he visto por ninguna parte?

Hannah era la hija que Leandra y Evan habían adoptado. Al parecer era una niña autista, aunque las veces que había estado en la tienda con su madre, Tara no había visto nada que le hiciera pensar que era una niña diferente, probablemente porque era la niña en la que sus padres se habían inspirado para el programa terapéutico que estaban llevando a cabo y Hannah era la mejor demostración de su éxito.

—Está con los padres de Evan —Leandra sonrió—. Cuando la veas no la vas a reconocer.

—Estoy deseando verla —Axel se volvió entonces hacia Courtney. Tara pensó que quizá fueran imaginaciones suyas, pero tuvo la sensación de que su sonrisa se había tensado—. Hola, Courtney. Supongo que después de todo lo que has recaudado con tus besos, deberían ponerle tu nombre al ala nueva del colegio, ¿eh?

Courtney se echó a reír y le pasó el brazo por los hombros.

—Dios mío, cuánto me alegro de que estés en casa. Es casi como si… —se interrumpió y sacudió la cabeza—. Bueno, me alegro mucho de que hayas vuelto. Y espero que esta vez te quedes una buena temporada. Y tú —añadió, volviéndose hacia Erik—, deberías aprender de Axel. Es evidente que él si sabe cómo conseguir una cita.

Todo el mundo se calló en aquel momento y al verse convertida en el centro de atención, Tara volvió a sonrojarse. Abrió la boca para protestar, pero no fue capaz de articular palabra. Para colmo de males, Axel le pasó el brazo por los hombros.

—Por supuesto que debería aprender de él —se oyó una voz grave—. Ha salido a su abuelo.

Tara había coincidido con Squire Clay en muy pocas ocasiones y cuando entró en el salón, no pudo menos que pensar que Axel sería igual que él a su edad. Caminaba con un bastón, pero al menos por lo que Tara había visto, apenas se apoyaba en él.

Squire se detuvo frente a Axel y lo miró a los ojos.

—Por lo menos él ha comenzado a salir con alguien antes que otros que podría mencionar.

Miró a su alrededor, fijando la mirada significativamente en Jefferson y en sus otros hijos, Matthew, Daniel y Tristan. El único de sus hijos que no estaba presente era el padre de Courtney, Sawyer, al que habían visto ya en la iglesia. Pero después miró a Tara y le guiñó el ojo.

—Si no estuviera casado con una santa, habría ido yo a buscarte.

—Adelante, inténtalo —en aquel momento se acercó Gloria, la esposa de Squire—. Representarías todo un desafío para Tara y yo podría disfrutar de un merecido descanso.

—Así que yo digo que eres una santa y tú dices de mí que soy un desafío.

Haciendo caso omiso de su comentario, Gloria le dio un beso a Axel y le dirigió a Tara una sonrisa.

—Ten cuidado con estos hombres —le advirtió—. No se puede confiar en ninguno de los descendientes de mi marido cuando ponen los ojos en una chica guapa.

Tara volvió a sonrojarse. Eso era precisamente lo que se temía. Y lo que había querido evitar.

—A lo mejor es en Tara en quien no se puede confiar —replicó Axel.

—Ahora no te metas con Tara —intervino Emily—. Es una chica encantadora —la agarró del brazo—. Ven conmigo, en la cocina estarás a salvo.

Aterrada, Tara miró a Axel desesperada, pero él ya se estaba volviendo hacia sus tíos y, evidentemente, Tara no podía negarse a acompañar a su madre a la cocina.

—Mirad quién ha venido con Axel —anunció Emily cuando entraron en la espaciosa cocina.

—¡Qué alegría! —Clay colocó una olla enorme en el mostrador que había al lado del fregadero y se apartó un mechón de pelo de la cara—. El otro día quería acercarme a tu puesto para ver si tenías gargantillas nuevas, pero cuando fui ya te habías ido.

—Tengo algunas gargantillas nuevas. Si te pasas por la tienda esta semana, te las dejaré al precio que tenían ayer en el gimnasio.

