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Glándulas lacrimales

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¿No es extraordinario que poseamos una válvula de escape, como las glándulas lacrimales, que nos ayuden a aliviar las tensiones internas en situaciones de intensa emotividad? ¡Qué insoportable le resultaría a un niño no poder llorar porque se le ha roto un juguete o por cualquier otro suceso desagradable! Una vez las saladas lágrimas se han deslizado como perlas por sus mejillas, la dolorosa aflicción del niño se reduce a la mitad. Al parecer, este práctico mecanismo funciona mucho mejor en las mujeres que en los hombres.

Las glándulas lacrimales, situadas en el ángulo superior externo del ojo, en una pequeña cavidad del hueso frontal, además de la posibilidad de vaciarse durante el llanto, desempeñan otras funciones. Las lágrimas mantienen húmedas la conjuntiva y la córnea evitando que se sequen. Además, gracias a las lágrimas podemos expulsar fácilmente de los ojos las bacterias, el polvo y los cuerpos extraños presentes.

Si bien las inflamaciones de las glándulas lacrimales son poco frecuentes, sí que se inflaman con cierta frecuencia los conductos lacrimales y el saco lacrimal. Si no tratamos a tiempo estas inflamaciones con compresas calientes de infusión de manzanilla y eufrasia, las bacterias infiltradas pueden dar lugar a inflamaciones crónicas e incluso puede que se produzca un absceso. En caso de inflamaciones leves se puede producir un rápido alivio mediante el lavado de los ojos con leche un poco caliente o con infusión de malva, a la que se añaden unas gotas de equinácea. Las personas que a menudo están metidas en ambientes polvorientos deberían lavar cada noche sus ojos –con los párpados cerrados– con un algodón hidrófilo empapado con gotas de equinácea para así poder eliminar bien la suciedad, el polvo y las bacterias acumuladas. Si el canal lacrimal está obstruido, hay que acudir al oftalmólogo para que resuelva el problema, aunque seguiremos con un tratamiento complementario con gotas de equinácea y lavados calientes con leche o las infusiones citadas. Si al despertarnos por la mañana parece como si los ojos estuvieran pegados, hay que pensar en alguna alteración metabólica importante que se habrá de tratar sin dilación. No hay que forzar demasiado la vista al leer demasiado rato por la noche con una luz insuficiente. Los ojos necesitan imperiosamente el descanso que les proporciona un buen sueño reparador para que su rendimiento sea óptimo al día siguiente. Si bien los ojos son un don precioso para nuestra vida, la mayoría de la gente olvida cuidar y preservar de posibles daños este don insustituible de la naturaleza. Nadie pone en duda que son un instrumento indispensable físico y espiritual, y que perderlos constituye una pérdida difícilmente reparable. En medio de la prodigiosa diversidad de fuerzas creadoras omnipotentes, los ojos ocupan un destacado lugar y las glándulas lacrimales, unidas a ellos, en su pequeñez y aparente insignificancia, son un signo elocuente del bien trazado plan que rige los fenómenos vitales.

El pequeño doctor

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