Читать книгу Almendra - Won-pyung Sohn - Страница 18

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La abuela y yo nos conocimos en un McDonald’s. Fue un día extraño. Mamá pidió dos órdenes de hamburguesas con papas, algo que rara vez hacía, pero no tocó la comida. Su mirada estaba fija en la puerta, y cada vez que alguien entraba, ella se encogía y sus ojos se abrían. Cuando le pregunté por qué hacía eso, mamá dijo que se trataba de una de las formas en las que el cuerpo reacciona cuando se siente miedo y alivio al mismo tiempo.

Mamá se cansó de esperar y se había puesto finalmente en pie para irnos cuando la puerta se abrió y el viento se precipitó en el interior. Alcé la vista para encontrarme con una mujer grande de hombros anchos. Sobre su cabello gris portaba un sombrero morado con una pluma. Se parecía a la ilustración de Robin Hood de uno de esos libros para niños. Ella era la madre de mi madre.

La abuela era muy grande. No había otra palabra para describirla con precisión. Si tuviera que intentarlo, diría que ella era como un enorme y eterno roble. Su cuerpo, su voz, e incluso su sombra, eran gigantescos. Sus manos eran especialmente recias, como las de un hombre fuerte. Ella se sentó frente a mí, se cruzó de brazos y apretó sus mandíbulas. Mamá bajó los ojos y murmuró para decir algo, pero la abuela la detuvo con una voz baja y gruesa.

—Come primero.

De mala gana, mamá comenzó a introducir la fría hamburguesa en su boca. Un largo silencio se extendió entre ellas, incluso después de que mamá se comiera sus últimas papas fritas. Me lamí los dedos para comer las migajas que habían quedado en la bandeja de plástico, una por una, a la espera de su siguiente movimiento.

Mamá se mordió los labios y miró hacia sus zapatos, frente a los brazos firmemente cruzados de la abuela. Cuando no quedaba literalmente nada en la bandeja, mamá reunió el valor para poner sus manos sobre mis hombros y confirmar con un hilillo de voz:

—Es él.

La abuela respiró hondo, se reclinó sobre la silla y gruñó. Más tarde, le pregunté lo que había querido expresar con ese sonido. Ella dijo que significaba algo así como: “Podrías haber tenido una vida mejor, podrida mujerzuela”.

—¡Eres un desastre! —gritó la abuela, tan alto que su voz hizo eco en todo el lugar.

La gente nos miró cuando mamá comenzó a llorar. Entre sus labios apenas abiertos, se desahogó con la abuela contándole todo por lo que ella había pasado durante los últimos siete años. Para mí, sonaba simplemente como una serie de sollozos y resoplidos, y momentos esporádicos en los que se limpiaba la nariz, pero la abuela consiguió entender todo lo que mamá dijo. Ella descruzó sus brazos y apoyó las manos sobre sus rodillas; para ese momento, el brillo en su rostro había desaparecido. Mientras mamá me hablaba, el rostro de la abuela había adquirido un aspecto similar al de mamá. Después de que ella terminara de hablar, la abuela permaneció en silencio durante un tiempo. Entonces, su expresión cambió de súbito.

—Si lo que tu madre dice es cierto, eres un monstruo.

Mamá miró boquiabierta a la abuela, que ahora había acercado su cara a la mía, sonriendo. Las comisuras de su boca se levantaron en los bordes, mientras que las esquinas exteriores de sus ojos se aflojaron. Era como si sus ojos y su boca estuvieran a punto de tocarse.

—¡Y el más adorable y pequeño de los monstruos!

Ella acarició mi cabeza tanto que dolía. Y así fue como comenzó nuestra vida juntos.

Almendra

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