Читать книгу E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras - Страница 18

Capítulo 12

Оглавление

Gracias por la cena —le decía Tara a Emily varias horas después—. Estaba riquísima.

—Cariño, puedes venir cuando quieras, sobre todo porque es la única manera de que Axel aparezca por aquí —le dio un beso a su hijo en la mejilla—. Vendrás también mañana, ¿verdad? Vamos a celebrar el cumpleaños de Justin. Cumple veintiún años.

—Es imposible que cumpla ya veintiún años.

—Eso lo hemos dicho de todos vosotros —Emily le dirigió a Tara una sonrisa traviesa—. Ya veréis vosotros cuando tengáis hijos.

—Que Dios nos ayude —respondió Axel con cara de póquer.

Tara apenas tuvo oportunidad de decir nada antes de que Axel la agarrara del brazo y tirara de ella hacia la puerta.

—¿A qué viene tanta prisa por volver a mi casa? —le preguntó Tara, ya en la camioneta.

—No tengo ninguna prisa por volver a tu casa. Quiero ir a mi cabaña. No tardaremos mucho.

Tara estaba deseando ver su cabaña desde que se la había descrito en Braden, pero se encogió de hombros como si no le importara lo que hicieran o dejaran de hacer.

Axel le había contado que la cabaña no estaba lejos de casa de sus padres, pero a ella se lo pareció. La carretera que conducía hacia allí ni siquiera estaba pavimentada y no tardaron en encontrarse envueltos en una total oscuridad.

—¿Cómo puedes saber por dónde conduces? —la noche era negra boca del lobo y lo único que reflejaban las luces de la camioneta era el resplandor de la nieve.

—Crecí aquí. No hay ni un palmo de tierra en esta zona que no conozca como la palma de mi mano —respondió mientras giraba en una curva para inmediatamente detener la camioneta.

—Mira dónde pones el pie —le advirtió Axel después de rodear la camioneta para abrirle la puerta—. Hay mucha nieve.

Desde luego. Las botas se hundieron casi diez centímetros en la nieve mientras se dirigían hacia la casa en medio de aquella oscuridad. Pero cuando subieron los escalones del porche, incluso en una noche como aquélla, a Tara le resultó fácil imaginarse el porche en verano, con las mecedoras, las flores y una buena jarra de limonada.

—Pasa —le pidió Axel en cuanto abrió la puerta.

Tara le siguió al interior. Axel encendió las luces, iluminando el vestíbulo que se abría para dar paso a una habitación inesperadamente espaciosa. Y la imagen de las mecedoras en el porche no fue nada comparado con el placer que la envolvió al ver aquel maravilloso salón.

Las paredes exteriores estaban formadas por gruesos troncos de madera, pero las del interior eran completamente blancas, parecían un lienzo esperando el pincel del pintor. El suelo de la habitación era de madera. Además de una enorme chimenea de piedra, había una mesa de billar y el sofá que Axel había comprado en la tienda.

—¿Qué te parece?

Le encantaba. Todo.

—El sofá queda muy bien.

La hiperactiva imaginación de Tara no tenía ningún problema para imaginarse junto a él compartiendo aquel espacio delante del fuego de la chimenea.

Recordó entonces las palabras de Axel: «tú y yo vamos a hacer el amor en ese sofá», y desvió rápidamente la mirada.

—A mí también me gusta —dijo Axel, permaneciendo en el centro de la habitación, con los brazos en jarras y mirando a su alrededor—. El resto de la cabaña todavía está muy vacío.

Personalmente, Tara pensaba que «cabaña» era una palabra demasiado sencilla para describir aquel espacio.

—¿Qué más necesitas?

Tara se acercó a la mesa de billar. Una lámpara colgaba del techo justo sobre ella, pero imaginó que sólo de noche utilizaban la luz artificial, puesto que la mesa estaba situada enfrente de un enorme ventanal que iba desde el suelo hasta el techo.

—¿Por qué? ¿Quieres añadir más compras a tus arcas?

—Una vendedora es siempre una vendedora —contestó Tara con una sonrisa.

—Necesito un cabecero para mi cama.

—Lo tendré en cuenta —tragó saliva.

Había una caja abierta en una esquina, debajo de una ventana. Tara se acercó y sacó una de las fotografías enmarcadas que contenía. En ella aparecía un Axel sonriente flanqueado por sus padres y llevando la túnica y el birrete de su facultad. Tara continuó mirando el resto de las fotografías, eran cerca de doce instantáneas que reflejaban diferentes momentos de la familia Clay.

