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Capítulo 5

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HabÍa ganado una batalla, pero Axel era consciente de que no había ganado la guerra.

Dejó a Tara en la cocina y salió a la camioneta a buscar sus cosas. Dejó después su bolsa al lado del sofá, recorrió todas las habitaciones de la casa y salió de nuevo al jardín, dispuesto a inspeccionar los alrededores.

Las luces de los porches vecinos iluminaban los jardines nevados. Apenas había coches aparcados y se oía el ladrido de unos perros a unas dos casas de distancia.

Weaver era su hogar. Por muchos meses que pasara alejado de aquel lugar, cada vez que regresaba sentía que continuaba siendo el lugar al que verdaderamente pertenecía.

Satisfecho tras comprobar que no había ningún elemento digno de preocupación, regresó al interior de la casa.

—No sé por qué tienes que dejar la camioneta aparcada fuera de mi casa, donde todo el mundo puede verla —se quejó Tara en el momento en el que Axel cerró la puerta tras él.

—Precisamente, la dejo ahí para que todo el mundo la vea—le recordó mientras giraba el pestillo—. Tendrás que poner cerrojos de seguridad en todas las puertas —en su recorrido, había visto que la puerta de la cocina daba directamente a un jardín sin vallar.

Tara cruzó el cuarto de estar sin hacer ningún comentario y se dirigió al pasillo, presumiblemente a su dormitorio. La otra habitación que había en el pasillo estaba amueblada con dos modernas mesas de trabajo y una estantería llena de bolsitas con cuentas.

Cuando regresó al cuarto de estar, Tara descubrió a Axel hojeando las revistas que tenía en la mesita del café.

—Son todas de joyería y bisutería—comentó Axel.

—De alguna parte tengo que sacar ideas si quiero vender algo en la tienda.

—¿Haces tú misma las joyas que vendes?

—Sí, la mayor parte, ¿pero por qué te sorprende? ¿No se supone que deberías saber todo sobre mi vida?

—Me sorprende que no me hablaras sobre ello en Braden.

Tara cambió inmediatamente de expresión y se acercó a la ventana, con intención de abrir las contraventanas.

—Creo que es mejor que las dejemos cerradas.

Tara se apartó de la ventana y Axel suspiró al ver su expresión, cada vez más sombría.

—Lo siento.

—Pero no puede ser de otra manera, ¿verdad?

Ella se inclinó para ordenar las revistas que Axel había estado hojeando. Al hacerlo, su sedosa melena cayó hacia delante mostrando durante breves segundos la tierna piel de su cuello.

Segundos que fueron más que suficientes para que Axel se tensara al recordarse besando aquella pálida piel, una experiencia que revivía en casi todos sus sueños.

Se aclaró la garganta y desvió la mirada.

—No hemos podido cenar nada en el baile, ¿no tienes hambre?

—No —Tara ni siquiera le miraba—. Pero si tienes hambre, puedo prepararte algo.

—No espero que cocines para mí.

—Estupendo. Y supongo que tampoco terminarás todo el agua caliente por la mañana si te duchas antes que yo.

Axel tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no regodearse en el recuerdo de Tara junto a él en la ducha.

Tara se dirigió a la cocina y él la siguió. Para cuando llegó, Tara ya había sacado una sartén y estaba buscando algo en la nevera. Al final, sacó una jarra de plástico y la dejó en el mostrador.

—En el armario de arriba tienes pasta.

Axel comprendió la indirecta y abrió el armario. El interior estaba asombrosamente organizado. Sacó unos espaguetis.

—Pensaba que exagerabas cuando me dijiste que tenías ordenados por orden alfabético los CDs, los DVDs y los libros —pero a juzgar por el armario, no era así.

—Me gusta el orden.

Eso mismo le había dicho cuando él había bromeado al ver que hacía la cama del hotel antes de que se acostaran en ella otra vez para volver a deshacerla.

—¿Qué más puedo hacer? —preguntó, intentando olvidar. Tara estaba sacando verdura de la nevera—. ¿Lavar la verdura? ¿Cortarla?

—Puedes ir cortándola.

—¿Tienes una tabla?

Tara sacó una tabla de madera con forma de manzana y la colocó en el mostrador, al lado de la verdura.

—Pero antes lávala.

Axel ya había abierto el grifo.

—Sí, señora —contestó divertido ante la mirada atenta de Tara.

Tara continuó observándole hasta que Axel alzó la mirada hacia ella.

—Soy perfectamente capaz de cortar unas cuantas verduras sin llevarme un dedo.

Tara se sonrojó ligeramente.

—Es la primera vez que veo a un hombre trabajando en la cocina.

