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Gnosis, esoterismo y angustia
ОглавлениеNo hay pueblo en el mundo que no se haya preguntado una vez en su historia por el angustioso problema del mal. En épocas de transformación político-social, cuando el viejo mundo se viene a bajo, y las antiguas creencias son incapaces de soportar y responder a los nuevos retos y a las nuevas ideas, la pregunta sobre el mal y su origen se convierte en punto de partida de una revisión radical de la cosmosivión que ha dejado de ofrecer seguridad. “¿De dónde el mal y en qué consiste?”, se pregunta el gnóstico Valentín, “¿de dónde procede el hombre y cómo y cuál es la cosa suprema? ¿De dónde Dios?” (Tertuliano, De praescriptione haereticorum, 7).
Es posible que el gnosticismo sea anterior al cristianismo, pero poseemos pruebas claras de que a mediados del s. II d.C. los gnósticos tenían mucha fuerza y adeptos en las iglesias bañadas por el Mediterráneo; desde el sur de Francia hasta Alejandría, en Egipto, donde surgieron un número considerable de maestros y una cantidad no menor de sectas o partidos. El gnóstico se creía poseedor de un conocimiento (gnosis) secreto y salvífico superior a la fe de los simples cristianos, apodados de hílicos o materiales.
No eran filósofos, pues en sus ideas se mezclan especulaciones míticas y numerológicas explicadas con un alegorismo extremo. Una “mitomanía” alegórica y matemática que embriagaba los espíritus, dando pie a la infinita curiosidad que atormenta el alma humana. Su lenguaje hoy nos resulta tan extraño como a muchos de sus contemporáneos. De todos modos, su pretensión de conocimiento superior, de corte mistérico, reservado a los iniciados, y su pretendida solución al problema del mal, le ganó para sí un buen número de seguidores y adeptos entre las capas más cultas de la sociedad. Los teólogos ortodoxos más habituados al ejercicio dialéctico, Clemente de Alejandría y Orígenes, por ejemplo, comprendieron que detrás de la jerga sobre eones y genealogías se hallaban elementos de valor e importancia. Frente a los más rígidos que combatieron el gnosticismo sin entenderlo, ellos buscaron promover una verdadera gnosis cristiana y ortodoxa. El rechazo indiscriminado del gnosticismo, llevó a la formación de sociedades ocultas y secretas, que reaparecen cuando la situación les es propicia. Como escribía el Dr. Raven, el tipo de personas atraídas por esta clase de enseñanza y práctica, suelen ser en general gente sensitiva, y a menudo de temperamento religioso, místico, como se suele decir, sin olvidar la contrapartida de los introvertidos, exhibicionistas y charlatanes, que medran en estos círculos, para descrédito de los mismos (Charles E. Raven, St. Paul and the Gospel of Jesus, p. 106. SCM Press, Londres 1961).
Cuando no se atienden las necesidades espirituales de este tipo de gente, con las garantías de la enseñanza ortodoxa y sin los peligros de la bufonería narcisista tan propia de personajes sin control institucional, amparados bajo el velo del misterio y del secreto, velo que, en muchos casos, una vez retirado deja ver en toda su desnudez la desilusionante pobreza y mediocridad de su pretendida sabiduría profunda.
“No reserváis nada a Dios –afirma Ireneo irónicamente–. Vosotros pretendéis exponer la génesis y la producción de Dios mismo” (Adv. haer. II, 28,4). “¿Por qué se muestran superiores al Demiurgo esos hombres, ante los que se pasma de admiración una gran multitud de necios, como si pudieran aprender de ellos algo superior a la verdad misma?” (I, 30,2).
Como todas las ideas surgen en un momento histórico determinado y obedecen a una situación concreta, es significativo que la gnosis sea la moda de las clases cultas oprimidas, judíos, egipcios, sirios, galos, sometidos a una ley extranjera, la impuesta por el Imperio romano, y a la presencia y dominio de unos dioses que no son los suyos. Son sociedades sometidas al trauma de la desaparición de sus centros de seguridad ancestral. Los dioses, el cielo y la tierra que en otro tiempo les cobijaban se han vuelto amenazantes, extraños. “Es el sentimiento de un abismo absoluto entre el hombre y el lugar en el que se encuentra: el mundo” (Hans Jonas).
Mundo lleno de maldad que no puede ser creación de la divinidad, sino de un principio inferior cuya ley cumple e impone. El verdadero Dios tiene que ser el Dios desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo y sus injusticias, el Dios totalmente Otro. El mundo es el producto de un poder ignorante, repetirán una y otra vez los gnósticos para sorpresa de Ireneo, y por ello malvado, surgido de la voluntad de dominio y de coacción. Las leyes del universo son las leyes de este dominio, y no las de la sabiduría divina. La ley del Imperio bajo la que se encontraban era el decreto de un poder externo, y el mismo carácter tenía para ellos la ley del universo, el destino cósmico, cuyo ejecutor terreno era el Estado mundial.
