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1. Jesús de Nazaret/el Nazoreo, referente del Nuevo Testamento

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Jesús de Nazaret es el presupuesto básico de todo el Nuevo Testamento. Negar su existencia real parece muy arriesgado desde el punto de vista de la ciencia histórica, entre otras razones, porque se plantearían entonces más problemas que los que se pretenderían resolver. La historia más sencilla de la formación y desarrollo del grupo cristiano sin la existencia de Jesús resultaría muy difícil de explicar. Por otro lado, una sana y razonable distinción, como veremos enseguida, entre la persona de Jesús de Nazaret como artesano y maestro de la Ley, quien fracasó en su empresa de convencer a sus conciudadanos de la inmediata venida del reino de Dios, y el Mesías celestial que es un teologuema que comienza a crearse después de la muerte de Jesús y de la creencia en su resurrección, hace totalmente innecesaria la negación de su realidad histórica, del artesano y maestro de la Ley galileo, cuya figura es análoga a la de otros maestros judíos de la época.

A través de la crítica de los evangelios pueden reconstruirse los hechos más probables de la vida de Jesús. Estos son pocos y pueden resumirse así: Jesús fue un artesano galileo y a la vez un hombre intensamente religioso, preocupado ante todo por el sentido esencial de la ley de Moisés, discípulo de Juan Bautista, pero que fundó luego su propio grupo. Atrajo a las masas con su proclamación de que el reino de Dios era inminente. Pasó un cierto tiempo predicando esa venida del Reino en Galilea. Su relativo éxito se debió no solo a sus palabras, sino al hecho de que algunas personas creían que era también sanador y exorcista. Al no conseguir apoyo suficiente en Galilea, subió a Jerusalén, acompañado de un grupo de discípulos, con el deseo de completar su predicación en la capital y en la probable espera de la manifestación escatológica de Dios, pues estaba convencido de que sería este quien habría de instaurar su reino en último término. Allí perturbó el funcionamiento del Templo, predijo que Dios lo sustituiría por otro nuevo y se declaró finalmente el mesías/rey de Israel. Las autoridades romanas lo prendieron porque su predicación y acciones iban contra el orden público vigente y las estructuras del Imperio. Fue condenado a muerte y crucificado por los romanos al ser considerado un sedicioso, reo de un delito de lesa majestad y un peligro serio para el buen orden de la provincia de Judea.

El conjunto de estos hechos y de los dichos de Jesús que pueden considerarse auténticos, no deformados por la interpretación, nos dibujan la figura de un individuo muy religioso, total y consecuentemente judío. Por eso se ha afirmado, con razón, que Jesús jamás pretendió fundar religión nueva alguna. Por esta misma causa, su mensaje no puede considerarse otra cosa que el presupuesto básico de la teología de los libros del Nuevo Testamento, pero sin llegar a formar parte propiamente de ella, ya que la teología cristiana resulta ser la reinterpretación del mensaje de Jesús una vez muerto él.

Este proceso reinterpretativo no fue puramente fantasioso. Cada uno de los pasos y avances de la teología del Nuevo Testamento, plasmada en los libros que ahora editamos, debió de basarse de algún modo en algo que dijo o hizo Jesús, solo que ese algo fue visto o considerado desde una óptica distinta a la que tuvo el Maestro en vida. Tal visión surgió a partir de la creencia en su resurrección, probada según sus discípulos por diversas apariciones. Esta creencia, y sobre todo la idea nuclear de que, tras la elevación de Jesús al cielo, Dios «lo había constituido señor y mesías» (Hch 2,36), modificó radicalmente la percepción y el recuerdo de lo que fue él en su vida sobre la tierra.

La reinterpretación de la figura y misión de Jesús se hizo sobre todo a base del escrutinio en común de textos de la Escritura —considerada palabra de Dios— que pudieran entenderse como referidos a él, a quien previamente consideraban el Mesías, en especial todos aquellos pasajes que parecían servir de esclarecimiento al fracaso de su muerte en cruz. Así —y esto es importante para la formación del Nuevo Testamento como conjunto de textos que dan testimonio de este proceso—, un hecho o dicho de la vida de Jesús adquirió nueva luz precisamente por lo que se deducía del pasaje escriturístico a través del cual tal hecho se contemplaba. Se trató, pues, de un proceso circular: un dicho o hecho de Jesús se consideraba predicho por un texto escriturario y el sentido de este enriquecía a su vez el significado pleno de lo ocurrido. Por ello, el desarrollo de la ideología cristiana manifestada en los libros del Nuevo Testamento puede definirse como un «fenómeno exegético» o de interpretación de textos sagrados aplicados a la imagen completa de un Jesús recordado, en sus dichos y hechos, por sus seguidores tras su muerte. Así pues, lo peculiar acerca de Jesús dentro del judaísmo del siglo I que nos manifiestan los libros del Nuevo Testamento nace de una reinterpretación de su figura y misión; sus autores lo consideraban ya el Mesías, a partir del convencimiento de que las Escrituras habían predicho lo esencial, si se las miraba con ojos nuevos.

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