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1.1. Salud digital y “tecnoadicción”

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La salud del menor puede verse afectada por el uso de dispositivos móviles. En concreto, puede provocar múltiples problemas físicos y psicosociales, según la forma e intensidad de utilización de la tecnología móvil. A modo de ilustración, puede causar daños musculares y cervicales, entre otros; afectar al desarrollo cerebral; disminuir el rendimiento académico (atención, capacidades, etc.); provocar alteraciones del sueño –destaca el llamado vamping, uso de la tecnología hasta la madrugada reduciendo las horas de sueño–; ser detonante de obesidad infantil y de los peligros que entraña (diabetes, problemas cardiovasculares, etc.) –derivados del llamado “sedentarismo tecnológico”–; generar enfermedades mentales y distintos problemas de conducta infantil (depresión, ansiedad, trastornos, déficit de atención, agresividad, hiperactividad, estrés, síndrome de la vibración fantasma, aislamiento social, posible pereza para realizar otras actividades, impulsividad, desajustes en la regulación de sus estados anímicos y de humor, etc.); provocar la aparición y aumento de la miopía en los jóvenes; problemas relacionados con la emisión de radiación y la sobreexposición a la luz azul generada por las pantallas de los móviles –aunque se trate de un riesgo bajo–; problemas en las relaciones afectivo-emocionales; pérdida o reducción de habilidades comunicacionales y sociales59, así como de resolución de conflictos; afectar a la motricidad, etc60. Como se observa, los riesgos en materia de salud son numerosos. Es por esto que se debe fomentar la “salud digital” de los menores, un uso correcto y controlado de los dispositivos móviles. Ahora bien, dichos riesgos aparecen y se maximizan cuando existe una “tecnoadicción” al móvil.

Como se indica, la “multioferta” derivada de la tecnología móvil (comunicación, juego, etc.) no podía estar exenta de problemas –desde su eclosión en la esfera privada de los menores– al plantear una posible adicción, dado el tiemplo empleado, su uso, el desplazamiento de otras actividades y, principalmente, la pérdida de control61. De esta forma, es coherente afirmar que “el móvil sería un vehículo para una multiadicción”62 o que su uso puede convertirse en un “comportamiento disfuncional”63, pues constituye un aparato que abre la entrada a diversas adiciones (a internet, a las redes sociales, a los juegos64, etc.65). Ante ello, algunos expertos han desarrollado el Test of Mobile-phone Dependence (TMD)66, que fija distintos criterios para determinar la dependencia del menor al teléfono móvil (uso desmedido o inadecuado, inquietud ante la posibilidad de no disponer del mismo, dificultad de poner freno al uso excesivo, número de datos consumidos, etc.). Dicho test se ha empleado en algunos estudios, evidenciándose que sólo el 1% de los jóvenes manifiesta tener problemas de adicción –no reconocen ser “adictos al móvil”–, cuando en realidad cerca del 40% presenta problemas importantes por el uso abusivo del teléfono móvil67. Por tal razón, y sin entrar en el debate científico sobre la calificación de dicha conducta –respecto a si es más conveniente hablar de abuso, adicción, uso problemático o uso excesivo–68, resulta patente que su utilización –aunque se deba, entre otros motivos, a dificultades psicológicas o sociales previas69– puede provocar un alto grado de dependencia, teniendo consecuencias perjudiciales para el bienestar físico-emocional de los menores, como las mencionadas con anterioridad. El teléfono móvil se apodera del tiempo de los hijos, los convierte en esclavos. Si apelamos a un ejemplo, la “nomofobia” –entendida como miedo irracional a no disponer del dispositivo móvil o tenerlo sin conexión a internet70–, es cada vez más frecuente dentro de nuestros adolescentes y pre-adolescentes71. Asimismo, algunos menores son proclives al infosurfing, consistente en la “navegación” continua y prolongada por internet sin objetivos predeterminados o sin necesidad72.

Ante tales riesgos, el diagnóstico precoz del uso problemático de la tecnología móvil resulta fundamental73, para gestionar y racionalizar el tiempo dedicado. El problema es que dicha conducta es aceptada socialmente por muchos adultos74 y, por lo tanto, se encuentra permitida a los menores o, bien, pasa desapercibida. Constituye, en ocasiones, un hábito social, aceptado como tal por muchas familias, lo que provoca que tal problemática sea de difícil apreciación e identificación. La labor de prevención en cuestiones de “salud digital” es decisiva, pero para ello primero es necesaria la toma de conciencia de la afectación físico-emocional del dispositivo móvil respecto al menor, ante un uso excesivo del mismo, por parte tanto de la sociedad (centros educativos, etc.) como de los progenitores. De no ser así, estamos ante uno de los graves problemas de la “generación digital”, abocada, posiblemente, a padecer patologías físicas y de carácter psicosocial.

Patria potestad, hijos y teléfonos móviles

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