Читать книгу Almendra - Won-pyung Sohn - Страница 9
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Esperé a que acabara el programa, mientras el tendero llamaba a la policía. Cuando vio que yo seguía jugando con el caramelo, me dijo de mala manera que me marchara si no iba a comprar algo. La policía se tomó su tiempo hasta llegar a la escena, pero en todo lo que yo podía pensar era en el niño tirado en el suelo frío. Ya estaba muerto.
Lo curioso es que el niño era hijo del tendero.
Me senté en un banco en la comisaría de policía, balanceando las piernas. Se movían hacia delante y hacia atrás, generando una brisa fresca. Ya estaba oscuro y yo tenía sueño. Justo cuando ya estaba a punto de quedarme dormido, la puerta de la comisaría de policía se abrió de par en par para revelar a mi madre. Ella dejó escapar un grito cuando me vio y me acarició la cabeza con tanta fuerza que me hizo daño. Antes de que ella pudiera disfrutar plenamente el momento de nuestra reunión, la puerta se abrió de nuevo y entró el dueño de la tienda, con su cuerpo sostenido por los policías. Gemía y su rostro estaba cubierto de lágrimas. Su expresión era muy diferente a la que tenía antes cuando veía la televisión. Se dejó caer de rodillas, temblando y golpeó el suelo. De pronto, se puso en pie de un salto y gritó, señalando con el dedo hacia mí. No era capaz de entender exactamente sus desvaríos, pero lo que capté fue algo como esto:
—¡Los policías habrían llegado antes si lo hubieras dicho en serio!
El policía que estaba a mi lado se encogió de hombros.
—¿Qué puede saber un niño de seis años? —dijo, y logró impedir que el tendero cayera al suelo otra vez. Sin embargo, yo no podía estar de acuerdo con el tendero. Lo había dicho completamente en serio desde el principio. No sonreí ni reaccioné de forma exagerada ni una sola vez. No podía entender por qué me reprochaba eso, pero el niño de seis años que era yo entonces no conocía las palabras necesarias para formar este razonamiento en una oración completa, por lo que me quedé en silencio. En cambio, mamá alzó la voz por mí, convirtiendo la comisaría de policía en un manicomio con el clamor de un padre que había perdido a su hijo y el de una madre que había encontrado al suyo.
Esa noche jugué con bloques de construcción como hacía siempre. Había formado el cuerpo de una jirafa que podía cambiar en elefante si torcía su largo cuello. Sentí que mamá me miraba, con sus ojos examinando cada parte de mi cuerpo.
—¿No estabas asustado? —preguntó ella.
—No —respondí.
Los rumores acerca de ese incidente —en concreto: cómo ni siquiera parpadeé al presenciar a alguien que estaba siendo golpeado hasta la muerte— se extendieron rápidamente. Desde entonces, los temores de mamá se convirtieron en realidad, uno detrás de otro.
Las cosas empeoraron después de que entrara al colegio. Un día, cuando me dirigía a la escuela, una chica que caminaba delante de mí tropezó con una piedra. Me impedía continuar mi camino, por lo que me quedé observando su cinta para el pelo con motivos de Mickey Mouse mientras esperaba a que volviera a levantarse. Pero ella se sentó allí a llorar y llorar. Finalmente, su madre llegó para ayudarla a levantarse. Ella me miró, chasqueando la lengua.
—¿Ves que tu amiga se cae y ni siquiera le preguntas si está bien? Ya veo que los rumores son ciertos, eres extraño.
No se me ocurría qué decir, así que no respondí. Los otros niños sintieron que pasaba algo y se reunieron a mi alrededor, con sus murmuraciones punzando en mis oídos. Hasta donde sabía, probablemente ellos estaban repitiendo lo que la madre de la niña había dicho. Fue entonces cuando la abuela llegó a mi rescate, apareciendo de la nada como la Mujer Maravilla, levantándome en sus brazos.
—¡Cuide su lengua! —espetó con su voz ronca—. Ella sólo ha tenido la mala suerte de tropezar. ¿Quién se cree para culpar a mi chico?
La abuela también reprendió a los niños:
—¿Y ustedes qué están mirando, mocosos?
Cuando nos habíamos alejado, miré hacia arriba, la abuela tenía los labios fuertemente apretados.
—Abuela, ¿por qué la gente dice que soy raro?
Sus labios se destensaron.
—Quizá sea porque eres especial. La gente no soporta cuando algo es diferente, eigoo,* mi pequeño monstruo adorable.
La abuela me abrazó tan fuerte que me dolieron las costillas. Ella siempre me llamaba monstruo. Para ella, no era algo malo.
* Expresión coreana que denota un suspiro.