—Cariño, creo que no valoras tu trabajo todo lo que deberías, pero no voy a despreciar una ganga, así que me pasaré por tu tienda esta semana.

Leandra entró en aquel momento en la cocina con Lucas en brazos.

—¿A qué hora vamos a comer? Este hombrecito tiene hambre.

—Toma.

Jaimie le tendió al niño una galleta que Lucas se metió con avidez en la boca. Leandra se sentó al lado de su madre y suspiró. Emily alargó entonces los brazos hacia el pequeño para que se sentara en su regazo.

—Estás sofocada.

—Debería haberme puesto algo más fresco.

—Es San Valentín —le recordó Jaimie—, hay más de cincuenta centímetros de nieve en las calles, ¿cómo es posible que tengas tanto calor?

Leandra entreabrió los labios, pero no dijo nada. En el momento en el que cruzó la mirada con Tara, se puso roja como la grana. Emily se irguió en la silla y exclamó:

—¡Estás embarazada!

Leandra gimió.

—Sabía que no iba a poder mantenerlo en secreto durante mucho tiempo.

—¡Entonces es verdad! —Emily dejó rápidamente a su nieto en una silla y enmarcó el rostro de su hija con las manos—. Como si fuera posible ocultarme algo así durante mucho tiempo. ¡Llevas en tu vientre a uno de mis nietos! ¿Crees que no lo habría adivinado con sólo mirarte?

Tara se inclinó bruscamente hacia la olla que Jaimie había dejado abandonada para ir a abrazar a su sobrina. Estaba llena de agua y patatas cocidas y como había un colador en el fregadero, Tara la vació en él.

—Oh, cariño, ya me ocupo yo de eso —dijo Jaimie rápidamente.

—No importa —de hecho, prefería mantenerse ocupada mientras la madre de Axel cantaba las alabanzas de su futuro nieto.

Posiblemente, si se enterara de su embarazo no mostraría tanto entusiasmo.

—¿A qué se debe tanto alboroto? —en ese momento apareció Gloria con Hope, Courtney y Sarah y pronto la cocina estuvo abarrotada de familiares que acababan de enterarse de la noticia.

Intentando mantenerse en segundo plano, Tara comenzó a preparar el puré de patatas, pero fue dolorosamente consciente del grito de alegría de Axel cuando se unió al grupo.

Con aquel alboroto, le pareció casi milagroso que minutos después estuvieran todos sentados a la mesa del comedor. En cuanto se hizo el silencio, Squire bendijo la mesa con unas palabras que emocionaron a Tara, pero en cuanto se pronunció el «amén», volvieron las risas y los gritos.

Tara no podía evitarlo. Quería estar allí sentada, quería verlo todo. Porque aquello era un espectáculo glorioso para ella, que jamás había vivido nada parecido.

—¿Estás bien? —le preguntó Axel con voz queda, para que sólo ella pudiera oírle.

Tara parpadeó e intentó concentrarse en el plato que le habían llenado hasta los bordes.

—Sí, estoy bien —contestó forzando una sonrisa—, pero no puedo comerme todo esto.

—Claro que sí. Pero si de verdad no puedes, no te preocupes. Yo me lo terminaré por ti.

—Siempre tan glotón —dijo Leandra con cariño. Estaba sentada frente a él—. No sé cómo consigues mantener esa silueta de jovencita.

Axel le tiró la servilleta y ella la atrapó entre risas.

—No juguéis en la mesa —les regañó Gloria, sin dejar de prestar atención a Courtney, que estaba sentada a su lado.

—No es mi silueta la que está en peligro —le dijo Axel a Leandra, que, a pesar de la advertencia de Gloria, también le lanzó la servilleta—. Es Tara la que tiene el plato lleno de comida.

—Por favor, Ax —le regañó Sarah, sacudiendo la cabeza.

