Читать книгу Redondear la Economía Circular. Del discurso oficial a las políticas necesarias - Alba Nogueira López - Страница 8
III. ... Y LA DIVERSIDAD DE CONCEPTOS Y CATEGORIZACIONES DE LA ECONOMÍA CIRCULAR
ОглавлениеEl enfoque de la economía circular se configura como un nuevo paradigma económico-productivo que pone el acento en la capacidad regenerativa del ecosistema, la minimización del consumo de recursos no renovables, la prolongación de la vida útil de los bienes y la reutilización de todos los materiales que entran en el circuito económico eliminando a la mínima expresión los residuos y emisiones (ELLEN MACARTHUR FOUNDATION, 2012; STAHEL, 2013; KORHONEN, 2017; REIKE et al, 2018; BLOMSMA y TENNANT, 2020). Existen diferentes formas de conceptualizar la economía circular dependiendo, entre otras cosas, del grado de generalidad perseguido y de la fase de la cadena de producción-consumo en la que se pone el foco.
La definición más citada es la propuesta por EMF (2012, 7):
La economía circular es un sistema industrial que es restaurador o regenerativo por intención y diseño. Sustituye el concepto de “fin de vida” por el de restauración, se orienta hacia el uso de energías renovables, elimina el uso de productos químicos tóxicos, que perjudican la reutilización, y tiene como objetivo la eliminación de residuos a través del diseño superior de materiales, productos, sistemas y, dentro de esto, modelos de negocio.
Esta propuesta responde a una visión de la EC centrada en el cierre del ciclo de los materiales mediante la conversión de los residuos en recursos a través de un rediseño de los elementos de la cadena. Problemas importantes como el crecimiento del consumo, volumen total de recursos consumidos o la prolongación de la vida de los productos quedan fuera de la definición. De hecho, uno de los principales argumentos legitimadores para la defensa de la EC es su potencial impacto positivo en el crecimiento del PIB o en la conversión de la “minería de residuos” en la nueva fuente de recursos para superar los cuellos de botella provocados por el agotamiento de ciertos recursos críticos (minerales o energéticos). Esa concepción de la EC hace que otras dimensiones, aun siendo analizadas, queden relegadas a jugar un papel secundario en el análisis y en el diseño de estrategias. En todo caso, ha de reconocerse que el plan de trabajo de EMF ha ido completando más de una treintena de estudios monográficos sobre diferentes sectores, tecnologías y espacios para el diseño de estrategias de para la EC.
Curiosamente, una de las aportaciones más exitosas de EMF para la popularización del contenido sistémico de la EC ha sido el “diagrama de la mariposa”, que sintetiza de una forma brillante los ciclos clave de la EC, combinando en el mismo los flujos de la materia biológica renovable y los flujos de materiales técnicos. Los primeros pueden ser reutilizados después de su consumo para diferentes finalidades, entre ellas la regeneración del ecosistema; lo segundos pueden ser valorizados después de su consumo a través de diferentes ciclos (reúso, reparación, re-manufactura, reciclado). El diagrama permite ubicar con claridad el ámbito de aplicación de los tres principiosguía: a) diseño sin residuos ni polución; b) mantenimiento en uso de los productos, componentes y materiales; c) regeneración del sistema natural.
Una definición de EC como cambio sistémico es la incorporada en el primer documento de la Comisión Europea sobre este tema (CE,2014,2):
Una economía circular mantiene el valor añadido de los productos el mayor tiempo posible y excluye los residuos. Funciona reteniendo los recursos en la economía cuando un producto ha llegado al final de su vida, de modo que puedan continuar utilizándose con provecho una y otra vez para crear más valor. La transición a una economía más circular exige la introducción de cambios en todas las cadenas de valor, desde el diseño de los productos hasta los nuevos modelos de gestión y de mercado, desde los nuevos modos de conversión de los residuos en un activo hasta las nuevas formas de comportamiento de los consumidores. Todo eso implica un cambio sistémico completo, así como innovación no sólo en las tecnologías, sino también en la organización, la sociedad, los métodos de financiación y las políticas. Incluso en una economía fuertemente circularizada quedará siempre algún componente de linealidad, pues hacen falta recursos vírgenes y hay que eliminar residuos.
Resulta llamativo, ciertamente, que las aproximaciones posteriores y, sobre todo el desarrollo normativo de la UE, sean mucho menos ambiciosas.