—Aquí tienes una respuesta para tus paredes desnudas —le mostró una de las fotografías—. Todas tienen marcos muy parecidos. Quedarían preciosas colgadas en una pared.

—A lo mejor si las cuelga alguien que tenga gusto para ese tipo de cosas.

—No intentes convencerme de que tu madre, tu hermana o alguna de tus primas no se han ofrecido ya a ayudarte.

—¿Estás bromeando? Si las dejara, me llenarían la casa.

—Pero tienen un gusto excelente.

—Sí, pero sería una cabaña decorada a su gusto.

—Sin embargo, quieres que te ayude yo.

—Porque no me importa disfrutar de tu gusto.

Tara sintió que se derretía por dentro y por la mirada de Axel, supo que era perfectamente consciente del efecto que habían tenido en ella sus palabras.

Tragó saliva, levantó la caja y la dejó sobre la mesa de billar. Una vez allí, sacó las fotografías y las fue colocando sobre la mesa. Al cabo de unos minutos, Axel se acercó.

—¿Qué estás haciendo?

—Ver cómo podrían quedar mejor. ¿Quién es este chico? —señaló a un joven que aparecía en una fotografía junto a Axel y otros hombres bebiendo cerveza.

—Ryan, el hijo mayor de Rebecca y de Sawyer.

Tara dejó la fotografía entre las demás. No había conocido a Ryan Clay, pero había oído hablar de su muerte.

—¿Estabais muy unidos?

—Sí —respondió Axel sombrío—. Me llevaba varios años, pero éramos muy amigos.

Tara alzó la mirada hacia él y observó la oscuridad que de pronto inundaba sus ojos. Antes de ser consciente de lo que estaba haciendo, posó la mano en su pecho.

—Lo siento. Tuvo que ser muy doloroso.

Axel posó la mano sobre la de Tara.

—Preferiría que habláramos de otra cosa.

Tara se humedeció los labios.

—¿Qué te parece que hablemos de si tienes clavos y un martillo?

—De acuerdo. Ahora te los traigo.

Tara cerró la mano en un puño cuando Axel salió de la habitación y se volvió de nuevo hacia las fotografías, pero ya era incapaz de verlas. Axel regresó antes de que hubiera tenido tiempo de dominar las emociones que aquella conversación había despertado en ella.

—Clavos —dijo Axel, colocando una cajita frente a ella—. Y un martillo. Ve diciéndome dónde quieres que me ponga.

Tara se mordió la lengua hasta que estuvo segura de que no iba a contestar «en el sofá». Tomó entonces la fotografía más grande y la colocó en la pared que había al lado de la puerta. Era una fotografía de los padres de Axel el día de su boda.

—Pon un clavo aquí.

—Está un poco bajo.

—Pensaba que confiabas en mí.

Axel sonrió con ironía, pero hizo lo que le pedía.

—¿Tienes un lápiz y un nivel?

—No fui boy scout, pero estoy preparado para cualquier imprevisto.

Axel sacó ambas cosas del bolsillo.

Tara se volvió hacia la pared y utilizó el nivel para marcar el lugar en el que tenía que poner los clavos. También estaba preparado la noche de Braden y aun así, se había quedado embarazada, pensó mientras lo hacía. La caja de preservativos que habían comprado en la misma tienda en la que habían encontrado la tarta de chocolate decía que tenían una fiabilidad de un noventa y nueve por ciento.

—Hay unos ganchos que son preferibles a los clavos, pero supongo que no…

—No tengo, pero los traeré la próxima vez que vengamos y podrás cambiarlos.

¿La próxima vez? ¿Iba a haber una próxima vez?

Terminó de hacer las marcas y después de que Axel clavara los clavos, colgó las fotografías.

—A mí me parece que quedan muy bien —dijo Axel mientras retrocedía para observar el efecto.

—Todavía no hemos terminado —le mostró otras dos fotografías.

—No me habías dicho que íbamos a pasarnos la tarde colgando fotografías.

—Y tú dijiste que no tenías prisa por volver a Weaver —colgó rápidamente las dos fotografías que quedaban—. Ya está. ¿Qué te parece ahora?

Axel posó la mano en su espalda y la subió lentamente hasta su nuca.

—Me parece que ya va siendo hora de que dejemos de fingir.

Tara se quedó completamente paralizada. Cerró los ojos y se aferró al borde de la mesa mientras Axel le acariciaba la nuca con el pulgar.

—Axel yo… quiero… No, quiero decir, no quiero…

—Chss —él acercó los labios a su oreja.

Tara sentía el calor de su cuerpo en la espalda, traspasando la gruesa lana de su jersey.