—¡Que estoy de broma! —miró a Tara de reojo—. Ya lo sabías, ¿verdad? Vaya, tienes una silueta tan perfecta como… —se interrumpió al ver que Tara tenía las mejillas ardiendo—. Muy bien —se concentró de nuevo en el plato—. Será mejor que me dedique a comer.

—Buena idea, hijo —contestó Jefferson.

Todo el mundo se echó a reír. Hasta Tara consiguió unirse a sus risas, y, por lo menos en lo que a los demás concernía, pasó rápidamente lo embarazoso de la situación,

Ella, sin embargo, estuvo intentando dominar durante un buen rato el placer y la sorpresa que le había causado que Axel la considerara perfecta en algún sentido.

Para cuando todo el mundo terminó de comer, creía tener la situación dominada. En el instante en el que Jaimie se levantó para quitar la mesa, ella la imitó.

—Te diría que te sentaras porque eres una invitada, pero cuantos más ayuden, mejor —le dijo Jaimie con una sonrisa—. Y más rápido serviremos el postre.

Tara fue agrupando los platos que le tendían mientras iba rodeando la mesa y contando al mismo tiempo las personas allí reunidas. Veintidós, y eso que no estaba toda la familia.

—Cariño —le pidió Emily a Axel—, ayuda a Tara con los platos. Pesan mucho para ella.

—No, no hace falta —protestó Tara rápidamente.

Sin embargo, Axel se levantó y le quitó los platos de las manos.

—Ya aprenderás que no se debe discutir nunca con mi madre.

—Tiene razón —se sumó Jefferson—. No sirve de nada.

—¡A callar! Dime, Leandra, cariño, ¿cuándo nacerá el bebé?

Tara retiró algunas de las fuentes del centro de la mesa y comenzó a dirigirse hacia la cocina.

—A principios de julio —oyó que contestaba Leandra.

Fue casi inevitable que se detuviera para mirar sorprendida a la hermana de Axel. Por esas mismas fechas daría ella a luz y, sin embargo, no estaba en condiciones de ponerse un vestido de lana tan ajustado como el que Leandra llevaba sin que se notara su vientre hinchado.

Estuvo a punto de chocar con Axel, que regresaba en aquel momento de la cocina.

—¿Quieres que lo lleve yo a la cocina?

—¡No! —contestó, quizá con un énfasis excesivo—. No, gracias, ya lo llevo yo.

¿Fueron imaginaciones suyas o Axel la miró con los ojos ligeramente entrecerrados?

Pasó por delante de él y se dirigió a la cocina, donde Jaimie estaba sacando las tartas.

—Eres un encanto —le dijo a Tara—, pero no voy a dejar que ahora metas todo eso en el lavavajillas.

Eso era precisamente lo que Tara pretendía hacer. Cualquier cosa con tal de no tener que volver a sentarse con toda la familia. Sólo había compartido una comida con ellos y ya quería huir de allí. Todo era demasiado perfecto. Y ella sabía que cualquiera cosa que fuera demasiado perfecta nunca duraba.

—Pero yo…

—De verdad, déjalo —la interrumpió Jaimie divertida mientras empezaba a cortar las tartas—. Me ha costado quince años conseguirlo, pero en esta casa son los hombres los que se ocupan de lavar los platos. Lo que puedes hacer es ir a ver qué quieren de postre. Las opciones son tarta de manzana y de chocolate.

Tara no tuvo elección. Regresó al comedor y se aclaró la garganta con intención de llamar la atención de todo el mundo. No lo consiguió, así que tuvo que elevar la voz.

—Perdonad… —ya estaba. Más de una docena de cabezas se volvieron hacia ella—. Jaimie quiere saber qué queréis de postre.

Fue tomando nota mentalmente de todas las respuestas hasta que miró a Axel.

—Chocolate —dijo él, pronunciado aquella palabra como si fuera una caricia.

Antes de que volvieran a verla sonrojarse, Tara dio media vuelta y regresó a la cocina. Pero ni siquiera allí pudo olvidar lo peligrosa que podía llegar a ser una tarta cuando Axel era uno de los ingredientes.

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

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