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5. ¿SON COMPATIBLES LA EC Y LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL?

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A primera vista parece bastante claro que la proximidad refuerza las ventajas medioambientales de la EC, especialmente en algunas actividades referenciales o modelos de negocio circulares. En algunas de ellas, la proximidad es casi una necesidad, como, por ejemplo, la reutilización del agua, el uso de abonos orgánicos y a base de residuos procedentes de insumos como los residuos alimentarios, los lodos de depuradora o el estiércol, la simbiosis industrial, el consumo compartido, las actividades de reparación y mantenimiento, etc. En otras actividades, la proximidad es muy recomendable, por ejemplo, la ecología industrial, la re-manufactura, el reciclaje y muchas otras (HOBSON, 2016). La proximidad en todas estas actividades, así como la proximidad en la relación producción-consumo en general, minimiza el consumo de recursos de transporte/energía/ infraestructura/logística y la contaminación asociada a esa cadena (de hecho, el transporte en su conjunto representa más de un 25% de las emisiones totales de CO2, sin incluir las infraestructuras). Podemos asumir que el concepto de proximidad puede diferir de un producto a otro, de una cadena de valor a otra, pero es difícil ver qué tipo de economía circular podría tener éxito a través de un marco globalizado, mediante cadenas globales de suministro de materiales secundarios. Uno de los despropósitos más notorios – pero que es la dura realidad hasta ahora– es la enorme cantidad de residuos plásticos y técnicos que circulan por el mundo, principalmente desde el mundo rico hacia algunos países en desarrollo. Por ejemplo, los primeros pasos hacia la “economía circular” de los plásticos en Europa y los países desarrollados se han materializado en gran medida a través de las exportaciones internacionales masivas a China (70% del total global), abarrotando la industria china del reciclaje, hasta que este país decidió cancelar las importaciones de plásticos en 2019. Lo mismo ocurre con el creciente comercio internacional de residuos electrónicos (RAEE), a menudo exportados (ilegalmente o legalmente como equipos funcionales) a los lugares más contaminados del mundo, causando desastres de salud pública y una peligrosa contaminación en algunos países de África o Asia. Estos ejemplos son lo suficientemente claros como para cuestionar el rendimiento medioambiental de estas prácticas “circulares” perversas (LEPAWSKY, 2015; HUISMAN et al, 2015; VELIS, 2017).

La reconsideración de los retos de sostenibilidad de las cadenas de valor globales atraviesa toda la economía, pero es realmente urgente en algunas actividades/industrias con un impacto creciente y crítico sobre el medio ambiente. Un ejemplo claro es el comercio de residuos (plásticos, productos químicos, metales pesados, fármacos y los cada vez más numerosos residuos electrónicos), que ha convertido la tarea de deshacerse de los residuos en un verdadero negocio internacional. Tanto es así que desde 1992 está en vigor el Convenio de Basilea con el fin de regular el comercio de materiales peligrosos y evitar los comportamientos más perversos.

El comercio de materias primas secundarias y los datos disponibles para el período 2004-2019 en la UE (EUROSTAT, 2020) evidencian importantes (y desiguales) flujos transfronterizos de materias primas secundarias o residuos reciclables. En conjunto, este período muestra un aumento de las actividades de reciclaje y un incremento de la tasa de uso de materiales circulares (del 8,3% al 11,8%, según las discutibles estimaciones de Eurostat), pero también un aumento de los traslados a otros países, tanto intracomunitarios como extracomunitarios (LLORENTE y VENCE, 2019). Lo curioso es que esa tendencia está en clara contradicción con el apoyo de la UE a una enmienda restrictiva del Convenio de Basilea (Enmienda de Prohibición de Basilea, impulsada por los países menos desarrollados y varios países europeos a partir de 1995).

