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20 Escrituras apócrifas y relectura de los Evangelios

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1. Introducen además subrepticiamente una multitud infinita de escrituras apócrifas y bastardas, confeccionadas por ellos, para impresionar a los necios y a los que ignoran los escritos auténticos. Con este mismo fin añaden la siguiente falsedad: Cuando el Señor era niño y aprendía las letras, el maestro, según su costumbre, le decía: “Di alfa”; a lo que él respondía “alfa”. Pero, cuando a continuación el maestro le ordenaba decir beta, el Señor le contestaba: “Dime tú primero qué es alfa, y yo te diré después lo que es beta”.

Explican ellos esta respuesta del Señor como si él solo fuera el conocedor del Incognoscible, al que manifestaba bajo la figura de la letra alfa.

2. Transforman también en el mismo sentido algunas palabras que figuran en el Evangelio. Así la respuesta que el Señor, a la edad de doce años, dio a su madre: “¿No sabéis que yo debo ocuparme en las cosas que son de mi Padre?” (Lc. 2:49), les anuncia, según ellos, al Padre que no conocían. Por este motivo envió también a sus discípulos a las doce tribus anunciando al Dios que les era desconocido.

De la misma manera a aquel que le decía: “Maestro bueno” (Mt. 19:16), señaló el Señor sin rodeos al Dios verdaderamente bueno, respondiéndole: “¿Por qué me llamas bueno? Uno solo es bueno, el Padre que está en los Cielos” (v. 17). Los cielos, de que aquí se trata, son, según ellos, los eones. Por eso el Señor no respondió a los que le preguntaban: ¿Con qué autoridad haces esto? (Mt. 21:23), sino que les dejó consternados con su pregunta, poniéndoles en situación embarazosa (vv. 24-27). No respondiendo, explican ellos, mostró el Señor el carácter indecible del Padre. En cambio en lo que dijo: “A menudo deseé oír una sola de esas palabras y no hubo quien me la dijera”,42 es, dicen ellos, de alguien que manifiesta, por medio de esta palabra, al único Dios, a quien no conocían. Asimismo, cuando el Señor se fue acercando a Jerusalén, lloró sobre ella y dijo: “Ah, si en este día conocieras también tú el mensaje de la paz, mas ahora está oculto a tus ojos” (Lc. 19:42), con esta última frase manifestó el misterio escondido del Abismo. Y cuando dijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos y os haré mis discípulos” (Mt. 11:28, 29), anunció al Padre de la Verdad, porque, dicen, les prometió enseñar lo que ignoraban.

3. En fin, como prueba de todo lo que precede y, por decirlo así, como expresión última de todo su sistema, aducen el texto siguiente: “Yo te alabo, Padre, Señor de cielos y tierra, porque, habiendo escondido estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu voluntad. Todas las cosas me han sido confiadas por mi Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, ni al Hijo, sino el Padre, y aquel a quien el Hijo lo revelare” (Mt. 11:25-27).

Con estas palabras, según ellos, ha manifestado el Señor claramente que, antes de su venida, nadie conoció al Padre de la Verdad descubierto por ellos; y afirman que el Autor y Creador del mundo ha sido siempre conocido de todos, en tanto que las palabras del Señor se refieren al Padre desconocido de todos, a quien ellos anuncian.

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