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I. El uso de teléfonos móviles por menores en España: Funciones y ventajas
ОглавлениеHan pasado algunas décadas desde la aparición del primer teléfono móvil en España. Al principio, únicamente existía la tecnología celular analógica, aquellos móviles grandes con antena –conocidos como “ladrillos” o “zapatófonos”– que solo disponían de llamadas y eran utilizados por un escaso número de habitantes –a principios de 1991 en España solo había unos 100.000 clientes de telefonía móvil–. Si bien, el paso a la telefonía móvil digital ha supuesto la aparición, de forma progresiva, de nuevas funciones –mensajes de texto, infrarrojos, Bluetooth, cámara digital, etc., siendo la más importante el acceso a internet (gracias a la evolución de las redes 2G a las redes 5G)–, lo que ha provocado que cerca de un 99,5% de los hogares españoles dispongan actualmente de dispositivo móvil2. Ante tal situación, no es de extrañar que en España haya más móviles que personas. En particular, en 2020 existían más de 54 millones de líneas móviles3. De hecho, constituye una de las herramientas comunes de acceso a internet y, por consiguiente, de la sociedad digital. Es un instrumento más de la “revolución digital” –imparable, irreversible e imprescindible–4 que acompaña a la familia del siglo XXI.
En consonancia con el contexto anterior, resulta inevitable que los menores de edad nazcan, crezcan y se desarrollen rodeados de dispositivos móviles, siendo –nos guste en menor o mayor medida– usuarios por imperativo social. Razón por la cual se les conoce como “nativos digitales”. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) y otros informes, el porcentaje de menores –de 10 a 15 años– con teléfono móvil ha aumentado de forma progresiva desde 20045. En tal fecha, tal porcentaje era de un 45,7%, ascendiendo a 71,6% y 67,1%, en 2018 y 2019, respectivamente6. En 2020, según el INE, el 69,5% de la población de 10 a 15 años dispone de teléfono móvil. Si bien, tales datos no tienen en cuenta la tenencia por menores de 10 años y tampoco por mayores de 15 años. Aun así, respecto a la frecuencia de uso, por menores de 9 a 17 años, según una encuesta de 20187, se situaba en torno al 76%8. Exponiendo datos más específicos, en menores de 9 a 10 años hay una frecuencia de uso del 43%, de 11 a 12 años del 71%, de 13 a 14 años del 91% y de 15 a 17 años del 97%9. En este sentido, señala Qustodio que el 90% de los niños entre 4 y 10 años tiene acceso a internet y el 25% posee teléfono móvil propio10. En esta última década se observa un incremento constante del uso de la tecnología móvil por menores, siendo cada vez más extendido11. En concreto, tales porcentajes manifiestan cómo la tenencia de teléfono móvil puede producirse –y se produce– con una corta edad, poniéndose en evidencia que los menores de edad –sean poseedores o no de su propio dispositivo móvil– hacen un uso de los mismos desde edades muy tempranas y, en la mayoría de los supuestos, con el permiso de los progenitores12. Lo llamativo es que, según un estudio, las familias piensan que la edad media adecuada para tener el primer smartphone es a partir de los 13 años, una afirmación que se produce aun cuando el 61% de los hijos de los padres encuestados ya tienen teléfono móvil, habiéndolo recibido entre los 11 y los 12 años. De hecho, cuatro de cada diez padres consideran que fue un error y que el teléfono móvil llegó demasiado pronto13.
