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EL MOVIMIENTO DE OCTUBRE DE 1934 Y SUS CONSECUENCIAS POLÍTICAS

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En octubre de 1934 hubo en España un movimiento revolucionario, republicano nacionalista en Cataluña, socialista maximalista en Asturias, que tuvo diferentes consecuencias. Esos movimientos no fueron organizados de acuerdo con los partidos republicanos. Azaña, en Barcelona por aquellos días, intentó evitar que estallará allí, y caso de estallar, que tuviera el matiz que adquirió desde los primeros instantes. Sufrió injusta prisión por ello, viéndose obligado el Gobierno que le encarceló a ponerle en libertad, falto de pruebas para acusarle. Los anarquistas, salvo en Asturias, no intervinieron en la revolución de octubre y hasta fueron contrarios a ella en algunas regiones. ¿Fue acordado el movimiento de octubre en algún Congreso de la Unión General de Trabajadores o del Partido Socialista, como ocurrió en el de agosto de 1917? Terminantemente no. Ninguno de esos organismos, de tradición democrática, acordó ir a la revolución para cambiar el rumbo de la República, caída en poder de los partidos conservadores. Con la Constitución de la República podían gobernar derechas e izquierdas, incluso el Partido Socialista, con su programa mínimo, si tenía votos suficientes en el Parlamento. Precisamente, la Constitución fue redactada pensando en hacer imposibles los golpes de fuerza. Si no lo consiguió no es culpa de los que la redactaron.

A fines de 1933 hubo elecciones generales, ganando la mayoría de las actas el centro y las derechas. Con arreglo a la Constitución estaban en su derecho a gobernar. Las elecciones, en general, fueron sinceras. Triunfaron las derechas unidas porque las izquierdas se dividieron absurdamente. Responsables de esa división fue la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista, que, sin acuerdo de un Congreso Nacional, y faltando a los adaptados en el últimamente reunido, impuso a sus Secciones ir a las urnas con candidatura cerrada, frente a los partidos republicanos con los cuales acababa de colaborar en el Gobierno durante más de dos años, y de quienes no había recibido sino extremadas consideraciones.

La ley Electoral, obra de un Gobierno republicano-socialista, hecha con la intención deliberada de evitar que triunfaran las derechas, imponía coaliciones electorales dando un margen de beneficio a las mayorías. Los ministros que presentaron esa ley pensaban que republicanos y socialistas tenían que ir unidos en las urnas durante las primeras batallas electorales, hasta dejar consolidado el nuevo régimen. Pero la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista, una vez fuera del Gobierno los tres ministros que la representaban, equivocándose al dar por descontado que ese Partido, por sí solo, podía decidir los destinos del país, impuso la ruptura con los republicanos, cuando la ley electoral, hecha con votos socialistas, imponía esa coalición, se quisiera o no se quisiera. Ese grave error dio margen a que la coalición electoral la hicieron los que habían combatido esa ley por considerarla antidemocrática al otorgar primas a las mayorías, venciendo ellos, sin tener más votos en las urnas que las izquierdas, por tener más inteligencia y mayor sagacidad política.

Para cohonestar un fracaso electoral que pudo y debió evitarse, los responsables organizaron el movimiento de octubre, fracasando una vez más. Besteiro, al margen de estas actuaciones, vio claro desde el primer momento, como se comprobará con los textos que van a continuación; pero, a pesar de haber acertado en sus previsiones, no hay una palabra suya contra el movimiento de octubre. Si el Partido Socialista se hubiera reunido en Congreso, seguro que habría combatido duramente a sus organizadores. Fuera del Partido, ni él ni ninguno de sus amigos cometió el menor desliz indisciplinario, aunque la verdad es que la disciplina la habían roto quienes, faltando a las normas democráticas establecidas por la organización del Partido Socialista, decretaron tácticas equivocadas y movimientos huelguísticos sin preparación, sin programa y sin acuerdo previo.

Muchas veces se es más revolucionario resistiendo una de estas locuras colectivas que dejándose arrastrar a ellas, dejándose llevar por la corriente de las masas para cosechar triunfos próximos y aplausos seguros, a riesgo de que después sean las masas las que cosechen los desengaños y los sufrimientos…

Porque la vida de un hombre es poco para pagar los trastornos que se puedan producir en la muchedumbre…

He oído propugnar a varios camaradas el que los socialistas nos apoderemos del Poder y que incluso actuamos dictatorialmente, y yo os digo que ese es un error terrible del que debemos huir…

Respeto a la masa en sus errores, pero no los estimulo. Para ayudarla a formar sus juicios con el mayor acierto posible, estamos obligados a exponer nuestras ideas todos los componentes de la masa que tengamos algo que decir… (De discursos de Besteiro en 1933, antes del movimiento de octubre de 1934.)

