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Vida y obra de Ireneo

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Nacido entre el 126 y 136 d.C. en Asia Menor, probablemente en Esmirna, a juzgar por su familiaridad con Policarpo, obispo y mártir de la ciudad. En una carta que se conserva, dirigida al presbítero romano Florino, Ireneo dice que en su primera juventud había escuchado los sermones del obispo Policarpo de Esmirna, lo que viene en apoyo de su origen, a la vez que le sitúa en contacto con la era apostólica a través de Policarpo. “Te conocí –le dice a Florino–, siendo yo niño todavía, en el Asia Menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces un personaje de categoría en la corte imperial y procurabas estar en buenas relaciones con él. De los sucesos de aquellos días me acuerdo con mayor claridad que de los recientes, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella, de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo solía estar sentado y disputaba, cómo entraba y salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cosas relativas al Señor que había oído de ellos, y sobre sus milagros y sus enseñanzas, y cómo Policarpo relataba todas las cosas de acuerdo con las Escrituras, como que las había aprendido de testigos oculares del Verbo de Vida. Yo escuchaba ávidamente, ya entonces, todas estas cosas, por la misericordia del Señor sobre mí, y tomaba nota de ellas, no en papel, sino en mi corazón, siempre, por la gracia de Dios, las voy recordando fielmente” (Eusebio, Historia Eclesiástica V, 20).

La huella de maestro tan noble y autorizado es perceptible claramente en el discípulo, que se limitó a aplicar a todos los aspectos de la verdad cristiana los principios aprendidos de Policarpo, en especial, someter todas las cosas a la prueba de la Escritura. Ireneo le tributa un homenaje de reconocimiento a lo largo de su obra (Adv. haer. II, 22,5; IV, 27,1; V, 5,1; 33,3; 36,1).

La cultura y estudios seculares de Ireneo podemos deducirlos de sus citas de autores clásicos como Homero y Hesíodo y de filósofos como Platón y Aristóteles. Su manera de argumentar refleja una formación humanística bastante aceptable. De los tratados cristianos menciona con frecuencia a Papias y El Pastor de Hermas, pero sobre todo destaca en su conocimiento bíblico, que abarca todo el Antiguo Testamento y los libros apócrifos o deuterocanónicos, así como la totalidad del canon del Nuevo Testamento, que aún no estaba fijado definitivamente, pero que muestra una asombrosa concordancia con el presente.

Desconocemos el motivo o la razón de su traslado a las Galias (Francia) desde su tierra natal, pero sabemos que existían fuertes lazos entre la Iglesia misionera de Galia y la Iglesia madre de Asia Menor. De hecho, Atalo, oriundo de la vecina Pérgamo, era considerado una “columna” de la iglesia lionesa. A veces se nos pasa por alto que el hombre de la antigüedad solía tener una movilidad sorprendente, y que los más inquietos, intelectualmente hablando, solían realizar extensos viajes para conocer y aprender.

La ciudad de Lyon jugó un papel importante en la historia de la Iglesia, es el punto geográfico donde comienza la historia cristiana en Francia. Capital administrativa y política del imperio romano en un ángulo formado por la confluencia del Ródano y el Saona, estaba unida a Oriente por numerosas vías de comunicación. Lyon, como hace notar Arnold J. Toynbee, es el ejemplo más notable de una colonia romana puesta al servicio del cristianismo (Arnold J. Toynbee, Estudio de historia, vol. 2, pp. 336-337. Alianza Editorial, Madrid 1979, 4ª ed.). Fundada en el 43 a.C. con el nombre de Lugdunum, se hallaba en los umbrales de las vastas regiones del territorio galo que se había agregado al Imperio Romano por las conquistas de César. Se encontraba allí con el fin de irradiar la cultura romana a través de esa Galia Comata. Lugdunum era el asiento de la única guarnición romana que había entre Roma y el Rin. Era también el lugar oficial de reunión del Consejo de las Tres Galias, donde los representantes de setenta o más cantones se reunían periódicamente alrededor del altar de Augusto erigido allí por Druso en 12 a.C. Sin embargo, en 177 d.C. esta colonia romana se había convertido en el foco de una comunidad cristiana de suficiente vitalidad como para llamar la atención de las autoridades, que procuró su erradicación mediante la muerte. Estas circunstancias motivaron el primero documento que se conoce de la Iglesia de las Galias, una carta escrita por los cristianos de Lyon a sus hermanos de Asia y Frigia, conservada por Eusebio (Hist. Eclesiástica, V, 1).

La fundación de la Iglesia de Lyon se remonta al año 150. A la cabeza está el primer obispo de las Galias, el asiático Pontino, que supervisa probablemente también varias pequeñas comunidades cristianas, muerto en el año 177, durante la persecución bajo el reinado del emperador filósofo Marco Aurelio. El anciano obispo, que a la sazón tenía más de noventa años y estaba físicamente débil, fue arrastrado sin piedad por las calles, mientras le propinaban puñetazos y patadas sin consideración ni respeto a su avanzada edad. “Los que estaban a más distancia le echaban lo que podían encontrar, todos ellos imaginando que con ello vengaban a sus dioses. Luego, echado en la cárcel, apenas sin poder respirar, murió dos días después” (Eusebio, Ibíd.). Sometidos a tortura y arrojados a las fieras del circo murieron mártires Epágato, personaje distinguido; Santo, diácono procedente de la vecina ciudad de Viena; Maturo, recientemente bautizado; Atalo, de Pérgamo; Blandina y Biblis, mujeres de fortaleza y gloria; Póntico, un joven de quince años y Alejandro, médico de Frigia, establecido desde hacía mucho tiempo en las Galias.