Los menores –y también muchos adultos– se encuentran “cautivos” por las pantallas de los teléfonos móviles, cuya luz parece actuar como el “canto de sirenas” descrito por Homero. Según un estudio, entre semana los menores de edad pasan cerca del 47% del tiempo con la pantalla de los dispositivos móviles (porcentaje del 26% cuando tienen de 0 a 5 años14 y del 86% cuando tienen entre 16 y 18 años)15. El tiempo, claro está, se incrementa durante los fines de semana. Conforme los hijos van creciendo, va aumentando la capacidad de atención respecto a las pantallas móviles. Un Instituto de Psicología, tras una encuesta, afirma que los menores de entre 10 y 14 años necesitan entrar en contacto con el dispositivo cada 15 o 30 minutos sin necesidad o finalidad alguna. Por su parte, los menores de 15 a 17 años tocan el dispositivo móvil al día entre 200 o 300 veces. Además, muchos niños y adolescentes duermen con el teléfono móvil encendido y cerca de la cama. Tales cifras, según el estudio, resultan alarmantes16. Sobre el uso del dispositivo móvil por menores, debe señalarse que la mayor parte del tiempo se produce en el hogar –en el salón, en habitación compartida o propia, etc.17– y en sitios públicos, mayoritariamente en los colegios e institutos18, por lo que, en principio, estaría supervisado por padres y docentes. Generalmente, se hace un uso de forma privada. Tales situaciones no son de extrañar si, como expone el estudio, los padres reconocen hacer un uso más intensivo de las pantallas19 en comparación con sus propios hijos. La cuestión es: ¿Los padres son buenos modelos?20
Cabe preguntarse cuáles son los motivos por los que un smartphone constituye un “artículo de necesidad” para los menores e, incluso, para los padres. Nos encontramos ante una herramienta básica de entretenimiento e interacción social. Por una parte, una de las funcionalidades comunes de un dispositivo móvil es servir como aparato de comunicación. Los menores, a través de llamadas, mensajes de texto (SMS), apps móviles de mensajería –como WhatsApp o Line– o diferentes redes sociales –Instagram, Facebook, Youtube, Twitter, Snapchat, Tumblr, etc.21– se comunican con familiares, amigos, conocidos e, incluso, desconocidos. Existe, pues, un amplio abanico de canales para interactuar con otros a través del dispositivo móvil. Un 97% de los jóvenes –entre 14 y 24 años– utiliza habitualmente las aplicaciones de mensajería mencionadas para comunicarse22. En cuanto a las redes sociales, según un estudio de 2014, su acceso entre los menores de 11 a 14 años es mayoritario (el 72% de los usuarios de dicha edad con smartphone accede a redes sociales). En otra encuesta más reciente de 2018, se observa que el 16% de los menores de 9 y 10 años visitan las redes sociales, una cifra que aumenta al 56% cuando se trata de menores de 15 y 16 años23. Como es lógico el porcentaje de acceso se acrecienta con la edad24. Todo ello evidencia cómo las visitas a las redes sociales y la comunicación online forman parte de la juventud española –constituyen un canal básico de conexión social–, siendo una actividad diaria para contactar con amigos y familiares y, también, para conocer gente25. Por tal razón, un gran número de jóvenes –respetando o no la edad de acceso a tales apps móviles– posee perfil propio dentro de las redes sociales26. Resulta casi inevitable el uso de tales canales de comunicación por los menores, formando parte de sus hábitos sociales. Dicho con otras palabras, la tecnología móvil se integra en los procesos socializadores del menor. De hecho, las redes sociales se usan preferentemente a través de los smartphones27.
Si bien, los dispositivos móviles no son únicamente una herramienta de interacción social para los jóvenes, sino también de entretenimiento. Cumplen, por tanto, una función de ocio. Los jóvenes utilizan los smartphones para realizar múltiples actividades: Escuchar música, ver videoclips, jugar con juegos online, visitar redes sociales (de empresas, famosos, etc.), navegar para comprar cosas o conocer su precio, buscar noticias en formato digital, buscar información sobre asuntos de interés (ocio, aficiones, eventos, etc.), intercambiar información y opiniones, participar en foros, mirar informaciones de terceros, subir fotos o videos, visitar/crear blogs y sitios web, crear videos, emplear internet de las cosas (IoT), chatear con personas, leer libros digitales, usar apps educativas, descargar apps móviles28, uso de apps para ver series y películas, apuestas online, etc29. Los dispositivos móviles ofrecen a los menores una “ventana” que guarda en su interior diferentes formas de ocio y entretenimiento. Aunque los teléfonos inteligentes tienen preinstalado un sistema operativo determinado (Android, iOS de Apple, etc.), el menor –sea propietario o poseedor– puede configurar el dispositivo, añadir nuevas aplicaciones –muchas de ellas de carácter gratuito–, personalizándolo atendiendo a sus propios intereses de ocio, gustos o de carácter social30. Ante su versatilidad y el entretenimiento portátil31, es normal su interés respecto a la tenencia y uso de los smartphones, convertidos en compañeros de infancia y adolescencia:
“Para la infancia y la adolescencia, la Red es un entorno tan natural como cualquier otro, que complementa o mejora la variedad de espacios en los que pueden comunicarse o divertirse. Relacionarse con otras personas de su edad es uno de los objetivos principales, que en la actualidad puede combinarse con cualquier otra actividad. […] es un entorno en el que encuentran también otras motivaciones, como una amplia oferta de ocio multimedia en continua evolución, información sobre cualquier temática que les interese o espacios de aprendizaje no formales, como blogs o canales de vídeo sobre música, deporte, aficiones, etc. La variedad de servicios que les ofrece Internet crece cada día, convirtiéndose en un medio atractivo y cotidiano para ellos. […] ofrece unas características que les resultan más atractivas para determinadas actividades. Por una parte, tiene mucho que ver con la desinhibición que les ofrece Internet, sienten que en la Red pueden ser quienes quieran ser. Los menores de edad son más atrevidos en este entorno, movidos también por la impulsividad que les caracteriza, que se acentúa al tener un acceso continuo a través de su propio móvil, tableta u ordenador. Además, cada vez tienen menos obstáculos para conectarse a Internet, y se facilita su uso en todos los entornos sociales”32.