Intransigente, furiosamente intransigente, fue su gesto ante la llamada revolución de octubre de 1934. Tanto, que acentuó su aislamiento aparente en el Partido, aunque siempre su opinión pesaba por su inmenso prestigio. Pero muchísimo mayor era su intransigencia con los enemigos. Se instruía la causa contra Largo Caballero por el alzamiento octubreño; estábamos en el plenario, y yo, como abogado defensor de Caballero, pedí que declarase Besteiro para acreditar la exactitud de unos documentos. El juez militar, hombre de pocos alcances, quiso procurarse para sus objetivos —más de fiscal que de instructor— una disconformidad que, por lo demás, era notoria, y preguntó al profesor socialista: «Sin duda, usted condenará la rebelión», y Besteiro dijo: «Yo jamás he estado en contra de revolución alguna». (De un artículo publicado por Luis Jiménez de Asúa, biografiando a Julián Besteiro.)

Tal vez la razón fundamental para considerar que la obra de la revolución social es una obra de Gobierno o, cuando menos, una obra política, consiste en la necesidad de diferenciar la acción revolucionaria de la aventura caótica que todo lo confía al desencadenamiento de la violencia, en un acto de fe ingenua, sin posibilidad de control por parte de la inteligencia individual. Hacer compatible el espíritu renovador con la actuación inteligentemente previsora, y evitar el escollo de la demagogia y del histrionismo político, es el primer deber de toda política revolucionaria. Otra cosa, sea cualquiera su apariencia, no pasa de ser impotencia constructiva y, en muchos casos, rutina y reaccionarismo disfrazados. (De la conferencia dada en Gijón por Besteiro el 17 de diciembre de 1935, con el título «Política y Filosofía»,1 el primero que habló en Asturias después de los sucesos de octubre de 1934. El dato tiene interés histórico.)

Cuando las violencias de lenguaje vienen de los que están o han estado en medio del fragor de la batalla, al frente de las supremas responsabilidades de los más grandes acontecimientos históricos, las violencias de lenguaje, si no tienen una justificación, sí tienen una explicación completamente satisfactoria. Lo mismo ocurre cuando esas violencias proceden de elementos juveniles, por naturaleza más pasionales que reflexivas y por azar llegados a la vida en momentos de máximas dificultades y peligros. Lo que ni se justifica ni se puede explicar de ningún modo es que personas en las cuales no se da ninguna de esas circunstancias cultiven con delectación el sport de las estridencias ofensivas contra los hombres, como Kautsky, más respetables del Socialismo internacional, aun en el caso de que hubieran incurrido en grandes equivocaciones. (Réplica de Besteiro a Leviatán, revista maximalista orientada por Luis Araquistáin y amigos suyos entonces, que después dejaron de serlo.)

En julio de 1923 había monarquía constitucional en España. Funcionaban las Cortes. Presidía la Cámara Melquiades Álvarez, jefe del grupo reformista adherido al régimen monárquico, esperanzado con llegar a la jefatura del Gobierno, entonces en poder de García Prieto con un gabinete de coalición liberal. El rey tenía miedo a las deliberaciones de la Comisión de Responsabilidades elegida por el Parlamento, en la que, entre otros, intervenía Besteiro.

El Gobierno liberal, presionado por el rey, quería cerrar el Parlamento antes de que la Comisión de Responsabilidades emitiera dictamen. Aunque la oposición socialista era ruda, la mayoría de esa Comisión estaba constituida por monárquicos. Eso no le importaba gran cosa al rey, que daba por descontado que la minoría oposicionista, usando su derecho, podría acusar al primer magistrado de la nación de haber faltado a la Constitución. Y lo hubiera hecho con pruebas… Pero no hubo lugar. El Gobierno cerró el Parlamento. Besteiro, momentos antes de que llegara ese momento fatal para el régimen parlamentario, pidió que se fijara un plazo a la Comisión de Responsabilidades para emitir dictamen, y que entretanto siguieran funcionando las Cortes. He aquí los términos en que se expresó el diputado socialista en la sesión del Congreso el día 11 de julio de 1923, esto es, dos meses antes de que el general Primo de Rivera, de acuerdo con el rey, disolviera los Cuerpos colegisladores, las Diputaciones provinciales y los Ayuntamientos

Claro está que esto impone que haya un plazo para acabar, traer la cuestión al Parlamento y para que se discuta de una manera concreta, y ese plazo debe ser breve; pero nosotros no vamos a regatear días. Mas hay una condición esencial, sin la cual la desconfianza justificada de la opinión acompañaría a nuestros actos, y es que las Cortes estén abiertas mientras trabaje la Comisión. Mientras la Comisión no venga aquí con el resultado de su trabajo, se discuta y se tome acuerdo, las Cortes no pueden cerrarse. Para nosotros eso es lo más importante de todo. Cierto que hace mucho calor. Yo, profesionalmente, tengo el privilegio de las vacaciones, y lo sentiré mucho; pero ante una necesidad de esta naturaleza no se puede reparar en tan pequeño sacrificio. Espero que los demás señores diputados harán lo mismo. Si no lo hicieran, serían unos suicidas, porque, realmente, el porvenir de la democracia y del régimen parlamentario, y la relativa tranquilidad del país, dependen de eso.

