Читать книгу E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras - Страница 17

Capítulo 11

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Cuántos años se supone que tenía ese niño? —preguntó Axel mientras volvían hacia el pueblo—. Stevie Stuart, el niño bala.

—No lo sé, unos cinco o seis, ¿por qué lo preguntas?

—Por nada —giró la rejilla de la calefacción del coche—. ¿Tienes suficiente calor?

—Sí —de hecho, tenía más que suficiente.

Sus papilas gustativas estaban ya saciadas con el sabor de la vainilla, pero el resto de ella continuaba deseando… tarta de chocolate.

—¿Has pensado alguna vez en tener hijos?

Tara cerró los ojos. Se sentía a punto de agonizar.

—Tengo treinta años —fue lo único que pudo decir.

—¿Comienza a sonar el reloj biológico?

—Algo así —vaciló durante algunos segundos antes de preguntar—: ¿Y tú?

—Algún día —respondió Axel en tono despreocupado—. Supongo que ya has notado que los Clay somos una familia muy numerosa.

—Sí —Tara reconoció entonces la camioneta de Mason. En aquella ocasión a unos cinco vehículos de distancia—. ¿Cómo se te ocurrió lo de ser guardaespaldas?

—La agencia no sólo se dedica a prestar servicios de este tipo.

—¿A qué otras cosas se dedica?

—A hacer del mundo un lugar más seguro. De hecho, ésa es la razón de su existencia —curvó los labios en una sonrisa de pesar—. Aunque no sé cómo encajo yo en eso.

—¿Por qué lo dices?

Axel sacudió la cabeza y cuando Tara comenzaba a pensar que no iba a contestar, respondió:

—He fracasado en lo más importante que podría haber hecho.

—¿En qué? —Tara frunció el ceño—. Bueno, supongo que no lo puedes decir.

—Exacto, no lo puedo decir.

Tara observó su perfil. Era casi visible el peso de la carga que llevaba sobre los hombros.

—Pero estoy segura de que si pudieras, cambiarías la situación.

—¿De verdad?

—Sí —vaciló un instante—. Creo que te tomas muy en serio tus responsabilidades profesionales.

—¿Y las personales?

Tara abrió la boca, pero tardó un buen rato en poder articular palabra.

—Yo… no te conozco lo suficiente como para decirlo.

—Exacto —respondió Axel en tono burlón—. Aquel fin de semana no terminamos conociéndonos en absoluto.

Tara se enderezó en su asiento.

—Todavía no me has contado cómo terminaste trabajando para la agencia.

—A través de la familia.

Pero su familia la formaban casi exclusivamente rancheros. Le costaba imaginar qué relación podían tener con el tipo de trabajo de Axel.

—Sí, claro —respondió en tono de incredulidad.

Axel se encogió de hombros, pero no dijo nada.

—¿Alguna vez has pensado en dejarlo y dedicarte solamente a la cría de caballos? —le preguntó Tara.

—¿Y tú has pensado en volver de nuevo a la revista para la que escribías?

—¿Cuándo esté resuelto el caso de Sloan? No lo sé.

—¿Pero lo echas de menos?

—Sí —contestó inmediatamente.

—¿Y qué echas de menos exactamente?

—Yo… bueno, la creatividad.

—Pero también hace falta mucha creatividad para hacer toda la bisutería que vendes.

—No es lo mismo.

—¿Por qué?

Tara comenzó a pensar una respuesta, y comprendió que no tenía ninguna. ¿Alguna vez había pasado la noche trabajando en un artículo para poder relajarse y dormir? Sinceramente, no lo recordaba.

—¿Ha aparecido algo en el periódico de esta mañana sobre el juicio?

—No —Axel colocó el retrovisor y frunció ligeramente el ceño.

Tara se fijó en el velocímetro y miró por el espejo retrovisor de la ventanilla. La camioneta de Mason estaba más cerca, detrás de otros tres vehículos.

—¿Tienes prisa por llegar a Weaver? —le preguntó a Axel.

—No.

—Entonces, ¿por qué estás a punto de saltarte el límite de velocidad?

—Porque quiero deshacerme de esa camioneta que nos está siguiendo desde hace unos treinta kilómetros.

—¿Pero no es la camioneta de Mason?

—Mason hoy conduce un Corvette.

Tara se tensó en el asiento y se volvió hacia atrás. Volvió a ver la misma camioneta que creía conducida por Mason. Se volvió hacia delante con el corazón en la garganta.

—Va a pararte la policía por ir demasiado rápido.

—Quizá —contestó Axel, y aceleró. Sin apartar la mirada de la carretera, sacó el teléfono móvil, marcó unas teclas y se lo llevó al oído— Mason, ¿has averiguado ya quién es el propietario de esa camioneta? —escuchó un momento—. Sigue intentándolo —dio por terminada la llamada y dejó el teléfono entre los dos asientos—. Todo va a salir bien, Tara.

