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Cuando la abuela fregaba los platos o barría el suelo, tarareaba una melodía al azar, añadiendo su propia letra.

Maíz en verano, camote en invierno,

qué deliciosos y dulces están.

Date prisa antes de que se acaben.

La abuela solía venderlos a los transeúntes en la terminal de autobuses cuando era más joven. Se sentaba en cuclillas en algún lugar frente a la entrada. El único lujo que la joven abuela podía permitirse era deambular por la terminal después del trabajo. A ella le gustaban especialmente las decoraciones para el Natalicio de Buda y para Navidad. Se colgaban filas de farolillos en forma de flor de loto fuera de la terminal, desde el final de la primavera hasta principios de verano, y los adornos de Navidad en invierno. Era tanto su lugar de trabajo como su tierra de las maravillas. Ella decía que adoraba con locura esos mal hechos farolillos de loto y los falsos árboles de Navidad. De ahí que cuando puso un puesto de tteokbokki con sus ahorros de la venta de camote y maíz al vapor, la primera cosa que hizo fue comprar bonitos farolillos de loto y un árbol de Navidad en miniatura. A ella no le importaban las estaciones. Todo el año colgaban, de lado a lado sobre su puesto, farolillos de loto y adornos navideños.

Incluso después de que la abuela cerrara su puesto y mamá abriera la librería de viejo, una de las reglas inamovibles de la abuela era celebrar siempre el cumpleaños de Buda y la Navidad.

—No es de extrañar que Buda y Jesús fueran santos. Ellos se aseguraron de evitar que ambos cumpleaños coincidieran para que nosotros pudiéramos disfrutar de las dos fiestas. ¡Pero si yo tuviera que elegir uno de los cumpleaños por encima del otro, mi favorito es, por supuesto, la Nochebuena! —dijo la abuela, acariciando mi cabello.

Mi cumpleaños es en Nochebuena.

Cada año, en el día de mi cumpleaños, salíamos a comer fuera para celebrarlo. Ese año en Nochebuena nos estábamos preparando para salir, como de costumbre. El clima estaba helado y húmedo. El cielo estaba nublado, y el aire pesado y húmedo me penetraba la piel. ¿Por qué tomarse la molestia, es sólo un cumpleaños?, cavilaba para mí, mientras abotonaba mi abrigo. Y lo pensaba realmente en serio. No deberíamos haber salido aquel día.

Almendra

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