Resulta patente que los dispositivos móviles cumplen, por un lado, una función de comunicación –o interacción social– y, por otro, una función de entretenimiento –o lúdico-expresiva–33. Con ello, ya nos refiramos a menores o adultos, los usuarios no participan únicamente como meros comunicantes o interlocutores, sino también como consumidores de múltiple contenido digital. Si bien, no olvidemos que en ocasiones desarrollan el papel de productores de contenido (creando blogs, canales de Youtube, fotos y videos, etc.). Gracias al dispositivo móvil, los menores acceden a un espacio digital que puede servir como vía de exploración, construcción de la personalidad y de relación social, según la intencionalidad de uso34. El problema aparece si los menores no aprovechan plenamente las opciones de internet, desarrollando un simple papel de “consumidor de ocio o información”35. Además, como indica cierta doctrina, “el empleo del teléfono móvil ha hecho que los usos de estos sean cada vez más variados y la dependencia de los mismos haya aumentado de una manera importante”36. No obstante, el binomio menor-móvil es una unión infranqueable en la actual sociedad digital. Ante su funcionalidad y acogida, algunos autores señalan lo siguiente: “El teléfono móvil ha sido una de las tecnologías mejor aceptadas por el sector de la población juvenil expandiendo su uso y disposición a unas velocidades jamás imaginadas”37. Su función instrumental –comunicación y entretenimiento– ha sido la causa, la clave, de la “revolución móvil” entre los menores.
Aunque tal binomio puede ser productor de riesgos y problemas –como veremos a continuación–, también puede generar múltiples ventajas o beneficios. Para comenzar, el teléfono móvil ayuda respecto a la seguridad y el contacto con el menor (contacto telefónico por llamadas o mensajería móvil –como WhatsApp–, avisos en caso de emergencia o eventualidad, uso de sistemas de localización GPS, etc.). De esta manera, podemos incentivar la comunicación en cualquier momento, si ello fuera necesario para los progenitores. Sin embargo, no se trata de monitorizar la vida del menor o realizar un control vigilante excesivo. En contraposición, la tenencia de dispositivo móvil otorga al menor una mayor autonomía38 respecto a padres y familiares, permitiéndole crear su espacio personal39. En segundo lugar, permitir su tenencia a los hijos puede ayudar a incentivar la confianza y la responsabilidad, siempre que haya una adecuada supervisión por parte de los progenitores (cuidado del dispositivo, uso responsable del mismo, control del gasto y el tiempo, etc.). En tercer lugar, los smartphones constituyen una herramienta de información y aprendizaje, si es gestionada adecuadamente por el menor y sus padres. El menor puede hacer uso, a través de internet, de distintas plataformas y apps educativas e, incluso, juegos online, capaces de estimular su memoria –a modo de ejemplo, su lectura y atención–, adquirir diversos conocimientos, aumentar la capacidad intelectual, etc. Al mismo tiempo, existen aplicaciones móviles que ayudan a estimular su creatividad (dibujo, música, etc.). El teléfono móvil puede convertirse, por tanto, en una herramienta educativa. En cuarto lugar, su utilización ayuda a desarrollar competencias digitales (competencias instrumentales; de navegación y valoración crítica de la información; competencias sociales; competencias creativas; y competencias del uso de dispositivos móviles)40. Es decir, ahonda en beneficio del menor al facilitar su “alfabetización digital”. Para concluir, el uso de redes sociales mejora las habilidades comunicativas online, pues permite crear y potenciar relaciones interpersonales41, así como expresar opiniones, emociones o pensamientos –sirviendo al mismo tiempo como herramienta psicológica–. Existen, pues, gracias a internet, “cuatro categorías principales de oportunidades en línea: aprendizaje, capacidad y conocimiento digital; participación y compromiso social; creatividad y expresión, e identidad y conexión social”42. Ahora bien, tales ventajas y beneficios serán reales siempre y cuando exista un uso práctico y responsable del dispositivo móvil, un resultado que depende de padres y menores.
