Читать книгу Solo se lo diría a un extraño - Varios autores, Carlos Beristain - Страница 40

Antítesis

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De chica, quería ser hombre. En los recreos, los niños jugaban fútbol, se tiraban al piso y le entregaban todo a la pelota. Las mujercitas, en cambio, hacíamos cada vez menos esfuerzo físico y, conforme íbamos creciendo, los recreos se convertían en sesiones de chismes y momentos para contemplar a los jugadores. Eso me aburría.

Además de querer tirarme al piso, perseguir una pelota y sudar por mi equipo, quería tener pipilín. Hacer groserías con él cuando se volteara la miss, poder mear donde fuera, escribir mi nombre con el chorro. Ser hombre era un privilegio, y yo lo deseaba con todas mis hormonas.

Mi hermano hizo de mi cuarto un campo de batalla. Convirtió mi casa de Barbies en un arco de fútbol. Si yo quería ver tele, debía elegir entre los Súper Campeones o Las Tortuninjas. Tuve que aprender a defenderme para sobrevivir y a utilizar estrategias de guerra. Eso para mí era divertido y despiadado, pero, sobre todo, masculino.

Dejé de bailar ballet para probar mi fuerza en el remo. Me sentía ruda. Me rehusaba a que me crecieran las tetas. Los tops de deporte se encargaban de aplastarlas, pero ellas, necias, se hinchaban igual.

A diferencia de mis amigas, a mí nunca me gustaba nadie. Qué aburridas me resultaban esas charlas de evaluación y puntaje a cada chico. Dejé de juntarme con ellas. Entonces, el paradero se convirtió en el mejor point para aprender a escupir y silbar con los muchachos.

La regla estaba de mi lado y me vino muy tarde, casi al terminar el colegio. Todo esto me conflictuaba, porque, a fin de cuentas, era mujer y el conflicto, propio de mi género.

Con los años, mi cuerpo fue cambiando y las hormonas, ocupando su lugar. Ahora me gusta ser mujer, cada vez más. Poder traer vida (aunque todavía no lo hago); que mis tetas, ahora poco hinchadas, puedan alimentar algún día a un ser humano y que mis labios pintados de rojo logren hacerme sentir una dama o una puta. Dejo salir mi femineidad y me siento especial.

De todas formas, cada vez que veo a un grupo de chibolos corriendo detrás de una pelota, siento ese deseo imposible de querer ser uno de ellos.

Solo se lo diría a un extraño

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