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Autorreflejos

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Llevo un rato despierto. Tengo hambre y ya me cansé de ver tele. El cuarto de mi mami está cerrado con pestillo. Ayer vinieron invitados y la bulla me despertó varias veces. Prefiero eso a los pleitos y gritos cuando ellos están solos. Ahí no puedo dormir, y, si duermo, solo tengo pesadillas.

Bajo las escaleras. Encuentro la sala como si los objetos hubieran seguido la fiesta a solas. Respiro el olor del tabaco atrapado entre las paredes. La delgada capa de humo que envuelve los muebles me transporta a la hacienda de mis abuelos, cuando observaba la fina niebla que usan de falda las montañas.

La escena no cuadra. Mamá es muy ordenada, así que algo malo debe haber pasado. Siento un calor que me invade el pecho. Entre los cojines, encuentro un empaque de cigarrillos arrugado: caja blanca, letras azules y el camello dibujado. Mamá ha estado fumando y eso solo puede significar que está triste.

El calor ahora también está en mi estómago. Olfateo los vasos con resto de alcohol y mi cabeza gira hacia atrás de forma automática. Es una reacción parecida a la que tienen mis manos al cubrirme la cara cuando mi padrastro levanta el puño. En el cole nos enseñaron que se llaman autorreflejos. Juego a ser un inspector unos minutos, pero la angustia no me deja tener diez años. Me asomo por la ventana y compruebo mi sospecha: falta el Mercedes de mi padrastro.

Busco más pistas en el baño. Solo encuentro restos de azúcar impalpable en la repisa y en la alfombra. Pienso en la divertida imagen de Manuel en mi cumpleaños corriendo al baño con los bolsillos llenos de guargüeros y alfajores para encerrarse a devorarlos. Veo las botellas del pisco que siempre traen mi madrina y su esposo. Me cae bien el tío Gotardo; mi padrastro no lo soporta. Mamá me dijo que es porque le tiene celos.

Intento reconstruir una historia coherente, pero solo logro que mi angustia y el calor aumenten. Escucho pasos en las escaleras, volteo y veo a mamá. Está radiante, lleva el pelo amarrado y está vestida con su bata guinda de seda. Me mira con ternura, con esos maravillosos ojos caramelo, y su rostro me transmite una tranquilidad que apaga el calor. Voy a su encuentro, sujeto su mano y juntos caminamos hacia la cocina.

Solo se lo diría a un extraño

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