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Judaísmo y cristianismo

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En el transcurso del período 70-135 se produjo una separación entre la Sinagoga y la Iglesia. El proceso fue gradual y multiforme, adoptando formas distintas según tiempos y lugares. Justino ofrece una válida referencia histórica a mediados del siglo II, pues reconoce la existencia de judíos circuncidados cristianos, y distingue entre ellos dos actitudes: los tolerantes (y tolerables), que observan la Ley, pero no pretenden imponerla a los cristianos gentiles, y los intolerantes (e intolerables), que insisten en la circuncisión de todos (Justino, Diálogo 47,1-3). Estas actitudes se disciernen ya en Gálatas (caps. 1-2). Otro signo de separación de las comunidades judías y cristianas en general es el intento de los obispos de Roma (entre el 140-180) de cambiar la fecha de la Pascua, a saber, que los cristianos no celebraran la Pascua en la fecha judía del 14 de nisán, que seguía un calendario lunar y podía caer en cualquier día de la semana, sino siempre en el domingo después de ese 14, según un calendario solar, y no con la intención de celebrar la liberación de Israel de Egipto, sino la resurrección de Jesús, el Mesías.

La adecuada comprensión de las relaciones entre las sinagogas y las iglesias en este período —que afecta de modo especial, por ejemplo, a Mateo y Juan especialmente o a Hechos, donde se percibe un claro antagonismo entre judíos normativos y seguidores de Jesús—, requiere el tratamiento de un tema específico: la «maldición contra los herejes», contenida en la denominada Shemoné Esré («Las dieciocho bendiciones»), una oración judía de la época. En su decimosegunda «bendición» aparece el párrafo siguiente que es una condena de los herejes: «Que no haya esperanza para los apóstatas, y que arranque (Dios) de golpe el reino de la insolencia ya en nuestros días. Que perezcan en un instante los nazarenos y los herejes (minim), que sean borrados del libro de la vida y que no sean contados entre los justos». El significado y el alcance de esta bendición a Dios que manifiesta el deseo de la condena divina de los enemigos han sido muy discutidos. Pero hay un cierto acuerdo en que se trata de una condena de los herejes en general y específicamente de los «nazarenos», los cristianos. Respecto a la extensión de su aplicación, nada se puede afirmar con seguridad. Ahora bien, Juan menciona la expulsión de la sinagoga (16,2), Mateo alude a malos tratos en las sinagogas (10,17 y 23,34) y Hechos reseña con frecuencia malas relaciones con la sinagoga. Ha lugar, pues, a hablar de relaciones conflictivas sinagogales entre cristianos y judíos en esta época, sin que sea factible dilucidar pormenorizadamente la intensidad y extensión de estos antagonismos.

La disociación definitiva de Sinagoga e Iglesia fue lenta, y en opinión de autores judíos modernos —cuya fiabilidad no se suele poner en duda— no se dio plenamente hasta el siglo V, momento en el que cesó totalmente el trasvase de judíos al cristianismo y al revés. Esta separación obedeció a tres causas principales: el aumento de cristianos procedentes de la gentilidad; los judíos cristianos que dejaron de circuncidar a sus hijos; y las autoridades respectivas, judías y cristianas, que se dispusieron conscientemente a delimitar con la mayor claridad posible sus ideas sobre la naturaleza del Mesías llegando a concepciones radicalmente diferentes. Pero hasta esta época los documentos neotestamentarios dan a entender que en muchos casos las comunidades cristianas estaban dirigidas por judeocristianos, como se deduce de la nomenclatura y del uso de las Escrituras. Los modelos jerárquicos que se fueron desarrollando muestran también impronta judía, así como las formas cultuales.

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