—¿De verdad? ¿No has visto nunca a tu padre cocinando? ¿Ni a tu hermano? —apenas habían hablado del pasado o de sus familias durante aquel fin de semana en el que se habían alimentado a base de tarta de chocolate y pizza.

—Mi padre pensaba que la cocina era cosa de mi madre y creo que consiguió inculcarle a mi hermano esa idea.

Axel tomó un pimiento, lo partió en dos y limpió las semillas.

—Ya conoces a mi madre, ¿crees que sería capaz de consentir que un hijo suyo no supiera desenvolverse en una cocina? Probablemente he pasado más tiempo en la cocina que mi madre o mi hermana Leandra. Mi hermana no aprendió a hervir agua hasta que fue a Europa a trabajar en el equipo de producción de un programa de cocina.

—¿Estáis muy unidos?

Axel se encogió de hombros, fijándose en la expresión fascinada de Tara. Expresión que seguramente negaría en el caso de que se lo señalara.

—Sí, supongo que sí. Todos los Clay están muy unidos, ya sean hermanos o primos. ¿Y tú? ¿Cómo se siente uno al tener un hermano mellizo?

—En realidad no sé lo que se siente al no tenerlo —se volvió, tomó una cazuela que había sacado del armario y se concentró en llenarla de agua.

No volvió a manifestar ningún interés en la dinámica de la familia de Clay, que parecía tan diferente de la suya, mientras preparaban la cena. Tampoco comentó nada cuando cenaron en la cocina, ni siquiera mientras lavaban los platos, aunque Axel estaba seguro de que le había sorprendido tanto verle con un estropajo en la mano como verle cortando verdura.

Ya era tarde para cuando terminaron. Tara apagó la luz de la cocina y le hizo un gesto a Axel para que se dirigiera al comedor.

—El otro dormitorio de la casa lo utilizo como taller —dijo bruscamente—, así que tendrás que dormir en el sofá.

—He dormido en sitios peores.

Tara frunció el ceño, se cruzó de brazos y comenzó a avanzar hacia su dormitorio, como si quisiera poner distancia entre ellos.

—¿Cuántas… cuántas veces has tenido que hacer este tipo de cosas?

—La verdad es que he perdido la cuenta.

—¿Tantas? —Tara se humedeció los labios—. ¿Y siempre han terminado bien?

—En absoluto —admitió Axel.

—¿Y cuál ha sido tu caso más largo?

—En una ocasión tuve que estar ocupándome de la seguridad de una persona durante seis meses.

Tara palideció, pero Axel levantó la mano y dijo, intentando tranquilizarla:

—Pero no creo que esta vez sea necesario estar tanto tiempo.

Tara pareció ligeramente aliviada, pero si Axel le hubiera explicado los motivos por los que pensaba que no se iba a alargar aquella situación, no lo habría parecido en absoluto.

Porque si no encontraban a la persona, o personas, que iban detrás de su hermano lo antes posible, era posible que Sloan muriera antes de seis meses.

—Voy a supervisar los alrededores de la casa otra vez. Cierra bien la puerta.

—¿Pero qué estás buscando exactamente?

—Cualquier cosa que me parezca fuera de lugar —agarró su cazadora y salió—. Cierra —le pidió desde fuera, al no oír echar el cerrojo.

Tara obedeció y Axel suspiró, exhalando una nube de vapor que resplandeció contra la luz del porche. Después rodeó de nuevo la casa. Las únicas huellas que había en la nieve eran las que había dejado él mismo horas antes.

Un turismo paró en aquel momento justo detrás de su camioneta. Reconoció los rizos rubios de la persona que iba al volante antes de que Dee Crowder bajara la ventanilla y asomara la cabeza.

—Has desaparecido muy pronto del baile —le dijo—. ¿Va todo bien?

Axel se dirigió hacia su coche. Dee era la persona más indicada para hacer correr un rumor.

—Sí, perfectamente, pero no teníamos ganas de estar rodeados de gente.

—No sabía que conocías tan bien a Tara.

Axel miró entonces hacia la casa y vio que las contraventanas estaban ligeramente abiertas. A pesar de que le había pedido que las mantuviera cerradas, Tara los estaba observando desde el interior de la casa.

—Digamos que estamos empezando a conocernos —contestó mientras le dirigía a Dee una sonrisa.

—Ya entiendo. Bueno, será mejor que me vaya a casa. Se está haciendo tarde. No hay nada como bailar para agotar a una chica. Que os divirtáis.

—Gracias, Dee. Y conduce con cuidado, ¿de acuerdo?

—Yo siempre conduzco con cuidado —respondió despreocupadamente, y se apartó de la acera.

Axel continuó observándola hasta que la vio girar y regresó a casa de Tara.

Ésta le abrió la puerta antes de que hubiera llegado hasta ella.

—¿Cómo le has explicado todo esto a Dee?