—Te diré lo que yo quiero —continuó susurrando Axel mientras deslizaba la mano para terminar posándola sobre su vientre.

Tara tomó aire, repentinamente alarmada. ¿En dónde tenía la cabeza? No debería dejar que la tocara. No debería estar allí contemplando la posibilidad de hacer el amor con él.

—Lo que llevo días queriendo hacer —Axel bajó la voz todavía más, hasta convertirla en un ronco rumor—. Llevo semanas pensando en esto, meses, por mucho que haya intentado negármelo.

—Axel…

—Quiero acariciarte, saborearte otra vez —le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

Tara se mordió el labio con fuerza mientras Axel deslizaba la mano hacia sus muslos.

—Axel…

—Quiero oírte pronunciar mi nombre cuando me deslizo dentro de ti. Quiero oírte gemir.

Tara sentía un fuego líquido corriendo por sus venas. Le agarró la mano frenética, pero no fue capaz de obligarle a apartarla.

—¿Para eso me has traído aquí?

—¿Te enfadarás si te digo que sí?

—No lo sé —contestó Tara temblando.

—Quería que conocieras esta casa. Quería verte en mi cabaña.

A Tara se le encogió el corazón.

—De verdad, no deberíamos estar haciendo esto —dijo con un hilo de voz.

—Tienes razón. Pero no soy capaz de evitarlo. De modo que ya sólo queda una pregunta por hacer —Axel volvió a deslizar una mano entre sus muslos mientras alzaba la otra hasta su seno y le acariciaba el pezón con el pulgar—. ¿De verdad quieres que me detenga?

¿Quería poner fin a esa locura? ¿O quería entregarse a ella sin tener miedo a las consecuencias?

Axel continuaba acariciándola y toda la determinación de Tara pareció disolverse en el fuego que parecía estar derritiéndole los huesos. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra su pecho.

—No, no te detengas.

Axel dejó escapar un largo suspiro, la hizo girar entre sus brazos y cubrió sus labios.

El mundo pareció detenerse en el momento en el que sus lenguas se encontraron.

Alex la sentó en la mesa de billar, le hizo abrir las piernas y se colocó entre ellas mientras deslizaba las manos bajo la falda para acariciarle las rodillas y los muslos.

Tara se aferró a sus hombros buscando estabilidad y cuando sintió los dedos de Axel en sus caderas, comenzando a bajarle las medias de encaje, se mostró patéticamente dispuesta a colaborar. Estaban ya las medias por las rodillas cuando se dio cuenta de que las botas le impedían continuar.

—Las botas… —señaló.

Pero Axel resolvió aquel inconveniente desgarrando las medias y echándolas a un lado. Y entonces la tocó. Allí, justo allí.

Tara dejó escapar una bocanada de aire y se aferró con fuerza a sus hombros.

—Axel…

—Eso era lo que quería oír —respondió Axel mientras hundía sus dedos en ella y cubría sus labios con un beso—. Dime que deseas esto tanto como yo.

—Lo deseo tanto como tú —susurró Tara.

Y a partir de entonces, ya no fue capaz de decir nada, porque pareció perder el control sobre su cuerpo y lo único que pudo hacer fue gemir y estremecerse mientras Axel la hacía volar hasta el límite del deseo. Todavía estaba temblando cuando Axel se desabrochó el cinturón y se hundió en ella. Gritó y se abrazó con fuerza a él, sintiéndose tan perfectamente unida a Axel que volvió a visitar la cumbre del placer sin haber terminado aún el camino de descenso.

Sin separarse de ella, Axel la condujo hasta el sofá.

—La próxima vez será todo más lento —le prometió mientras la dejaba sobre el sofá de cuero.

Tara no era capaz de pensar en la próxima vez, porque en lo único en lo que podía pensar era en cómo iba a sobrevivir al interminable placer que la invadía mientras le besaba y rodeaba su cintura con las piernas.

Y justo cuando pensaba que ya no era capaz de soportar la sensación que serpenteaba dentro de ella sin gritar, Axel se tensó, se aferró al respaldo del sofá y susurró su nombre.

Tara sintió que se disolvía mientras sentía el latido de Axel en lo más íntimo de su cuerpo.

Cuando el mundo volvió a girar de nuevo, Axel apoyó la cabeza en el hombro de Tara y susurró:

—Es un buen sofá.

Tara curvó los labios en una sonrisa.

—Tara… —susurró Axel mientras se separaba de ella.

—¡Hola! —gritó entonces alguien desde la puerta.

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020

Подняться наверх