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Mamá lo atribuyó al estrés durante el embarazo, o al par de cigarrillos que había fumado en secreto, o a los pocos sorbos de cerveza que no pudo resistir en el último mes antes del alumbramiento, pero para mí era obvio por qué mi cerebro estaba hecho un desastre. Simplemente, mala suerte. La suerte desempeña un papel enorme en la injusticia que existe en el mundo. Incluso más de lo que uno podría esperar.

Las cosas eran como eran, mamá podría haber esperado que al menos hubiera tenido una memoria privilegiada como en las películas, o algún talento artístico extraordinario en mis dibujos: algo que compensara mi falta de emociones. Si hubiera sido así, podría haber salido en la televisión, y mis descuidadas pinturas se habrían vendido por más de diez millones de wones.* Lamentablemente, no era ningún genio.

Después del incidente de la cinta para el pelo de Mickey Mouse, mamá comenzó a “educarme” en serio. Por encima de su tragedia y desgracia, el hecho de que yo no sintiera mucho, básicamente implicaba serios peligros en el futuro.

Poco importaba lo mucho que la gente me reprendiera con sus furiosas miradas, no funcionaba. Que me gritaran, chillaran, enarcaran las cejas… Era incapaz de captar que todas esas cosas significaban algo específico, que había una implicación detrás de cada acción. Yo simplemente tomaba las cosas al pie de la letra.

Mamá escribió un par de frases en papeles de colores y los pegó en un trozo de papel más grande:


En la parte inferior, decía:

Nota: para las expresiones, intenta reproducir la expresión que haga la otra persona.

Todo esto resultaba demasiado para el niño de seis años que yo era entonces. Los ejemplos escritos en papel se hacían más y más numerosos.

Mientras que otros niños memorizaban las tablas de multiplicar, yo memorizaba estos ejemplos como la cronología de las antiguas dinastías coreanas. Intentaba hacer coincidir cada elemento a la reacción apropiada correspondiente. Mamá me ponía a prueba regularmente. Me comprometí a recordar cada regla “instintiva” que otros niños no tenían problemas en aprender. La abuela chasqueaba la lengua diciendo que memorizar de esta manera era inútil, sin embargo, ella seguía cortando las flechas para pegarlas en el papel. Las flechas eran su trabajo.

* El won surcoreano es una de las monedas con menor valor unitario de entre las divisas mundiales. Para efectos prácticos, al tiempo de realizar esta traducción, un won equivale a 0.0009 dólares americanos. Es decir, que hacen falta más de 1,100 wones para intercambiarlos por un dólar.

Almendra

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