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3. Desarrollo de la noción de canon entre el año 100 y el 200

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A finales del siglo I notamos ciertos indicios y sesgos entre los cristianos que pueden explicar el comienzo al menos de esta mutación, que comenzó por los evangelios. En primer lugar, el uso alegórico del material sinóptico en el Evangelio de Juan (por ejemplo, 2,21) indica que se consideraba ya como sagrado ese conjunto, porque en la antigüedad solo se alegorizaba un texto que fuera normativo de algún modo. En segundo lugar, la mayoría de los paganocristianos utilizaba la Biblia hebrea traducida al griego en el siglo II de un modo secundario, como medio polémico y apologético para interpretar lo nuevo que Dios había realizado por medio de Jesucristo, y no como norma en sí misma. Cuando los antiguos cristianos esgrimían una prueba escrituraria de la Biblia, se trataba normalmente de una autoconfirmación de la fe cristiana sobre Jesús como mesías. Pero lo que era correcto o «justo» lo sabían los autores cristianos ya de antemano: de hecho, la fe cristiana primitiva estaba por encima de la Biblia judía. Por otra parte, los autores cristianos primitivos aceptaban esa Biblia de una manera relativamente crítica y ambivalente: la tenían como Escritura, pero —siguiendo las huellas de Pablo— la vida de los paganocristianos no se acomodaba a la parte de ella que consideraban temporal y específica solo para los judíos, como la circuncisión, las normas alimentarias y sobre la pureza ritual. Finalmente, los dichos de Jesús habían tenido un estatus muy parecido al de las Escrituras desde los primeros momentos. Una prueba la tenemos en Pablo, pues para él, la palabra de Jesús (1 Cor 7,10.17 o 1 Tes 4,15) tenía también un valor definitivo.

A principios del siglo II encontramos pasajes de escritores cristianos de la época que empiezan a citar textos de evangelios escritos que contienen algunas palabras de Jesús, con un valor parecido a las escrituras de la Biblia judía. Ejemplos son la Epístola de Bernabé 4,14 (¿110-130?); 2 Pedro (hacia el 125-135; en 3,15-16 se refiere a las epístolas de Pablo y las llama «Escrituras»); Ignacio de Antioquía, Epístola a los filadelfios 8,2 (¿antes del 119 y editada posteriormente?), parece indicar que tiene en igual estima que la Biblia hebrea tanto la tradición oral como los escritos que recogen los hechos y dichos de Jesús; Policarpo de Esmirna, en su Epístola a los filipenses 12,1 (130/150-170/180), llama probablemente (el texto es debatido) «Escritura» tanto al Sal 4,5 como a Ef 4,26; la llamada Segunda epístola de Clemente (¿130-150?), equipara en autoridad (14,2) los «Libros» (de la Biblia judía) a los «Apóstoles» y cita Mc 2,17 con las palabras «otra Escritura dice». Justino Mártir, hacia 150 (I Apología 66,3; Diálogo con Trifón 100,1; 103,8) afirma que los evangelios son las «memorias de los Apóstoles» y cita Mt 11,27 con el encabezamiento «está escrito en el Evangelio».

Estas constataciones no impiden que percibamos que no todos los cristianos del momento participaban de este movimiento propenso a formar una agrupación de escritos propios dotados de autoridad. Por ejemplo, hacia el año 150 se difunde en Roma un escrito, denominado El Pastor, cuyo autor, un cristiano llamado Hermas, era hermano de Pío, obispo de la Urbe en ese momento. Hermas tenía mucho interés en la difusión de su libro, pues contenía visiones celestiales que indicaban el camino recto que debía seguir la comunidad en cuestiones de moral, y podía haberse apoyado en las «palabras del Señor» o en algunos de los escritos cristianos dotados de autoridad que ya circulaban comúnmente, Pablo, por ejemplo. Sin embargo, Hermas no cita absolutamente ninguna «autoridad» cristiana. Estaba evidentemente muy lejos de cualquier tendencia que apuntara hacia un canon específico de libros sagrados cristianos.

De entre las diversas hipótesis que, a falta de testimonios concretos, intentan aclarar cómo y por qué se generó un titubeante canon del Nuevo Testamento en torno al último tercio del siglo II, hay dos, contrapuestas, que son las más significativas, y una tercera que intenta formar un puente de coincidencia entre ellas.

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