Читать книгу En defensa de Julián Besteiro, socialista - Andrés Saborit - Страница 22
DE VILLACARRILLO A CARMONA3
ОглавлениеVillacarrillo, provincia de Jaén, está a 52 kilómetros de Baeza, estación de ferrocarril más próxima. Funcionaba allí una sociedad obrera, «La Blusa» era su título, que había tomado parte en las elecciones municipales ganando la mayoría de los puestos para el Partido Socialista. El caciquismo, muy fuerte en la provincia jienense, las anuló. Convocadas nuevas elecciones, para dar un acto de propaganda estuvo en Villacarrillo Andrés Ovejero, catedrático de la Central, comisionado por la Ejecutiva del Partido Socialista. Desde luego, Ovejero estuvo en Villacarrillo, pero no pudo hablar: el alcalde no autorizó el acto. ¿Qué hacer? Los trabajadores de Villacarrillo, seguros de su fuerza y de su disciplina, pidieron que el día de la elección estuviera en el pueblo una personalidad socialista, para dar fe de lo que sucediese. Besteiro no vaciló: se ofreció a ir a Villacarrillo.
Después de una noche de tren, de madrugada llegó a Baeza, donde había una tartana dispuesta para conducir a los viajeros hasta Villacarrillo. Llegó cuando no habían sido abiertos los colegios electorales. Les esperaban unos grupos de trabajadores, a los que no pudo saludar. Entre Besteiro y ellos se interpuso la fuerza pública. Le obligaron a entrar en el Ayuntamiento, encerrándole en un local destinado a los presos preventivos. La escena fue dura, soportada estoicamente por Besteiro a fin de evitar a los trabajadores de Villacarrillo escenas más violentas aún.
Cuando hasta el único reloj del pueblo obedecía al caciquismo, dieron las cuatro de la tarde —hora de terminar la elección— cuando así lo dispuso el mandón de turno. Por el escrutinio no había que preocuparse: estaba hecho con tener en cuenta las papeletas que entraban en las urnas. Las actas en blanco fueron rellenadas tranquilamente, mientras a Besteiro le obligaban a regresar a la estación de Baeza en la misma tartana en que había llegado por la mañana.
Besteiro era diputado a Cortes. Hablo en el Parlamento exponiendo el inaudito atropello de que había sido víctima delante del principal responsable: Niceto Alcalá-Zamora, cacique máximo de Villacarrillo y de otros distritos electorales de la provincia de Jaén, cuya representación ostentaba en las Cortes merced a contubernios mantenidos entre sí por las taifas monárquicas.
El 3 de enero de 1930 —todavía con dictadura de Primo de Rivera—, Besteiro dio una conferencia en la Casa del Pueblo de Madrid con el tema «Romanticismo y Socialismo». Estuvo duro con quienes daban a su propaganda un matiz romántico, espiritualista, incoloro, mejor sería decir color de rosa. Sin pronunciar nombres propios, siempre dibujándolos. Le interesaba evitar que la clase trabajadora madrileña se alejara del puro camino de la lucha de clases trazado por Pablo Iglesias y continuado por él.
Más de una vez se ha dicho —y lo dijeron personalidades honestas, desconocedoras de la verdad— que Besteiro fue contrario al movimiento de diciembre de 1930 y consiguientemente al triunfo de la Republica. Falso en absoluto. Fue el único que sintió impaciencias republicanas, como lo demuestra que redactó, sin que nadie se lo pidiera, un anteproyecto de Constitución para la República española, que se quedó sin discutir en el Congreso del Partido Socialista, con gran contrariedad suya, porque los demás no creían en la eventualidad de un cambio de régimen. ¿Quiénes eran los demás? Los que después, cuando fueron requeridos para ser ministros dentro de un Gobierno de coalición, sintieron impaciencias republicanas, desmentidas por toda su actuación posterior a la huelga de agosto de 1917. No fue Besteiro quien cambió. Bastaría comprobarlo con los textos de los discursos de cada cual.
Besteiro siempre escribió y siempre dijo que la salida de la dictadura de Primo de Rivera era el triunfo de la República. A esa victoria estaba dispuesto a ayudar arriesgándolo personalmente todo, a costa de no recibir, en cambio, absolutamente nada. Conocía demasiado bien a los republicanos, con los cueles había convivido hasta 1912. Por eso mismo no quería comprometer al Partido Socialista en colaboraciones ministeriales cuya eficacia negaba por adelantado. Que los republicanos gobernasen con su programa y con sus fuerzas propias, sin gastar a destiempo las de la clase trabajadora. Más claro: Besteiro mantenía vivo el espíritu de la lucha de clases. Por eso dejó de ser republicano burgués, después de una crisis dolorosa confesada noblemente por él.
Con igual ligereza se ha juzgado por algunos su posición al referirse al movimiento de octubre de 1934. Mientras estuvo al frente de la Unión General de Trabajadores mantuvo, secundado unánimemente por el resto de los ejecutivos, su decisión de apelar a todo, absolutamente a todo, para defender la República y la Constitución que esta se había dado. Declarar una huelga general —no acordada en ningún Congreso nacional, sin programa conocido, sin hombres responsables a su frente— porque en el Gobierno de Lerroux entraban cuatro ministros de la CEDA ni era revolucionario ni era socialista. Que gobernaran los vencedores en las urnas en 1933 no lo podían impedir Alcalá-Zamora ni Lerroux, quienes retrasaron cuanto pudieron ese temible momento. El error político de esa victoria electoral se quería anular por los mismos que le cometieron con un movimiento de masas sin orden ni concierto, sin el concurso de los republicanos —el movimiento iba contra ellos— y sin la colaboración de los anarquistas, temerosos de que fueran los comunistas quienes intentaran alzarse con el santo y la limosna. ¿Por qué censurar a Besteiro por uno de los actos de su vida política que la Historia ha ratificado como más certeros y ajustados a las conveniencias de Espana? Ningún socialista de responsabilidad, en la emigración, ha negado el acierto de Besteiro al enjuiciar los sucesos de octubre de 1934, y algunos de los mas destacados llegaron hasta a arrepentirse públicamente de haber colaborado en aquel movimiento.