Ireneo, presbítero por entonces y superviviente de las persecuciones, fue elegido para ocupar el puesto del obispo mártir. Bajo su episcopado van a multiplicarse las comunidades cristianas que comienzan en esa época a franquear los límites de la región de Narbona, sobre todo en dirección al nordeste, hacia el Rin. Más que por este celo en la conversión de los paganos, Ireneo es conocido por su confrontación con los herejes, fruto de la cual es su gran obra contra las herejías. No hay que formarse una idea equivocada de su carácter a juzgar por el título de la obra que ha pervivido hasta nosotros. Ireneo, como su nombre indica, era “hombre de paz” o “pacificador”; en todo momento se esforzó en mantener la paz de la Iglesia universal. Conocemos su papel pacificador en la controversia sobre la fecha de la Pascua por la carta al obispo de Roma Víctor I (189-198), donde le advierte que no rompa con facilidad la unión, ya que Víctor había creído que algunos obipos de Asia y Oriente, que celebraban la Pascua con los judíos, el día catorce de la luna, habían de ser condenados (Jerónimo, De Viris Illustribus, 35).

Gregorio de Tours cuenta que fue martirizado bajo el reinado de Septimio Severo en el año 202 o 203, pero no es del todo seguro, ya que no dicen nada al respecto Tertuliano, Hipólito, Eusebio, Efrén, Epifanio, Agustín ni Teodoreto. La primera noticia de su martirio proviene de Jerónimo, ofrecida en su comentario al libro de Isaías, escrito alrededor del 410, donde se habla de Ireneo como vir apostolicus episcopus et martyr (varón apostólico obispo y mártir), pero calla cuando trata ex profeso de la vida de Ireneo, por lo que la noticia sobre su martirio se atribuye a una interpolación.

Eusebio habla de un buen número de obras escritas por Ireneo, de las que nos transmite algunos fragmentos, pero solo se han conservado dos: Elenjos kai anatrope tes pseudonímon gnóseos (Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis), y Epídeixis ou apostolikon kerigmatos (Demostración de la enseñanza apostólica). No tenemos el original griego de ninguna de ellas.

La primera, escrita hacia el año 180, ha sobrevivido en una traducción latina muy literal, conocida como Adversus Haereses, además de unos fragmentos griegos, armenios y siríacos. Esta obra aparece dividida en cinco libros o capítulos, como diríamos hoy. En el primero Ireneo presenta los diversos sistemas gnósticos, deteniéndose en los valentinianos y trazando su origen hasta Simón Mago, padre de todos los herejes. En el segundo refuta con argumentos tomados de la razón y de la misma lógica gnóstica las tesis de los seguidores de Valentín y Marción. En el tercero muestra la verdad y unidad de la predicación de la Iglesia sobre Dios y Cristo. En el cuarto afirma detalladamente la unidad radical de los dos testamentos o alianzas productos de un mismo Dios. Por último, el quinto se centra en la enseñanza paulina sobre la resurrección de la carne, para terminar con una visión milenarista del Reino eterno, que recapitula todas las cosas creadas: al hombre con Dios y con el mundo, con su carne y con su tierra, tomando así la anakephaloisis paulina de Efesios 1:10, que será también el eje sobre el que gire el sistema teológico de Orígenes.

De la segunda obra, Epídeixis o Demostración, se ha conservado entera solo una traducción armenia, de los años 575 a 580, descubierta en el año 1904. Es una versión breve no polémica, sino apologética de la teología de Ireneo, dirigida a un tal Marciano. Expone la predicación de la enseñanza apostólica y explica las razones de los dogmas divinos con referencia a la Escritura. Es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del siglo II, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo. En la primera parte comienza con una teología de la economía o historia de la salvación, Dios y la creación (4-16), seguida por el pecado del hombre y la misericordia divina (17-30) y la obra redentora de Cristo (31-42). La segunda parte muestra la verdad de la historia de la salvación según las Sagradas Escrituras, la preexistencia y la encarnación del Hijo de Dios (43-51), el cumplimiento de las profecías sobre Jesús (52-84) y el cristianismo como cumplimientos de las profecías mesiánicas (85-97). Concluye con una exhortación pastoral a vivir la fe y oponerse a la herejía (98-100).

La primera traducción latina del Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis debió de hacerse inmediatamente después de su composición en griego, pues Tertuliano ya la usa en latín diez años después en su tratado contra los valentinianos (Adversus Valentinianos). Su traductor tuvo que ser un celta a juzgar por su latín bárbaro, quizá un presbítero de Lyon.

Su objetivo primero fue refutar a los seguidores del famoso gnóstico alejandrino Valentín, aunque después se extiende a otros herejes, conforme iban pasando los años que Ireneo dedicó a componer la totalidad de la obra. Sus fuentes son los escritos de los mismos herejes, algunos de los cuales fueron descubiertos recientemente en las proximidades de la localidad egipcia de Nag Hammadi.

Allí, en diciembre de 1945, se encontraron doce códices coptos y un buen número de fragmentos, que contienen cincuenta obras de autores gnósticos. Fueron depositados en el lugar alrededor del año 400 d.C. y aunque se descubrieron en 1945 no se comenzaron a publicar hasta años más tarde.

Obras escogidas de Ireneo de Lyon

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