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1. Autoridades sagradas del cristianismo primitivo

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Los cristianos no tuvieron prisa en formar canon alguno de Escrituras sagradas porque, además de la Biblia hebrea, poseían como grupo desde su mismo nacimiento otras tres autoridades. En primer lugar, las «palabras del Señor». No es extraño que la iglesia primitiva las rememorara, hiciera uso de ellas en la predicación oral, las reuniera en colecciones y las citara al lado de la Ley y los Profetas, considerándolas de igual o superior altura espiritual. Segunda: paralelamente a las palabras del Señor debían de existir entre los cristianos interpretaciones de los apóstoles y primeros maestros y profetas que habían vivido con Jesús, sobre la importancia de la vida y mensaje del Maestro, y no es implausible que fueran transmitiéndose como dotadas de autoridad. Tercera: el Espíritu divino era también autoridad porque la dirección de las primeras comunidades corría a cargo de los maestros y apóstoles itinerantes, pero también y, sobre todo, de los profetas, todos inspirados por ese Espíritu. Al principio, pues, estas «autoridades» bastaban al cristianismo primitivo. No necesitaban nuevas Escrituras.

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