La entrada de las nuevas tecnologías en los hogares españoles –especialmente de los teléfonos móviles–, así como la funcionalidad, la versatilidad y las ventajas de tales aparatos electrónicos, hace imposible que la tenencia o el acceso a la tecnología móvil se produzca a partir de los 18 años. Los smartphones forman parte del contexto social y familiar del menor, de su infancia y adolescencia, son la “pantalla estrella” dentro de sus vidas. Las pantallas móviles acompañan a nuestros hijos desde que nacen –en edades muy tempranas, produciéndose su uso progresivo– hasta que alcanzan la mayoría de edad. Desde su aparición a nivel tecnológico y con su uso extensivo, los menores se integran en la “generación móvil”43, pero generalmente no son conscientes de la invasión del smartphone en nuestra sociedad44. De ahí que algunos autores, como Prensky, califique a los estudiantes como “nativos digitales” (Digital Natives), puesto que todos han nacido y se han formado utilizando la particular “lengua digital”45. Ahora bien, se trata de una expresión inadecuada o mal empleada, pues utilizar internet o el teléfono móvil no dota a los menores de forma automática de “sabiduría o cultura digital” o, en su caso, de competencia digital46. Generalmente, actúan como meros comunicadores online y consumidores de ocio47. Es cierto que adquieren habilidades sociales o digitales, pero habitualmente los menores son “huérfanos digitales”, si nos referimos a habilidades de seguridad48. Por tal razón, se indica:
“Es necesario que adquieran una serie de competencias digitales para poder transitar en el mundo digital de una forma segura aprovechando al máximo sus ventajas y minimizando los riesgos. […] Para la consecución de dichas competencias se requiere que chicos y chicas sepan adaptar las TIC a sus propios fines y poder interaccionar socialmente de forma segura”49.
Los teléfonos móviles ofrecen a nuestros hijos una “pantalla” de oportunidades, a nivel instrumental y social, pero esa misma luz esconde sombras, riesgos y peligros que atentan contra su seguridad50. En consonancia con tal situación, puede decirse que existe una relación de interdependencia entre las oportunidades y los riesgos derivados del uso de internet:
“Sin embargo, además de las oportunidades que ofrece internet, los niños y las niñas también experimentan riesgos, por lo que queda patente la interdependencia de ambos […]: cuanto más usan los menores internet, mayor es la gama de las oportunidades que tienen y mayor es la exposición a las experiencias de riesgo”51.
Lo preocupante es que tal situación se ha incrementado en los últimos años, produciéndose un aumento de exposición a los riesgos online, sobre todo ante el uso de los teléfonos móviles:
“La exposición a los riesgos online se ha incrementado en los últimos años, especialmente entre los menores que utilizan móviles y tabletas para navegar. La máxima de ‘más oportunidades, más riesgos’ constituye un marco válido para entender los cambios relacionados con los smartphones y las tabletas, cambios que conducen a un internet más ubicuo y omnipresente en el día a día de los menores. Dado que aumenta el porcentaje de niños internautas, desde más temprana edad, y que lo son desde más aparatos y en contextos más variados, no resulta sorprendente que la exposición a riesgos online también aumente. Es necesario resaltar que el incremento de aquellos que han sufrido daños como resultado de experiencias de riesgo no ha aumentado en la misma proporción”52.
El menor no debe únicamente conocer y disfrutar de las múltiples oportunidades de la tecnología móvil, debe ser consciente y tener la formación adecuada –al igual que sus progenitores– para afrontar sus riesgos. En particular, debe tener la capacidad, el conocimiento y las competencias necesarias (habilidades de seguridad) para gestionar y solventar –en muchas ocasiones, con la ayuda de los padres– los incontables peligros que se esconden tras la pantalla móvil. Si bien, como se expuso, muchos jóvenes son “huérfanos digitales” en esta materia. Las mayorías de los menores sufren experiencias negativas, aunque mayoritariamente sean esporádicas, que les causan, en ocasiones, estrés emocional y psicológico53. Generalmente, ante la existencia de un problema, el menor acude a una persona (progenitores, profesores, amigos, hermanos, personas expertas en ayuda a menores, etc.), pero algunos jóvenes no hablan con nadie, gestionándolo de forma diferente54. Para afrontar tales riesgos y peligros lo primero es conocerlos y, desde luego, saber identificarlos.