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El escándalo de la cruz y la pasión de Dios

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Cristo recapitula al hombre y la creación entera mediante su encarnación real en carne humana y su dolor insustituible en la muerte de cruz, verdadera pasión y sacrificio del Hijo de Dios, cumpliendo así las profecías presentes en las figuras y sacrificios del Antiguo Testamento. Los gnósticos desarrollaron todo un sistema de negación de la pasión conocido con el nombre de docetismo, del gr. dokein, “parecer”, que atribuía a Cristo una apariencia humana, una encarnación ficticia y una muerte ficticia. Cristo, decían algunos gnósticos, según Ireneo, “se ha visto cubierto de un cuerpo, que tiene una sustancia psíquica, preparada con un arte inenarrable, de manera que es visible, palpable y pasible; en cambio no ha tomado absolutamente nada de la sustancia material, porque la materia no puede salvarse” (Adv. haer. I, 6,1; 9,3). Pero “si el Señor tomó carne de otra sustancia, no recapituló en sí al hombre; ni siquiera a la carne” (V, 14,2).

En los apócrifos Hechos de San Juan, Cristo dice: “Oíste decir que sufría, pero no sufrí. Era impasible y padecí. Fui traspasado, y sin embargo no fui maltratado. Fui colgado y sin embargo no fui colgado. Mi sangre corrió y, sin embargo, no se derramó. En una palabra, lo que han dicho de mí yo no lo sufrí” (Hech. Jn. 97). Algunos explicaban que cuando Cristo fue llevado donde Pilato, el Espíritu, que había sido depositado en Él, le fue arrebatado y entonces murió el Jesús humano (Adv. haer. I, 7,2).

Todos coincidían en negar la pasión de Cristo y con ello justificar a la vez su rechazo del martirio por causa de la fe, o quizá llegaron a negar la pasión de Cristo para dejar sin argumentos a los cristianos ortodoxos, a quienes acusaban de suicidas y necios por dejarse matar por las autoridades de este mundo. Para Ireneo la conexión está bastante clara, los herejes niegan la pasión de Cristo porque ellos no están dispuestos a padecer por la verdad del Evangelio. Los herejes “no tienen mártires” (Adv. haer. IV, 32,89). Justino hace notar que los seguidores de Simón el Mago y Marción no son perseguidos, “al menos por sus doctrinas” (Justino, Apología, I, 26). Como ocurre en todos los órdenes de las cosas, las doctrinas esconden y justifican una práctica, no son meras cuestiones intelectuales. El docetismo de los primeros siglos justifica el rechazo del martirio, oponiéndose a la doctrina ortodoxa del mismo, en seguimiento del ejemplo de Cristo. Solo basta leer las cartas de Policarpo (7,8) e Ignacio a los Trallanos, 10, Esmirnenses 4, para darse cuenta (Padres Apostólicos, Policarpo, Carta 7,8, Ignacio, a los Trallanos, 10, a los Esmirnenses 4).

Para la iglesia, como para sus contradictores, la realidad de la pasión no es meramente una cuestión doctrinal, en ella se halla implicado el pathos del creyente y del mismo honor de Cristo: “Si Cristo no ha sufrido realmente no se le debe ningún agradecimiento, ya que no ha existido la pasión. Y, cuando nosotros comenzamos a padecer realmente, aparecerá Él como impostor por exhortarnos a recibir golpes y a presentar la otra mejilla, si es que Él no ha padecido primero realmente; porque en ese caso, como Él ha engañado a los hombres, aparentando ser lo que no era, así nos engaña a nosotros exhortándonos a soportar lo que Él no ha sufrido; y seremos superiores al maestro cuando padecemos y soportamos lo que no ha padecido ni soportado el maestro. Mas, en realidad, nuestro Señor es el único maestro verdadero, Hijo de Dios verdaderamente bueno y paciente, Verbo de Dios Padre que se hizo Hijo del Hombre. Porque, efectivamente luchó y venció, ya que era un hombre que luchaba por sus padres, pagando con su obediencia la desobediencia. Él encadenó al que era fuerte y libertó a los débiles y dio la salvación a la obra de sus manos, destruyendo el pecado. Porque el Señor es compasivo y misericordioso, y ama al género humano” (Adv. haer. III, 18,3. Cf. E. Pagels, op. cit., cap. 4. “La pasión de Cristo y la persecución de los cristianos”).

Obras escogidas de Ireneo de Lyon

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