Читать книгу E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras - Страница 14
Capítulo 8
ОглавлениеA qué hora vas a la tienda?
Era lunes por la mañana y Tara estaba sentada en la encimera, metiendo una bolsita de té en el agua caliente. Axel estaba sentado a la mesa, con el periódico a un lado y el portátil al otro. Y ella continuaba luchando contra sus hormonas, que parecían haber enloquecido el día anterior.
—Me gusta llegar allí a las ocho —intentó concentrarse en el té y apartar la mirada de aquel hombre tan atractivo—, para así tener tiempo de organizarlo todo antes de abrir a las nueve.
Excepto durante los últimos meses, en los que había estado pensando en retrasar la apertura una hora, porque ése era aproximadamente el tiempo que tardaba en tener las náuseas bajo control.
Aquella mañana, sin embargo, no se había levantado con náuseas, sino con un antojo que no podía permitirse el lujo de aliviar.
Axel dobló la sección de deportes del periódico.
—Voy a ducharme y después podremos irnos cuando quieras.
Tara musitó algo casi para sí. ¿Cómo iba a poder pasar otras veinticuatro horas con Axel Clay?
Bajó la mirada, pero aun así, pudo verle salir de la cocina. En el silencio posterior, le oyó buscar algo en su bolsa y después encerrarse en el cuarto de baño. Suspiró y dejó de juguetear con la bolsita de té que no paraba de hundir y sacar del agua caliente. Quería un café. Bien caliente.
Y quería sexo. Caliente también.
Los libros sobre el embarazo ya le habían advertido sobre los cambios hormonales que se producían durante la gestación. Así que decidió ignorar la voz interior que le decía que no era el embarazo, sino Axel, el que estaba en la raíz de aquel deseo.
Tiró el té por el fregadero y, enfadada consigo misma, salió de la cocina. Vio la ropa que había dejado Axel al lado de su bolsa. Inmediatamente, desvió la mirada y ordenó las revistas de encima de la mesa. Oyó entonces el sonido de la ducha. Y su imaginación enloqueció. Corrió a encerrarse en el dormitorio antes de hacer una locura, como, por ejemplo, sumarse a su ducha.
Estaba ya vestida, se había puesto una blusa de seda de color azul y unos pantalones negros de cintura elástica. Ordenó los objetos que tenía sobre la cómoda: el espejo que le había regalado su madre, una fotografía de la familia McCray cuando Tara y Sloan tenían cinco años… Todavía eran demasiado pequeños como para darse cuenta de lo que podían esperar de un padre que llevaba una doble vida.
No sabía por qué había dejado allí aquella fotografía en particular cuando el resto de las fotografías familiares, las pocas que tenía, estaban guardadas en un armario. ¿Sería por lo felices que parecían en ella?
Ni siquiera se acordaba de dónde vivía cuando tenía cinco años. No reconocía los muebles que aparecían en la fotografía, pero su madre se mostraba en ella feliz y despreocupada, con Tara sentada en su regazo, mientras su padre parecía también muy relajado sosteniendo a Sloan. Quizá aquella fotografía representara lo fugaz de la felicidad.
Cuando Axel llamó a la puerta, el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. La abrió y sintió que la recorría un calor intenso al verlo vestido con un jersey que se pegaba a su torso y unos vaqueros.
—¿Estás lista?
Para él, siempre lo estaría.
—Sí —contestó más o menos tranquila. Bajó la mirada—. Deberías calzarte.
—¿De verdad? —contestó Axel con una elocuente sonrisa, antes de dar media vuelta y dirigirse al cuarto de estar.
Para cuando se encontraron de nuevo en la puerta, Tara ya se había puesto el abrigo. Pero estaba a punto de salir cuando Axel la detuvo:
—Espera, yo saldré primero. Todavía no he inspeccionado los alrededores de la casa esta mañana. Si no hay ningún problema, te avisaré.
Tara tragó saliva.
—¿Y si surge algún problema?
No le gustaba tener que reconocer que alguien quería hacerle daño. Y tampoco le gustaba la intención de Axel de interponerse entre ella y ese alguien en el caso de que ocurriera algo.
—En ese caso, enciérrate en casa, mantente lejos de puertas y ventanas y llama a Hollins-Winword.
—¿Y cómo se supone que voy a llamar a la agencia? No creo que aparezca en la guía telefónica el nombre de una agencia de la que supuestamente nadie debería conocer su existencia.
—He programado su número en tu teléfono móvil.
—¿Cuándo? —preguntó Tara boquiabierta.
A menos que estuviera conectado al cargador, siempre llevaba el teléfono en el bolso.
—Ayer, pero no te preocupes. No he leído tu diario.