Otras definiciones se han venido formulando desde muy temprano, lo cual en sí mismo evidencia que el concepto de EC es algo en construcción y que no existe un consenso general sobre sus principios y sobre su alcance. De hecho, diferentes revisiones de la literatura evidencian una gran diversidad de conceptos. Por ejemplo, KIRCHHERR, REIKE y HEKKERT (2017) estudian 114 definiciones diferentes codificadas en 17 dimensiones. Después de un análisis sistemático de las mismas llegan a la conclusión de que
“(...) la economía circular se describe con mayor frecuencia como una combinación de actividades de reducción, reutilización y reciclaje, mientras que a menudo no se destaca que la EC requiere un cambio sistémico. Además, encontramos que las definiciones muestran pocos vínculos explícitos del concepto de economía circular con el desarrollo sostenible. Se considera que el principal objetivo de la economía circular es la prosperidad económica, seguida de la calidad medioambiental; apenas se menciona su impacto en la equidad social y en las generaciones futuras. Además, ni los modelos empresariales ni los consumidores se describen con frecuencia como facilitadores de la economía circular” (p. 221).
Para superar esas limitaciones proponen una definición que pretende recoger el común denominador de las más relevantes, formulando que la EC es
un sistema económico que sustituye el concepto de ‘fin de vida’ por la reducción, o alternativamente la reutilización, el reciclaje y la recuperación de materiales en los procesos de producción/distribución y consumo. Funciona a nivel micro (productos, empresas, consumidores), meso (parques eco-industriales) y macro (ciudad, región, nación y más allá), con el objetivo de lograr un desarrollo sostenible, creando así simultáneamente calidad ambiental, prosperidad económica y equidad social, en beneficio de las generaciones actuales y futuras (KIRCHHERR et al, 2017, 229).
Es una definición realizada por agregación, que efectivamente recoge muchos de los aspectos relevantes de la economía circular, pero carece de una fundamentación metodológica.
En una dirección muy semejante apuntan MURRAY, SKENE y HAYNES (2017) cuando definen la economía circular como “un modelo económico en el que la planificación, los recursos, la adquisición, la producción y la reprocesamiento se diseñan y gestionan, tanto como proceso y como resultado, para maximizar el funcionamiento del ecosistema y el bien-estar humano”. GEISSDOERFER y otros (2017, 579) ponen el acento en la eficiencia tanto de materiales como de energía a lo largo de todo el ciclo y definen la Economía Circular como “un sistema regenerativo en el que la entrada de recursos y el desperdicio, la emisión y la fuga de energía se minimizan ralentizando, cerrando y estrechando los ciclos de material y energía. Esto puede lograrse mediante un diseño duradero, mantenimiento, reparación, reutilización, re-manufacturación, renovación y reciclaje”.
Algunas definiciones destacan no solo el cierre de ciclos para reaprovechar indefinidamente los recursos incorporados al sistema sino también la apuesta por la reducción del consumo de recursos materiales y energéticos que entran en la economía: “El objetivo específico de la economía circular es reducir el consumo de recursos, de energía y de residuos mediante un retorno perpetuo de los recursos dentro de la economía. Todos los recursos incorporados en el ciclo económico tienen que ser gestionados como recursos renovables permanentes” (VENCE y PEREIRA, 2019, 3). Esa necesidad de reducir el consumo absoluto de recursos y energía es particularmente aplicable a los países ricos, caracterizados por un nivel de consumo de bienes materiales y energía claramente insostenible.
Por su parte, WALTER STAHEL (2019, 7 y 8) hace una distinción entre Circularidad, Sociedad Circular, Economía Circular Particular y Economía Industrial Circular, con el objeto de diferenciar entre la circularidad tradicional, característica de las sociedades marcadas por la necesidad y la escasez o de los comportamientos circulares voluntarios de individuos o grupos y lo que es una apuesta por el cambio en el paradigma de producción y consumo en una sociedad desarrollada:
“La Economía Industrial Circular (EIC) gestiona las existencias de activos manufacturados, tales como infraestructuras, edificios, vehículos, equipos y bienes de consumo, para mantener al máximo su valor y utilidad, durante el mayor tiempo posible; en cuanto a los recursos, la EIC mantiene las existencias de estos en su máximo nivel de pureza y valor. La EIC contrasta con la E.I. Lineal en que sus objetivos se basan en mantener el valor (no en crear valor añadido), en optimizar la gestión del stock (no los flujos), y en aumentar la eficiencia en el uso de los bienes (y no en la producción de los bienes)” (STAHEL, 2019, 12).