En el Congreso de la Unión General de Trabajadores reunido en 1932, último celebrado en España, hubo cierto ambiente favorable a que las Sociedades obreras allí donde no hubiese Agrupaciones Socialistas, hicieran política y tuviesen concejales propios. Besteiro intervino en el debate, celebrando que los delegados no hubieran insistido en este punto, agregando: «¿Qué peligro creéis que pudiera yo ver en este? ¡Ah! El de la orientación de un movimiento sindical que no tuviera una clara conciencia socialista». Ese peligro existe, agudizado cuando escribo estos comentarios, por parte de algunos intelectuales del interior de España que patrocinan un movimiento obrero unificado al margen del Partido Socialista. Si eso triunfara, los comunistas serían los únicos beneficiados, y las víctimas inocentes, anarquistas y socialistas. Dejar que ciertos elementos se crean capaces de orientar el movimiento obrero es sumamente arriesgado.
En el archivo personal de Besteiro figuran cartas que le dirigieron Luisa y Carlos Kautsky, antes y después de haber puesto prólogo a la obra de Kautsky El programa de Erfurt, donde este deshace el error en que le hicieron caer a Largo Caballero quienes argumentaron con textos de Kautsky que no eran suyos. Cuando la pasión estalla, estos errores, a veces de buena fe, son muy frecuentes.4
El Gobierno provisional de la República, en 1931, apenas constituido, sin contar con él, le nombró delegado del Estado en la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, el puesto mejor retribuido en España. No lo aceptó. Poco después le nombró embajador de la República en París. Lo rechazó igualmente. Declarada la guerra civil, fue nombrado embajador de la República en la Argentina, rechazándolo. Asimismo rechazó el cargo de presidente del Instituto Nacional de Previsión. Aceptó ir a Londres, a las fiestas de la coronación del rey de Inglaterra, como un pretexto, de acuerdo con Azaña, para intentar una salida honrosa al conflicto. Ni Azaña, ni el Gobierno republicano español, ni sus diplomáticos, ni los partidos políticos supieron apreciar el sacrificio hecho por Besteiro al aceptar esa comisión, sin que nadie se atreviera a dar la cara. Justamente irritado, cuando Azaña estuvo en Madrid, Besteiro no fue a oirle. Ni se saludaron. Azaña estaba acobardado por Negrín y por los comunistas.
Hubo quien fantaseó a base de las facilidades encontradas por Besteiro en la embajada inglesa en España, Absolutamente nada de eso es cierto. Besteiro no utilizó ningún favor de esa embajada ni de ninguna otra. No salió de Madrid porque estaba decidido a esperar en la capital de España el final de los acontecimientos. Hubo quien habló de traición y hasta llego a decir: «¡O todos nos hundimos o todos nos salvamos!» Julián Besteiro, cuando habló por radio, no lo dijo: lo hizo. Quien lo dijo se salvó.
Besteiro estuvo preso en el convento de San Isidoro de Dueñas (Palencia). El 15 de mayo de 1557, Fray Luis de León pronunció allí uno de sus discursos más representativos, en la reunión del Capítulo de los Agustinos en la provincia de Castilla. Presos estuvieron Fray Luis de León, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz… La Historia no lo ha olvidado. Tampoco olvidara la prisión de Julián Besteiro.
Con un nutrido grupo de sacerdotes vascos presos como él en San Isidoro de Dueñas, Besteiro fue trasladado a una vieja iglesia transformada en prisión en Carmona (Sevilla), donde se carecía de todo. En Carmona, precisamente en 1935, había sido jefe de la guardia municipal uno de los que, con riesgo de su vida, salvó la de Indalecio Prieto, cuando le impidieron hablar en la plaza de toros de Écija quienes se llamaban, sin serlo más que de nombre, amigos de Largo Caballero. Por Carmona quiso ser diputado a Cortes Alejandro Lerroux, en sus primeros tiempos. En esa misma ciudad, de niño, vivió Francisco Giner de los Ríos, frecuentando allí por primera vez una escuela.
En relación con la estancia de Besteiro en Carmona —donde falleció el día 27 de septiembre de 1940— se ha fantaseado de buena fe. Por ejemplo, se llegó a decir que Besteiro fue enterrado civilmente gracias a la intervención personal del párroco de esa localidad. En mi libro Julián Besteiro figura un relato auténtico de aquella escena tristemente dolorosa, soportada únicamente por su esposa, doña Dolores Cebrián, su hermana Mercedes, un sobrino de ambas y algún otro, muy pocos más. Las referencias publicadas por el doctor Olaso, reproducidas incluso en prensa socialista por la noble intención que las guiaba, carecen en absoluto de fundamento. El párroco de Carmona no intervino en el sepelio civil de Julián Besteiro ni tenía por qué hacerlo, desde ningún punto de vista. Fue la viuda de Besteiro, cumpliendo la voluntad de su esposo, quien decidió lo que era preciso hacer, y el alcalde de Carmona quien señaló la hora, muy intempestiva, para evitar que hubiese trabajadores en la fúnebre comitiva.