—Sí, claro —respondió ella con voz temblorosa.

Sonó entonces el teléfono. Axel contestó rápidamente y, casi al instante, disminuyó la velocidad. Tara respiró aliviada y reclinó la cabeza contra el asiento, sintiéndose extremadamente débil.

—Gracias, Mason —dejó el teléfono de nuevo entre los dos asientos—. La camioneta acaba de girar.

—Axel, no creo que a nadie le importe que sea la hermana de Sloan McCray.

—A mí me importa.

—No me refería a eso.

—Lo sé, y a lo mejor estamos siendo un poco paranoicos. Pero no quiero correr riesgos contigo.

—Porque te ha contratado Sloan —señaló Tara, aprovechando así para recordárselo a su estúpido corazón.

—Ésa es una de las razones.

—¿Y qué otras razones puede haber?

—Ya las sabes —respondió Axel mirándola a los ojos.

—No tienes por qué sentirte responsable porque… porque hayamos pasado juntos un fin de semana —respondió Tara, tragando saliva.

—El mejor fin de semana de mi vida.

—Sí, claro —respondió Tara en tono burlón—. Por eso te fuiste cuando yo todavía estaba dormida.

—Intenté despertarte, pero me resultó imposible.

—Había bebido demasiado.

—La única noche que bebiste fue la del viernes. Lo que pasa es que habías tenido demasiados orgasmos —tomó la mano de Tara y no la soltó cuando ella intentó liberarse—. Desde entonces, Tara, no ha habido una sola noche en la que no haya pensado en ti. En nosotros.

Pero Tara no podía permitirse el lujo de que hubiera un «nosotros».

—Lo único que hay entre nosotros es un fin de semana producto del azar y el dinero que te pagan para que seas mi guardaespaldas.

—¿Y si no me estuvieran pagando nada?

—Los hombres como tú nunca renuncian a su trabajo.

—«Los hombres como yo», ¿qué demonios se supone que significa eso?

—Los hombres como tú, como Sloan, como mi padre. Para vosotros, llevar una doble vida es algo completamente natural, pero… —se interrumpió bruscamente.

—Pero sois los demás los que pagáis el precio de esa doble vida —concluyó.

—Sí —respondió Tara—. Somos los demás los que tenemos que pagar el precio.

Axel permaneció en silencio durante largo rato.

—Lo siento.

—Yo también —contestó Tara, sin apartar la mirada del parabrisas.

—Por si te sirve de algo, no todas las familias que están involucradas en este tipo de trabajo son como lo era la tuya.

—Eso no lo sabes.

—Claro que lo sé. Ya te he dicho que yo estoy en esto por culpa de mi familia, ¿recuerdas?

Pero Tara continuaba sin creerle.

—Muy bien, a lo mejor tienes un pariente lejano que te presentó a alguien que a su vez te presentó a otra persona que te metió en esto. Pero eso no significa que este trabajo te llegara a través de tu familia.

Axel giró de pronto hacia la cuneta y detuvo bruscamente el coche.

—¿Qué haces? —preguntó Tara, aferrándose al brazo del asiento ante la brusquedad de la parada. Miró tras ella y vio que un Corvette negro les adelantaba a toda velocidad.

Axel giró en su asiento y se volvió hacia ella, sin prestarle ninguna atención a Mason.

—Es un tío, y no es en absoluto un pariente lejano. De hecho, son muchas las personas de mi familia que están en esto.

Tara se llevó la mano al estómago, intentando controlar los nervios.

—¿Qué estás intentando decirme?

—Estoy intentando decirte que sé que no todas las familias son como la tuya porque sé cómo es mi familia.

—Tu padre se dedica a la cría de caballos, todo el mundo lo sabe.

—Sí, pero no siempre ha sido así. Hollins-Winword no tiene un edificio de oficinas ni nada parecido, pero si lo tuviera, habría una pared con los retratos de las personas importantes de la compañía y mi padre aparecería en el centro de todos ellos. En su época, dirigió más operaciones de las que ha dirigido ningún otro agente desde entonces, pero fue suficientemente inteligente como para darse cuenta de cuando había llegado el momento de retirarse.

A Tara le resultaba imposible conciliar la imagen del padre de Axel con la del hombre que le estaba describiendo.

—¿Y eso cuándo fue?

—Cuando se casó con mi madre.

—Entonces no entiendes de lo que te estoy hablando, Axel. Tú eres una persona con raíces, algo que a Sloan y a mí nos han negado.

—Y tú no entiendes lo que te estoy intentando decir, Tara. Mi padre no era, no es el único que se ha dedicado a esto. Y todos ellos tienen familias normales, no han tenido que cambiar de casa cada seis meses. No todas las personas que se dedican a este tipo de trabajo han pasado por una experiencia como la tuya.