—Muy gracioso.
Seguramente, a esas alturas, Axel ya sabía que no llevaba nada de ese estilo en el bolso. Y se alegró inmensamente de haber guardado la edición de bolsillo de Nueve meses después en la cómoda.
Sacó el teléfono y localizó inmediatamente el número de la agencia.
—Es un número local.
—Sí —Axel se puso la cazadora y comenzó a abrir la puerta.
—¡Espera!
—¿Qué pasa ahora?
—¿Y tú? Quiero decir… ¿no deberías llevar una pistola o algo así?
—¿Estás preocupada por mí?
—¿Y no debería? Sloan y tú decís que necesito un guardaespaldas. ¿Crees que me apetece que te hagan algo por protegerme?
—Pon a descansar tu conciencia, cariño. Éste es mi trabajo —abrió la puerta y salió.
Tara esperó en silencio hasta que oyó la bocina de la camioneta. Exhaló entonces aliviada, salió y echó los cerrojos que el propio Axel había instalado la noche anterior.
Cinco minutos después, estaban en la tienda. Mientras Tara encendía una vela aromática, Axel estuvo merodeando por la tienda. Al cabo de un rato, se sentó en un sofá de cuero que había enfrente de la barra que hacía las veces de mostrador.
—Es una pena que no tengas este sofá en tu cuarto de estar —comentó—. Es mucho más cómodo que el que tienes en tu casa.
—Y más de medio metro más largo.
—¿Cuánto cuesta?
—¿Por qué lo preguntas? No vas a mudarte a mi cuarto de estar.
—¿Por qué no? De hecho, ya estoy viviendo contigo.
—Vas a pasar una temporada en mi casa —le corrigió—, que es algo muy distinto.
—Sí, y no incluye nada de sexo.
Tara se volvió para limpiar el mostrador.
—Tú mismo dijiste que querías que fuera así.
—Lo que dije fue que era lo más adecuado en estas circunstancias, no que no quisiera…
Tara continuó quitándole el polvo al mostrador, pero al cabo de unos segundos, Axel insistió:
—Entonces, ¿cuánto cuesta? —Tara le dijo una cifra astronómica—. Muy bien, me lo quedo.
Al oírle, Tara se volvió indignada hacia él.
—¿Y dónde crees que vas a meter un sofá tan grande?
—En mi casa, naturalmente.
Su casa, la casa de la que le había hablado durante el fin de semana de Braden. La había hecho construir justo antes de abandonar el país y estaba a medio camino entre la casa de sus padres, la granja equina y el rancho Double-C. Era una auténtica tortura saber que recordaba todas y cada una de las palabras que habían salido meses atrás de sus labios.
—Ya te comenté que prácticamente no tenía muebles. Y supongo que quieres vender éste, ¿verdad?
—Un sofá con este precio debería estar fuera de tu presupuesto.
—Si quieres, podemos comparar las devoluciones de hacienda. Estoy seguro de que así dejarás de preocuparte por si un sofá que cuesta más de lo que debería entra o no dentro de mi presupuesto.
—Si crees que cuesta más de lo que debería, ¿por qué lo quieres? —respondió Tara mientras tomaba la tarjeta de crédito que Axel le tendía.
—Porque a veces me gusta conseguir exactamente lo que quiero —bajó la mirada hacia sus labios—. Y algún día, tú y yo terminaremos haciendo el amor en este sofá.
—Ni lo sueñes.
—Puedes estar segura.
Tara pasó la tarjeta de crédito por la máquina.
—¿Y cómo vas a sacar el sofá de aquí? Por lo menos hacen falta tres hombres para moverlo.
—Mandaré a alguien a buscarlo.
Tara imprimió el ticket de compra y se lo tendió para que lo firmara.
—¿Y tendré que pedirles el carné de identidad para asegurarme de que son quienes dicen ser?
—Hasta ahora no me había dado cuenta del buen humor que tienes por las mañanas —respondió Axel mientras firmaba.
—Afortunadamente, no tendrás que soportarme durante mucho tiempo —le quitó el bolígrafo de entre los dedos y lo guardó en su sitio—. Pronto podremos retomar nuestras vidas.
Axel se apoyó entonces con los brazos cruzados sobre el mostrador y se inclinó de tal manera hacia delante que sus labios quedaron a sólo unos milímetros de los de Tara.
—Ésa es mi vida.
Tara retrocedió bruscamente, para que no hubiera ningún peligro de que la besara.
—Pues ésta no es mi vida.
Giró bruscamente y se dirigió hacia el almacén, donde tenía una docena de paquetes que quería abrir. Pero antes de que pudiera sacar su contenido, tendría que hacer sitio en la tienda. Por supuesto, la venta del sofá la ayudaría.