En este caso se trata de una aproximación a la EC centrada en los bienes manufacturados, sin una referencia explícita a los materiales biológicos, y asentada en los principios de suficiencia y gestión óptima de los stocks de productos con el objetivo claro de prolongar al máximo la vida útil de los bienes y aprovechar íntegramente los materiales.
Obviamente, más allá del acierto en la definición sintética, lo que importa es la capacidad para delimitar los principios que deben guiar un paradigma productivo alternativo a la economía lineal y que sea realmente sostenible. Es decir, necesitamos no solo una definición de EC que refleje los diferentes aspectos que permiten guiar la toma de decisiones operativas por parte de los diseñadores de estrategias públicas y privadas sino también una fundamentación teórica y metodológica del concepto de EC, que le de congruencia y que permita jerarquizar la relevancia de esos diferentes aspectos e instrumentos. Esto resulta igualmente necesario con el fin de calibrar la distancia entre las palabras y los hechos; para poder distinguir los discursos cargados de ambiciosos propósitos de los desarrollos y aplicaciones a menudo acomodaticias con una realidad pétrea.
Para ello, más que las diferencias o matices entre una multitud de definiciones “ad hoc” resulta de interés una categorización de las tipologías principales de EC en base criterios relevantes desde el punto de vista técnico-ambiental o económico, que permitan ordenar una serie de principios operativos. Algunos trabajos recientes avanzan en esa dirección. Por ejemplo, CALISTO et al (2020) proponen una tipología multidimensional en base a los supuestos, metas y medios de cada una y distingue cuatro grandes grupos de estudios: a) sociedad circular reformista; b) sociedad circular transformadora; c) EC tecnocéntrica; y d) EC fortaleza. Por su parte, BLOMSMA y TENNANT (2020) proponen una tipología de actividades, ciclos o modelos circulares en base al criterio de entropía. Obviamente, una aplicación sistemática y rigurosa de esos criterios resulta compleja y requiere avances en la definición de herramientas técnicas en esa dirección (v.g., instrumentos tales como LCA-Análisis del Ciclo de Vida de los productos, MFA-Contabilidad del Flujo de Materiales, Emergy, Input-Output, tiempo de duración...). Pero más allá de la necesidad de perfeccionar las herramientas técnicas de evaluación y valoración, la divergencia viene motivada por las consideraciones relativas al contenido y a las consecuencias de tipo socioeconómico y político. Por ello, las diversas formulaciones responden a visiones diferentes de la EC en relación con el modelo socieconómico (crecimiento vs decrecimiento; hiperconsumismo vs suficiencia; globalización vs proximidad; etc.).
En este trabajo realizaremos una somera discusión crítica de esos diferentes criterios de forma que podamos delimitar la vinculación entre la prioridad otorgada a ciertas dimensiones, ciclos o conceptos de EC y su voluntad o capacidad transformadora del modelo económico lineal vigente.
Una primera aplicación de ese tipo de criterios podría plasmarse en la distinción entre dos grandes tipos de procesos circulares, según se centren en los ciclos cortos de los productos o en los ciclos largos de los materiales. Por un lado, estarían aquellos que ponen el acento en los ciclos de los productos, centrados en la maximización de su uso, la prolongación de su vida útil y de su funcionalidad y, por otro lado, estarían aquellos que ponen el acento en los ciclos de los materiales y de las moléculas, centrados en la optimización de su aprovechamiento y su plena recuperación y reincorporación continuada al ciclo productivo. STAHEL (2019) denomina a los primeros la “Era de la R”, basada en la prolongación de la funcionalidad de los bienes y los ciclos más cortos (Ecodiseño, Re-utilización, Reparación, Re-manufactura...); y, a los segundos, la “Era de la D”, basada en ciclos largos de recuperación de átomos y moléculas al final de la vida útil (Desmantelando, Des-haciendo, Des-polimerizando, Des-vulcanizando...). BLOMSMA y TENNANT (2020) dan un paso adelante y fundamentan esa distinción en los niveles de entropía generada por cada uno de los procesos.
El primer tipo de modelos de economía circular pone el acento en los ciclos cortos y el mantenimiento en uso durante el mayor tiempo posible de todo el stock de bienes producidos (STAHEL, 2019; BLOMSMA y TENNANT, 2020). Como vimos, para STAHEL (2019, 12) lo característico de la EC es la “gestión de las existencias de activos manufacturados (...) para mantener al máximo su valor y utilidad, durante el mayor tiempo posible”. Por lo tanto, contrasta con la Economía Lineal en que busca mantener el valor y no en crear valor añadido; busca optimizar la gestión del stock y no los flujos; trata de aumentar la eficiencia en el uso de los bienes y no en la producción de los bienes.
