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Mamá me hace comer un montón de almendras. He probado almendras de Estados Unidos, Australia, China y Rusia. De todos los países que las exportan a Corea. Las chinas tienen un sabor amargo y horrible, y las australianas saben agrias y terrosas. También están las coreanas, pero mis favoritas son las estadunidenses, especialmente las de California. Tienen una suave tonalidad marrón debido a la absorción de la ardiente luz del sol de allí.

Yo tengo mi forma especial de comerlas.

En primer lugar, sostengo el paquete y siento la forma de las almendras desde el exterior. Hay que sentir las duras y resistentes semillas con los dedos. A continuación, rasgo lentamente la parte superior del paquete y abro el doble cierre. Después, asomo la nariz en el interior del paquete y aspiro su aroma lentamente. Para esta parte hay que cerrar los ojos. Lo sostengo con ligereza, conteniendo la respiración de vez en cuando, para permitir que el aroma impregne mi cuerpo el mayor tiempo posible. Por último, cuando la fragancia me inunda por completo, echo un puñado a la boca. Dentro, las hago rodar de un lado a otro sintiendo su textura, palpando sus puntas con la lengua y sintiendo las muescas en su superficie. Hay que asegurarse de que no transcurra demasiado tiempo, porque las almendras adquieren mal sabor si se hinchan de saliva. Todos estos pasos son sólo la preparación del final. Si es demasiado corto, resultará aburrido. Si se prolonga demasiado, el impacto se diluirá. Cada cual debe encontrar su procedimiento ideal. Hay que imaginar que las almendras crecen del tamaño de una uña a las dimensiones de una uva, un kiwi y un melón. Finalmente, del tamaño de una pelota de rugby. Entonces es momento. Crac, las aplastas. Hecho correctamente, saborearás todo el sol de California inundando tu boca.

La razón por la que me molesto en realizar este ritual no es siquiera porque adore las almendras. Es porque, en todas las comidas del día, había almendras sobre la mesa. Resultaba imposible deshacerse de ellas. Así que simplemente inventé una forma interesante de comerlas. Mamá pensaba que, si comía un montón de ellas, las almendras en el interior de mi cabeza crecerían. Era una de las remotas esperanzas a las que ella se aferraba.

Verás, todo el mundo tiene dos almendras dentro de su cabeza, firmemente incrustadas en algún lugar entre la parte posterior de las orejas y la parte posterior del cráneo. De hecho, se llaman “amígdalas”, que deriva de la palabra latina “almendra”, porque su tamaño y forma son idénticas.

Cuando recibes algún estímulo del exterior de tu cuerpo, estas almendras envían señales a tu cerebro. Dependiendo del tipo de estimulación, sentirás miedo o ira, alegría o tristeza.

Pero, por alguna razón, mis almendras no parecen funcionar correctamente. No se activan cuando son estimuladas. Así, ignoro por qué la gente ríe o llora. La alegría, la tristeza, el amor, el miedo: todas estas cosas son ideas vagas para mí. Las palabras “emoción” y “empatía” son para mí sólo tinta en papel.

Almendra

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