En efecto, de eso dependieron. ¡Cuántos insensatos creerían exagerados esos pronósticos clarividentes! Por desgracia para España, por las consecuencias políticas que de ahí se derivaron, a lo largo de varios años, los vaticinios de Besteiro tuvieron trágica confirmación.

Se hundió la monarquía y vino la República. En el discurso presidencial del Parlamento constituyente, al tomar posesión de tan alto sitial, Besteiro no se hacía ilusiones. Estimuló al Gobierno y a los diputados a que no creyeran que España caminaba tranquilamente hacia un periodo paradisiaco, de paz y tranquilidad. Algunos de los que le escucharon siguieron opinando que, una vez más, estaba fuera de la realidad, como —decían, faltando a la verdad— lo había estado al no creer en la República. Besteiro creyó en la República desde el 13 de septiembre de 1923; en lo que no creía tanto era en los republicanos, que habían olvidado la Historia de España, sobre todo el periodo de 1873, con cuatro presidentes del Poder ejecutivo en once meses de régimen republicano… ¡Cuántas veces he leído a ciertos hombres que para el progreso de los pueblos es un estorbo el conocimiento del pasado!…

¿Era pesimista Besteiro? Un socialista que había tenido papel preponderante en la huelga general de agosto de 1917 no podía ser pesimista. Tenía fe en el socialismo. Dudaba de la preparación y del tacto político de ciertos hombres. Eso era todo. Y llegó la sesión del Congreso de los Diputados del día 14 de junio de 1934, con Besteiro en los bancos de la minoría socialista, sin presidirla oficialmente, aunque siendo su portavoz en los momentos cruciales por decisión de quienes le escogían forzados por su talento y su autoridad moral, obligados por las circunstancias, sin estar de acuerdo con sus pensamientos. Pero Besteiro lo sabía y no lo ocultaba. Habló aludiendo a los que dentro de su campo ponían ilusiones en un golpe de fuerza de las masas populares para instaurar una dictadura que terminara con el capitalismo. ¡Como si Besteiro no hubiera luchado desde el primer momento por ese ideal, preparando inteligentemente su triunfo, que no podía ser en España —ni fuera de España— obra de la improvisación y de la inconsciencia! Y habló aludiendo a otros sectores de la Cámara, monárquicos defensores de un régimen hitleriano y mussolinista, cuyas excelencias cantaban, He aquí un párrafo fundamental del discurso que pronunció en el Congreso de los Diputados el 14 de junio de 1934, frente a una mayoría de centro y derecha y con una minoría dispuesta a desencadenar, cuatro meses más tarde, un movimiento revolucionario de notoria apariencia dictatorial:

Y claro está, el peligro es este, no solamente para ellos, sino para todos: las masas, intranquilizadas, las masas, desesperadas, que no ven fácilmente la solución de su problema de conjunto, se hallan en una situación espiritual muy propicia para que cualquier hombre ingenuo, quizá de buena fe, o cualquier vividor de la política, les ofrezca una panacea para curar todos sus males, y se le entreguen, sobreviniendo una forma más o menos baja y depresiva de la dictadura (todas las formas de dictadura, para mí, son depresivas). Si en alguien de esta Cámara hay veleidades de considerar eso como un remedio, lo debe procurar evitar; porque en los pueblos fuertes, todavía el tránsito por una dictadura brutal puede ser un reactivo para nacer a una nueva vida; pero en los pueblos débiles un régimen de opresión, de fuerza, de apagamiento de las energías que no están muy despiertas, puede ocasionar, si no la muerte definitiva, un colapso de varios años, y en los momentos de gran transformación vital de toda la humanidad un retraso de unos años, en un país ya retrasado como España, puede ser condenarlo para una cantidad de tiempo, cuya dimensión no se puede prever, a una situación de servidumbre y de inferioridad verdaderamente lamentable.

Mayor clarividencia imposible encontrarla en ningún otro político español. Pero Besteiro no tuvo suerte con sus críticos, que solían criticarle… sin leerle y sin oírle. Estando ayunos de ciencia, se creían sabios indiscutibles. Besteiro hablaba pensando en la masa general del país, dentro de la cual estaba bien seguro de encontrar eco, como lo demostraban las votaciones que alcanzaba cada vez que había elecciones para diputados a Cortes, siempre en los primeros lugares. Quizá radicaba ahí la explicación de ciertos odios.

En defensa de Julián Besteiro, socialista

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