—¿Por qué decidiste abrir una tienda de este tipo cuando viniste a Weaver? —preguntó Axel tras ella.
—¿Qué otra cosa podía hacer? —lo miró de reojo mientras abría una de las cajas con una cuchilla—. La revista para la que escribía estaba en Chicago.
—¿Qué revista?
—¿Ese detalle no figura en tu informe?
Le dijo el nombre de la revista y Axel arqueó las cejas sorprendido.
—Mi madre lee esa revista.
—Mucha gente la lee, y ésa es una de las razones por las que estaba entusiasmada con aquel trabajo —hizo una mueca—. Duró dos años. Ahora estoy aquí.
—Pero siempre se puede escribir a distancia.
—No, cuando estás escribiendo una sección sobre estilos de vida en Chicago —quitó el plástico protector de los paquetes y dejó al descubierto dos mesas de jardín de hierro forjado.
Cuando comenzó a levantar la primera, Axel se ofreció a ayudarla.
—Puedo hacerlo yo.
Pero Axel la ignoró y sacó las dos mesas de las cajas.
—No es ningún delito aceptar ayuda.
—Ya lo sé. Pero cuando vas a tener que prescindir pronto de esa ayuda, es preferible no acostumbrarte a ella —llevó la caja hasta la puerta y se detuvo un instante para mirarlo.
—Estás aprendiendo —Axel tomó la caja y la sacó al cubo de basura que había en el callejón. Regresó a los pocos segundos—. Pero todavía no me has contado por qué abriste una tienda como ésta. En Weaver nunca ha habido nada parecido.
—Y ésa es la razón por la que tenía tantas posibilidades de fracasar como de tener éxito.
—Exacto —Axel levantó el portavelas en el que Tara había colocado una vela con olor a café—. Este olor me hace la boca agua.
—Si quieres, puedes prepararte un café —señaló la cafetera que tenía encima de un escritorio que rara vez utilizaba—. Tienes café en el primer cajón. Lo guardo para los clientes —abrió el segundo cajón—. Aquí tienes galletas y bizcochos. También son para mis clientes.
—Una tienda que ofrece un servicio completo.
—Algo así —se lavó las manos en un lavabo que había en una esquina, sacó una bandeja de cristal y comenzó a colocar las galletas.
—Todavía no me has dicho por qué pusiste esta tienda.
Tara inclinó la cabeza y suspiró. Realmente, aquel hombre le daba a la palabra «insistente» un nuevo significado.
—Mi madre siempre había soñado con tener una tienda de este estilo —hablaba constantemente de ello, pero los continuos traslados de su padre le habían impedido hacer realidad su sueño.
—Perdiste a tus padres siendo muy joven.
—A los veinte años, sí —contestó Tara mientras llevaba la bandeja al mostrador.
El reloj de péndulo que tenía en una de las paredes indicaba que todavía faltaba un cuarto de hora para las nueve, pero aun así, colocó el cartel de «abierto» y quitó el cerrojo.
—¿Y ahora qué? —cuando se volvió, encontró a Axel a sólo unos centímetros de ella.
—Ahora tenemos que esperar a que comiencen a venir los clientes —afortunadamente, aquel día, gracias a la venta del sofá, no tendría que preocuparse por las ventas.
Permaneció cerca de la puerta observando la tienda e intentando decidir cómo la decoraría cuando el sofá desapareciera.
—Supongo que pedirte que te encargues de llevarte el sofá esta mañana no serviría de nada.
—¿Quieres perderme de vista? —sacudió la cabeza—. Lo siento, pero me temo que el sofá tendrá que esperar.
No esperaba otra cosa. Sabía que no le iba a quedar más remedio que trabajar con él.
Se metió en la cabina telefónica para ordenar la lencería. Axel volvió a sentarse en el sofá.
—Continúo pensando que es una pena que no tengas esa lencería en tu casa.
—Si no estás cómodo en mi casa, ya sabes lo que tienes que hacer —cometió el error de mirarlo a través de la cabina y se encontró atrapada en la intensidad de su mirada.
Recordó inmediatamente sus palabras: «tú y yo vamos a hacer el amor en este sofá».
—Marcharte —añadió.
—Me temo que no puedo hacerlo.
—No tuviste ningún problema en hacerlo en otra ocasión —replicó Tara sin poder evitarlo.
—Eso fue inevitable. Surgió algo inesperado.
—¿Un asunto de trabajo?
—Sí —contestó Axel tras una leve vacilación.
Pero Tara tuvo la certeza absoluta de que le estaba mintiendo.