Ese cambio a la economía circular centrado en la gestión del stock se basa en tres ciclos de diferente naturaleza. Los dos primeros centrados en los productos y un tercero en los materiales. El ciclo de Reparación, Mantenimiento, Reutilización y reventa de bienes y el ciclo de actividades de extensión de la vida de los bienes (Reparación para reventa y Re-manufactura); y el tercero es el ciclo de reciclaje de los componentes y las moléculas (recursos secundarios) (ver Fig. 1). Desde la perspectiva de la economía circular se deben priorizar los ciclos más cortos frente a los ciclos más largos. De acuerdo con este criterio podemos jerarquizar de forma aproximada los procesos o ciclos que representan mayor grado de circularidad: no se compra lo que no se necesita; no se sustituye lo que puede seguir prestando un servicio; no se tira lo que puede ser revendido o donado; no se tira lo que puede ser reparado o remanufacturado; no se remanufactura lo que puede ser reparado; no se recicla lo que puede ser remanufacturado; en último extremo, todo se recicla tratando de mantener la mayor calidad de los materiales; y, por supuesto, no se quema lo que puede ser reciclado.
Figura 1. Economía Circular: ciclos de los materiales y ciclos de los productos
Fuente: elaborado en base Stahel (2013) y Reike et al (2018)
Una de las versiones representativa del segundo grupo es la que arranca del concepto “Cradle to Cradle” (C2C) divulgado por MCDONOUGH y BRAUNGART (2002) y que se articula alrededor de tres ideas o principios: a) “Los desechos son iguales a alimento”, de forma que los materiales circulan en ciclos biológicos (orgánicos, biodegradables) o tecnológicos, que nunca se desperdician en los vertederos o se destruyen, sino que se reutilizan sin cesar; b) “Respetar la diversidad” natural (biodiversidad), cultural o las formas locales de conocimiento y de producir; c) el “ingreso por uso de la energía solar”, que se extiende también a otras formas de energía renovable sin fin (eólica, cinética, undimotriz, etc). En esa categoría entraría también la propuesta por EMF (2012) y otras muchas que la toman como referencia. En todo caso, a pesar de que el acento se pone en la conversión de los residuos en nuevos materiales productivos, lo cierto es que la visión va mucho más allá de la eficiencia en el uso de los materiales o de las estrategias de reciclaje que vienen implementándose desde hace décadas – con considerable lentitud– y que muchos gobiernos pretenden disfrazar como EC (incluso la UE que se ha erigido como abanderada de la EC y, desde luego, muchos de sus países miembros). La visión C2C de la EC pone el acento en la preservación de las propiedades de los materiales o, incluso, en el “upgrading” de los mismos; sin embargo, esto constituye un punto controvertido ya que las leyes de la física evidencian que el reciclaje siempre implica una degradación de las propiedades de los materiales y que la reducción de la entropía requerirá aplicar nueva energía para poder reutilizarlos.
De hecho, desde la EC se formulan críticas, por ejemplo, a los discursos oficiales en la UE o en China, que focalizan en exceso la EC en los residuos y el reciclaje. Aunque es muy urgente reducir el grave problema de los residuos, lo cierto es que el reciclaje se sitúa en un ciclo descendente (downcycling), de pérdida de cualidades, ya que este proceso requiere energía y transporte para acabar convirtiendo productos valiosos en materias primas de bajo valor. Es lo que pasa cuando trituramos una botella de vidrio o ropa en buenas condiciones, cuando achatarramos un vehículo en buen estado de circulación o un móvil que podría funcionar con un simple cambio del sistema de carga o porque la cámara no tiene cinco lentes, etc. Lo mismo puede decirse del uso de la combustión de basura o biocombustibles para generar electricidad, que a menudo se presentan como una opción sostenible, pero que, en realidad, desperdicia tanto recursos orgánicos como técnicos para realizar un limitado aprovechamiento de energía (supuestamente “verde”). Frente a este tipo de enfoques muy centrados en el reciclaje, la economía circular propone sistemas de producción y consumo de bienes y materiales sin pérdida de valor, donde los productos y materiales se reutilizan sin cesar en lugar de degradarse (obviamente, admitiendo que la ley de entropía impide un perfecto y pleno aprovechamiento).