Tara no quería creerle. Porque si le creía, ¿en qué clase de persona se convertía ella al seguir ocultándole su embarazo? Ella, que odiaba los secretos, estaba guardando el secreto más importante de su vida.

—En cualquier caso, nada de esto es asunto tuyo —le dijo Tara parpadeando con fuerza—. Yo tenía una vida en Chicago. Y en cuanto se solucione el caso de Sloan… —se mordió el labio.

—Volverás allí, a una casa que ya no tienes para trabajar en una revista en la que ya no escribes.

Aquellas palabras eran la única verdad. Una verdad que la perseguía noche y día.

—¿Por qué iba a querer quedarme en Weaver?

Tara le oyó suspirar mientras ponía la camioneta en movimiento.

—Una pregunta condenadamente buena.

Durante el resto de la semana, Axel no volvió a sugerir en ningún momento que cerrara la puerta, aunque parecía encontrar cientos de cosas que hacer antes de que regresaran a casa tras la jornada de trabajo. Paraba por la clínica de su cuñado para hablar de un caballo que pretendía comprar o la llevaba a dar una vuelta por los alrededores del pueblo con la excusa de que quería ver los cambios que se habían producido en la localidad desde que no estaba allí.

Tara pronto se había dado cuenta de que no tenía sentido discutir. Después de pasar todo el día en la tienda, ella estaba deseando volver a casa, pero al parecer, Axel prefería evitar quedarse a solas con ella.

Por la mañana, después de ducharse y vestirse para ir a trabajar, Tara siempre se encontraba una infusión en la cocina, mientras él aprovechaba para ducharse. En la tienda, Axel se dedicaba a mover muebles y desempaquetar cajas. Y el sábado por la tarde, justo antes de cerrar, incluso consiguió venderle algo a Tom que, animado por el éxito de su regalo de aniversario, había pasado por la tienda para comprar el corpiño que le gustaba a su esposa.

Lo único que tuvo que hacer Tara cuando volvió a hacerse cargo de la tienda fue meter unas cuantas hojas más de papel perlado en la bolsa que Axel ya le estaba tendiendo a Tom. El pobre hombre prácticamente salió volando de la tienda y Tara no pudo evitar una sonrisa mientras colocaba el cartel de cerrado.

Axel parecía tan divertido como ella cuando se volvió hacia él. Pero el relativo silencio de los últimos dos días continuaba haciéndose dolorosamente presente.

—Tengo que pasar por el supermercado. Nos hemos quedado sin leche —comentó ella, intentando romper el hielo.

—Pasaremos de camino a casa —sonrió él suavemente—. Hablamos ya como una pareja de ancianos.

—Pero tú no eres ningún viejo.

—Y tú tampoco.

Tampoco eran pareja, por cierto, pero Tara pensaba que no tenía sentido remarcar lo obvio.

Cerró la caja, remató las tareas del día y esperó a que Axel tocara el claxon de la camioneta para salir por la puerta de atrás. Le encontró hablando por teléfono.

—Hasta luego entonces —dijo, y colgó—. Era mi madre —le explicó a Tara mientras ponía la camioneta en marcha—. Nos invita a cenar.

—¿Pero no se supone que vamos a ir a comer mañana?

—Sí, pero ahora estaremos nosotros con ella.

Tara decidió no protestar, sabía, además, que no le serviría de nada.

—Pero tengo que ir a comprar leche.

—No te preocupes, no te vas a quedar sin tu dosis de calcio.

Tara, por enésima vez, tuvo que pedirle a su conciencia que se callara. Cuando vio que Axel giraba en dirección contraria a la de su casa, comprendió que pretendía ir directamente a casa de sus padres.

—¿No podemos pasar antes por casa para que me cambie?

—Vas bien así.

Tara se alisó la falda beige que llevaba, una de las pocas prendas que todavía le servían. Muy pronto, iba a tener que comprar ropa muy diferente.

Cuando salieron a las afueras de Weaver le preguntó a Axel:

—¿Tu hermana y su familia estarán también en casa de tu padres?

—No, han ido a Braden a pasar la noche.

—Supongo que tus padres saben a lo que te dedicas.

—Sí.

—Entonces, ¿qué sentido tiene fingir con ellos? No lo entiendo.

—¿De verdad quieres saber por qué no he hablado abiertamente con ellos? Pues bien, porque conociéndome como me conocen, enseguida se darían cuenta de que —se interrumpió y suspiró—, de que para mí no eres sólo una misión.

Tara lo miró boquiabierta.

—Saben que me interesas. Además, te aseguro que, de todos los secretos que tengo ahora, éste es el último que me preocupa. ¿Satisfecha?

Tara cerró la boca. Axel asintió bruscamente y continuó conduciendo en silencio.

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