Algunas cifras sobre el comercio de residuos electrónicos pueden ilustrar el profundo desafío al que nos enfrentamos, sobre todo teniendo en cuenta el crecimiento exponencial de este tipo de residuos. El informe de BALDÉ et al (2016), que utiliza las estadísticas comerciales de la base de datos COMEXT de la UE, descubrió que la cantidad exportada de aparatos electrónicos y eléctricos usados (AEE) y/o sus residuos se duplicó de 5 kt en 2008 a 10 kt en 2013. En términos absolutos, la mayor parte de las exportaciones se dirigieron a regiones cercanas a Europa (como los países europeos no pertenecientes a la UE, el norte o el oeste de África) o a regiones que tienen conexiones comerciales bien establecidas (como el sudeste asiático). La investigación llevada a cabo por Huisman et al (2015) descubrió que, en Europa, solo el 35% (3,3 millones de toneladas) de todos los residuos electrónicos desechados en 2012 se reflejan en las cifras oficialmente declaradas de los sistemas de recogida y reciclaje. El otro 65% (6,15 millones de toneladas) fue: a) exportado (1,5 millones de toneladas); b) reciclado en condiciones “no conformes” en Europa (3,15 millones de toneladas); c) rebuscado para obtener piezas valiosas (750.000 toneladas); o d) simplemente tirado en los contenedores de basura (750.000 toneladas). Las cifras que ofrece este documento son preocupantes: “1,3 millones de toneladas salieron de la UE en exportaciones no documentadas”. Esta conclusión coincide con los datos extrapolados de IMPEL (European Union Network for the Implementation and Enforcement of Environmental Law) sobre las violaciones de la prohibición de exportación, que estiman entre 250.000 toneladas como mínimo y 700.000 toneladas como máximo de envíos ilegales de residuos electrónicos. Curiosamente, unas diez veces esa cantidad (4,65 millones de toneladas) se gestionan mal o se comercializan ilegalmente dentro de la propia Europa.

Por lo tanto, si queremos impulsar la EC como motor de la sostenibilidad, debemos analizar cuidadosamente este rompecabezas y evitar el riesgo de desplazamiento del problema de un lugar a otro. El perverso principio de “no en mi patio trasero” puede enmascarar temporalmente el problema, pero no es una solución real, ni a nivel internacional ni a nivel regional.

En todo caso, el problema no está solo en el grave problema del comercio de residuos (legales e ilegales), sino en los enormes consumos de materiales, energías y emisiones derivadas de los flujos cruzados en las cada vez más largas y complejas Cadenas de Valor Globales. La circulación global de las materias primas, componentes y productos, que giran varias vueltas al mundo antes de terminar en manos del consumidor o usuario final, es una fuente de ineficiencias, despilfarros y altos impactos, que solo se justifican por el aprovechamiento por parte de las grandes empresas de los diferenciales de costes entre países. Las emisiones del denso entramado de flujos del transporte marítimo, aéreo y terrestre representan un factor importante de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (el transporte marítimo internacional representa más de 3% de las emisiones globales totales de GEI y el transporte total en torno al 25%). En realidad, a esto es necesario añadir la energía, las emisiones y materiales para la construcción de los buques, aviones, puertos, aeropuertos, espacios logísticos, vías de comunicación, etc. Es un asunto insuficientemente analizado todavía pero abordarlo permitirá evaluar con mayor rigor la interrelación entre la globalización y la EC, poniendo la proximidad entre los criterios relevantes en el diseño de los nuevos modelos de negocio de la economía circular.

Sin duda, todos los líderes industriales son conscientes de este punto, pero todos ellos intentan evitar cambios que puedan perjudicar sus intereses (EMF, 2014, 39). Aquí está precisamente el punto de fricción para las grandes empresas globales, que están impulsando una concepción de la EC compatible con su actual modelo de negocio global. Están interesadas en promover un determinado marco conceptual a-espacial de la EC con el objetivo de preservar las cadenas de valor globales en las que se podría garantizar el liderazgo de las grandes empresas. El mayor riesgo de una visión a-espacial de la EC podría ser el de promover una nueva corriente dominante sesgada hacia una versión “débil” en lugar de una versión “fuerte” de la sostenibilidad.

Redondear la Economía Circular. Del discurso oficial a las políticas necesarias

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