—En realidad, después de ver mi camioneta aparcada en la puerta de tu casa a estas horas, no hacían falta muchas explicaciones.

Tara lo miró con expresión de incredulidad.

—¿Y por qué no le has dicho la verdad? Al fin y al cabo, es tu amiga.

—Es la compañera de trabajo de mi prima —la corrigió.

Se quitó la cazadora y, a falta de un sitio mejor, la dejó en el sofá.

—A mí me parece demasiado amable contigo para ser sólo la compañera de trabajo de tu prima.

—Dee es una chica muy amable.

—Y muy coqueta.

Axel apenas fue capaz de disimular una sonrisa. Tara parecía celosa, pero estaba seguro de que no le haría ninguna gracia que disfrutara de sus celos.

—Lo de menos es que sea una amiga de la familia o una coqueta. Lo nuestro tiene que ser secreto.

—¿También le mientes a tu familia?

—Sería capaz de mentirle a cualquiera para mantenerte a salvo —desvió la mirada y se sentó en el sofá.

No era muy largo, pero por lo menos parecía cómodo, lo cual ya era mucho teniendo en cuenta que el suelo era de madera. No bromeaba cuando había dicho que estaba dispuesto a dormir en el suelo, pero agradecía contar con un sofá.

Aunque la cama de Tara habría sido incluso mejor.

Ignoró inmediatamente aquel pensamiento.

—¿Qué crees que provocaría más rumores? ¿Que crean que estamos compartiendo cama o que se sepa que necesitas un guardaespaldas?

—Nadie en Weaver ha necesitado nunca un guardaespaldas.

Axel se quitó una bota y la dejó caer al suelo.

—Exactamente, por eso no queremos que se hable de ello.

—Pero mentir a tu familia… —sacudió la cabeza con gesto de desaprobación—. ¿Crees que te perdonarán cuando se enteren?

Por supuesto que le perdonarían, y también el que hubiera seguido los pasos de su tío. Era otra mentira la que encontrarían imperdonable. Lo que no le perdonarían nunca era lo de Ryan.

—Seguramente sabrán adaptarse.

—Sí, supongo que sí. Se supone que eso es lo que tienen que hacer las familias —se dirigió hacia el pasillo—. Voy a buscarte una almohada y una manta.

Teniendo en cuenta lo entusiasmada que estaba con su presencia en la casa, se alegró de aquel ofrecimiento. Por lo menos estaba haciendo un esfuerzo por ser cordial. Habían compartido la cena, le estaba ofreciendo un lecho… ¿Qué más podía pedir?

Tara se alejó en silencio y regresó con una almohada, una sábana doblada y una manta. Lo dejó todo sobre la mesita del café.

—Ya sé que la manta es vieja, pero es la más gruesa que tengo.

—Se parece a las que tiene mi madre en la granja. Creo que las hizo mi bisabuela o algo así.

Si Tara notó la repentina ronquera de su voz, lo ignoró.

—Ésa la compré hace unos años. Si la tejió alguna bisabuela, seguro que no fue la mía —respondió muy seria—. ¿Necesitas algo más?

¿Aparte de que dejara de mirarle con desprecio por haberse marchado de Braden sin despedirse de ella?

—No, gracias. Estoy bien. No estoy aquí en condición de invitado, así que no tienes por qué entretenerme. Vete a la cama si quieres.

Estaba agotado por culpa de la diferencia horaria entre Wyoming y Bangkok; Bangkok, donde había dejado a Ryan.

—Muy bien —Tara parecía incómoda, pero intentaba disimularlo—. En ese caso, buenas noches.

—Buenas noches, Tara.

Segundos después, Axel oía cerrarse la puerta de su dormitorio.

Suspiró y se reclinó en el sofá. Se pasó la mano por el pelo y se apretó después los ojos privados durante tanto tiempo de sueño. Podría dormir durante una semana incluso con la tormentosa imagen de Tara deslizándose en su cama a sólo unos metros de él.

Pero en vez de acostarse, sacó el ordenador portátil de la bolsa de lona, lo colocó sobre la mesita del café y lo abrió.

A los pocos minutos estaba enviando el informe del día a Hollins-Winword. Y estaba a punto de cerrar el ordenador cuando detuvo los dedos sobre el teclado. Aunque sabía que el mensaje que quería ver no iba a aparecer, entró en un servidor tan secreto como el de Hollins-Winword y revisó su correo electrónico. Pero no encontró ningún mensaje de Ryan.

Cerró el ordenador y se reclinó cansado contra el sofá.

Lo único que le había llevado a convertirse en agente de Hollins-Winword era demostrar que su primo estaba vivo.

Pero una vez lo había demostrado, no había otra maldita cosa que pudiera hacer, salvo ocultarle la verdad a todo el mundo.

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

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