Los gnósticos, como bien dice Hans Jonas, si hubiesen querido formular la base metafísica de su nihilismo, hubiesen podido decir como Nietzsche: “el Dios del cosmos ha muerto», es decir, ha muerto como Dios, ha dejado para nosotros de ser divino y de dar dirección a nuestra vida (cf. Hans Jonas, La religión gnóstica. El mensaje del Dios extraño y los comienzos del cristianismo (Siruela, Madrid 2000). El Dios gnóstico distinto del Demiurgo es el totalmente otro, ajeno a nosotros, desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo presente, de ahí el desprecio del mundo por parte de los gnósticos “Todavía más atrevidos que Epicuro –se quejaba Plotino– en sus reproches contra el señor de la providencia y contra la providencia misma, desprecian toda la legalidad de este mundo y la virtud que se ha ido formando entre los hombres desde el comienzo del mundo” (Plotino, Enéadas, 11, 9, 15).
Lo que para sus contemporáneos es libertinaje y anarquía, para los gnósticos es la consecuencia práctica de sus doctrinas: hostilidad contra el mundo y contra la vida humana en el mundo. Por eso repudian al Dios creador del Antiguo Testamento, que hizo el mundo, creyendo que era bueno, y buscan el Dios desconocido que no es creador en absoluto. Las licencias que condena Ireneo, son para ellos el modo de afirmar su indiferencia, menosprecio y superioridad sobre las leyes propias del Dios inferior interesado en perpetuar su dominio sobre el mundo. Por eso ponen en duda y quebrantan los valores de la sociedad civil y eclesial, entregándose al exceso. Es un fenómeno típico en tiempos de crisis y angustia, bien conocido en las sectas mileniaristas de la Edad Media y de la Reforma.
No todo era exceso y libertinaje en los gnósticos. Algunos tomaron el camino de situarse fuera de la norma objetiva mediante el retiro del mundo, la práctica de la vida solitaria, de modo que la libertad mediante el abuso o la libertad mediante el no uso no eran más que formas alternativas de expresar su rechazo de los valores del mundo. También es muy probable que la mayoría de los gnósticos llevasen una vida normal en la sociedad, al mismo tiempo que se dedicaban a su búsqueda interna. Dentro de las iglesias desafiaban la autoridad de los obispos y presbíteros, confiando en el acceso directo a Dios. Más adelante nos detendremos un poco en esto.
Para Ireneo, la respuesta a la angustia y al problema del mal en el mundo camina en dirección opuesta. Hay que tener confianza en la bondad natural de la creación, pues obedece a un plan divino superior donde la libertad se manifiesta no en el abuso y la transgresión, sino en la asimilación a Dios por la fe y gracias al Espíritu, en un espíritu de honestidad y buena conducta hacia todos, precisamente lo que echa en falta en algunos herejes. “Es un espectáculo banal –dice– el de esos hombres que explican pomposamente, cada uno a su manera, de qué pasión y de qué elemento trae su origen la materia. Me parece que no quieren entregar manifiestamente estas enseñanzas a todo el mundo, sino solo a aquellos que son capaces de pagar sustanciosas recompensas a cambio de tan grandes misterios” (I, 4,3). Por si fuera poco, y de forma semejante a muchos casos actuales, parece que algunos sectarios también se dedicaron al abuso sexual de sus seguidoras so capa de religiosidad, hasta el punto de destruir los matrimonios, para así acceder fácilmente a las mujeres apetecidas, pues es evidente que no hay nada nuevo bajo el sol. “Por eso los más perfectos de entre ellos cometen sin temor todas las acciones prohibidas, aquellas de las que las Escrituras afirman ‘los que las hacen no poseerán en herencia el reino de los cielos’” (Gá. 5:21). Comen sin discernimiento las viandas ofrecidas a los ídolos, estimando no ser de ninguna manera mancillados por ellas. Son los primeros en mezclarse en todas las diversiones que se dan en las fiestas paganas, celebradas en honor de los ídolos. Algunos de ellos no se abstienen ni siquiera de los espectáculos homicidas, que horrorizan tanto a Dios como a los hombres, en que los gladiadores luchan contra las fieras o combaten entre sí. Otros, haciéndose hasta la saciedad esclavos de los placeres carnales, dicen que lo carnal se paga con lo carnal y lo espiritual con lo espiritual. Los hay que se relacionan en secreto con las mujeres que adoctrinan, como lo han reconocido con frecuencia, con otros errores suyos, las mujeres seducidas por ellos y convertidas después a la Iglesia de Dios. Otros, procediendo abiertamente y sin el menor pudor, han apartado de sus maridos, para unirse a ellas en matrimonio, las mujeres de las que se habían enamorado. Incluso otros, después de unos comienzos llenos de gravedad, en que fingían habitar con las mujeres como con hermanas, han visto, con el transcurso del tiempo, descubierto su engaño, al quedar la hermana embarazada de su supuesto hermano” (I, 6,3)
“El mismo Marcos usa incluso de brebajes amorosos y hechizos, si no con todas las mujeres al menos con algunas de ellas, para poder deshonrar sus cuerpos. Ellas, después de regresar a la Iglesia de Dios, han reconocido que han sido mancilladas muchas veces por él en su cuerpo y que ellas a su vez han experimentado una gran pasión por él” (I, 13,5).