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El desarrollo de otros escritos: cartas apostólicas

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El último estadio del desarrollo del cristianismo primitivo, tal como aparece en los libros del Nuevo Testamento, puede caracterizarse globalmente como los momentos de la consolidación de la institución eclesiástica, es decir, el paso de un grupo carismático regido por el Espíritu a otro más organizado, dispuesto a resistir los embates del desánimo por el retraso, o ausencia, del cumplimiento de las expectativas escatológicas de un fin del mundo inmediato. A la vez, desde antes de finales del siglo I, comienza una etapa de incertidumbre a la hora de determinar una fecha de composición exacta para el resto de los escritos. Como se ha indicado, el término final de formación del Nuevo Testamento se prolonga hasta el 125-135, que es cuando probablemente se escribe 2 Pedro.

El proceso de redacción y difusión de las cartas apostólicas pudo tener su origen en el hecho de que pronto se había iniciado la costumbre de copiar las misivas de los fundadores o maestros recibidas por cada comunidad y de enviarlas a otras, a la vez que se recibía como intercambio la que había sido allí enviada. Colosenses, no auténticamente paulina, anterior al año 100, apunta hacia lo que quizás se hacía ya en vida de Pablo, y sobre todo posteriormente: «Una vez que hayáis leído esta carta entre vosotros, procurad que sea también leída en la iglesia de Laodicea. Y por vuestra parte leed vosotros la que os venga de Laodicea» (4,16).

Pero este precedente, la reunión de cartas paulinas, no fue universal. Por ejemplo, en Alejandría tales cartas no se conocieron hasta bien entrado el siglo II. De cualquier modo, indicios de la existencia de esta colección de escritos paulinos a finales del siglo I se hallan en diversos textos de obras cristianas primitivas que contienen alusiones a ella: Primera carta de Clemente (1 Clem), compuesta hacia el 96 a.e.c. (¿?); pasajes de las cartas de Ignacio de Antioquía, muerto alrededor del 110 e.c., y un pasaje de uno de los últimos escritos que ingresaron en el canon del Nuevo Testamento, 2 Pe 3,15-16.

La herencia literaria del Apóstol no consistió solo en la reunión y edición de sus cartas, sino también en el mantenimiento de su notable influjo por obra de una suerte de «escuela paulina». Ello llevó a la creación de cartas «paulinas» nuevas, no salidas de la pluma del Apóstol puesto que había muerto ya. Tales escritos intentaban dar respuesta a nuevos interrogantes generados por la vida de nacientes comunidades apelando a la autoridad del maestro, o a desarrollar nociones teológicas con base directa o indirecta en las ideas de Pablo, o bien a precisar su doctrina, pues para algunos las cartas paulinas significaban un alimento espiritual difícil de digerir (2 Pe 3,16). Una manera de actualizar y explicitar sus ideas fue componer ulteriores epístolas en nombre del maestro. Nacieron así las epístolas Ef y Col, 2 Tes, las cartas comunitarias y las epístolas petrinas. Una posible reacción en contra de esta corriente propaulina fue la Carta de Jacobo, la única que llama «sinagoga» a la asamblea cristiana y no ekklesía, lo cual es muy significativo. El cuarto Evangelio, como se ha visto, fue otra reacción, parcial, de un grupo muy peculiar a la interpretación de Jesús ofrecida por los evangelios sinópticos. Este conjunto de escritos puede fecharse, según cada obra —o grupo de obras— entre el 90 y el 130/135. Es posible, sin embargo, que una obra, la Epístola a los hebreos, compuesta no tan tardíamente, se añadiera al corpus paulino ya bien formado (trece cartas «de Pablo»: Col, Ef y 2 Tes, 1/2 Tim y Tt) para que el conjunto sumara catorce cartas (dos veces siete, número de la plenitud). Que este hecho fue tardío, probablemente del siglo III, lo sabemos con seguridad porque Ireneo de Lyon, en su obra Contra los herejes, hacia el 175-180, conoce y admite como sagradas trece epístolas de Pablo (incluidas las comunitarias), pero nada sabe de Hebreos. Los momentos precisos de este desarrollo no pueden señalarse con exactitud, pues son diferentes en los diversos grupos y comunidades cristianas repartidas por África, el Medio Oriente, Grecia y Roma.

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