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El nombre «cristiano»

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Los judíos de Jerusalén designaron a los primeros seguidores de Jesús (o de Jacobo) con el nombre bastante obvio de «galileos» (Hch 1,11; 2,7). Otra designación hebrea de los cristianos fue la de «nazoreos» (nazoraioí), que aparece por primera vez en Hch 24,25 y que se aceptó como denominación de los judeocristianos, que luego se amalgamó con la de «nazarenos». Pero a partir de la segunda mitad del siglo II, el nombre «cristiano» era ya universalmente conocido y utilizado. El uso de este vocablo en época anterior es más problemático. Ciertamente, en el siglo II, e incluso antes, los cristianos aceptaban esta designación y hasta la idealizaban, pero preferían designarse a sí mismos de otras maneras, como los «santos», los «llamados» o los «elegidos».

El libro de los Hechos pretende conocer el origen de esta denominación de cristiano cuando escribe: «Entonces Bernabé marchó a Tarso en busca de Saulo, y cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Estuvieron reunidos con ellos en aquella iglesia un año entero y predicaron a una numerosa muchedumbre. Fue en Antioquía donde por vez primera los discípulos fueron llamados cristianos» (11,25-26). La terminación adjetival «-anos» no es griega, sino latina: -anus. Se trata, pues, de un adjetivo latino formado sobre el término griego christós, que es un adjetivo sustantivado. En principio, no debió de gustar a los nazoreos tal designación, ya que sabían, o por lo menos intuían, que el origen de la palabra era laico y probablemente despectivo. A ningún escritor cristiano griego (hasta finales del siglo II no los hubo latinos) se le habría ocurrido designar a la comunidad de los creyentes con un término latino, aunque tuviera una parte griega. Este nombre, evidentemente, venía «de fuera», probablemente de funcionarios del Imperio que utilizaban el latín, y quizás tuvo en principio un tono peyorativo. Pero el hecho es que se difundió y se consolidó. A pesar de la afirmación de Hechos, es posible también que el origen del apelativo «cristiano» se halle en la ciudad de Roma, puesto que era una ciudad bilingüe latina y griega, minada por gran cantidad de espías, los «curiosi», y delatores bilingües. En Roma medró una de las primeras comunidades cristianas del Imperio, suficientemente robusta y activa como para ser detectable por la policía quizás ya desde el final del principado de Claudio (41-54).

Posteriormente el nombre «cristiano» se halla en las reseñas de Tácito y de Suetonio referentes al principado de Nerón (54-68). Suetonio escribe en su «Vida» de este emperador: «Se persiguió bajo pena de muerte a los cristianos, secta de hombres que seguían una superstición moderna y maléfica» (16,3); y Tácito afirma que «la gente los llamaba crestianos» (Anales XV 44,2), y luego rectifica el error: no son «crestianos», sino «cristianos», puesto que su nombre viene de un tal «el Mesías». Hacia el año 111 Plinio el Joven escribió a Trajano desde Bitinia en su famosa Carta X 96, donde dice: «No he participado nunca en procesos contra los cristianos». Plinio ejerció la abogacía y asumió magistraturas durante los principados de Domiciano, Nerva y Trajano (desde el 82 al 119), y se refiere a los procesos contra los cristianos como algo conocido por todos, como una categoría procesal específica. El nombre «cristiano» era, pues, una denominación usual y precisa a finales del siglo I en el universo de la administración romana.

Un documento cristiano del siglo II confirma no solo el uso, sino la aceptación por los propios seguidores del Mesías de la denominación de «cristianos»: las cartas de Ignacio de Antioquía. Ignacio usa el nombre christianós como sustantivo o como adjetivo en los siguientes pasajes auténticos: Efesios 11,12; Magnesios 4; Romanos 3,2; Trallanos 6,1. Pero lo verdaderamente notable es que Ignacio no solo aduce esta denominación, sino que la idealiza: «Porque no solo me llame cristiano, sino que se me halle como tal» (Romanos 3,2). Ignacio es además el primer autor conocido en utilizar el neologismo christianismós: «cristianismo» (Romanos 3,3).

El apelativo «cristiano» aparece luego en otros documentos de los denominados Padres apostólicos: Martirio de Policarpo 3; 10,1; 12,1-2; Didaché 12,4; y con profusión en la Epístola a Diogneto: 1,1; 2,6 y 10; 4,6; 5,1; 6,1-9. La Primera carta de Pedro, recogida en el Nuevo Testamento, que pertenece cronológicamente al período de los Padres apostólicos, usa el nombre cristiano con un matiz muy interesante: «Pero si sufre por ser cristiano, no tiene por qué avergonzarse; que alabe a Dios por el nombre que lleva» (4,16). El autor parece estar usando el nombre «cristiano» como un titulus criminis, una causa de inculpación. Pero lo notable es que el autor de la carta lo convierte, al igual que Ignacio, en un título de honor.

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