Читать книгу Almendra - Won-pyung Sohn - Страница 12
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Los médicos me diagnosticaron con alexitimia, o incapacidad para expresar sentimientos. Llegaron a la conclusión de que era demasiado joven, mis síntomas diferían del síndrome de Asperger y mis otros comportamientos no mostraban signos de autismo. No se trataba necesariamente de la incapacidad de expresar sentimientos, sino más bien de una imposibilidad para reconocerlos. No presentaba dificultades con la formulación de frases o su entendimiento, al contrario que las personas afectadas con algún daño cerebral en las áreas de Broca o Wernicke,* pero yo no podía sentir emociones, no era capaz de identificar los sentimientos de otras personas ni categorizarlos. Todos los médicos dijeron que estaba relacionado con las almendras de mi cabeza, las amígdalas, que eran inusualmente pequeñas, y con la conexión entre el sistema límbico y el lóbulo frontal, que no funcionaba como debería.
Uno de los síntomas de tener amígdalas pequeñas es que no se reconoce el sentimiento del miedo. La gente habla a veces de lo estupendo que sería ser temerario, pero no sabe de lo que habla. El miedo es un mecanismo de defensa instintivo, necesario para la supervivencia. No sentir miedo no significa ser valiente; significa que eres lo suficientemente estúpido para permanecer en pie en la carretera cuando un auto se dirige hacia ti. Mi caso era aún más desafortunado. Además de mi falta de temor, todas mis funciones emocionales estaban limitadas. Lo único positivo, según dijeron los doctores, era que la reducción de mis amígdalas no alteraba el desarrollo de mis aptitudes intelectuales.
Aconsejaron, pues, que ya que cada persona tiene cerebros diferentes, debíamos ver cómo se desarrollaban las cosas. Algunos de ellos hicieron ofertas más tentadoras diciendo que yo podría tener un papel decisivo en el descubrimiento de los misterios del cerebro. Investigadores de hospitales universitarios propusieron proyectos de investigación a largo plazo sobre mi crecimiento, que serían reseñados en revistas médicas. Habría una generosa compensación a cambio de formar parte de ello, y en función de los resultados de las investigaciones, un área del cerebro podría incluso ser nombrada en mi honor, al igual que las áreas de Broca y Wernicke. El área de Yunjae Seon. Pero los médicos se encontraron con un rechazo frontal de mamá, que ya había llegado a alucinarlos.
Por un lado, mamá sabía que Broca y Wernicke eran científicos, no pacientes. Había leído todo tipo de libros sobre el cerebro en sus habituales visitas a la biblioteca municipal. A ella tampoco le agradaba que los médicos me vieran más como un espécimen interesante que como un ser humano. Ya desde el principio había perdido la esperanza de que los médicos me curaran. Ella había escrito en su diario: Lo único que harían sería someterlo a experimentos extraños o administrarle medicamentos no certificados, observar sus reacciones y fanfarronear de sus hallazgos en conferencias. Y de esa manera, mamá, así como muchas otras madres exageradas, hizo una declaración de principios que fue a la vez poco convincente y un cliché.
—Yo sé lo que es mejor para mi hijo.
En mi último día en el hospital, mamá escupió sobre un arbusto de flores que había enfrente del edificio del hospital y dijo:
—Estos incompetentes no saben siquiera lo que hay en sus malditos cerebros.
A veces, ella podía ser muy arrogante.
* El área de Broca es una sección del cerebro humano relacionada con la producción del lenguaje, mientras que el área de Wernicke se encarga de la comprensión del lenguaje, tanto escrito como hablado.