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2. Aparición de un canon de escritos cristianos a finales del siglo II

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A pesar de este panorama en apariencia contrario a la constitución de cualquier tipo de nuevas Escrituras, ocurrió que a finales del siglo II, o comienzos del III, ese canon de escritos sagrados existía ya con toda claridad entre los cristianos, y en lo principal era muy parecido al que tenemos hoy. Esto lo sabemos con relativa certeza por el testimonio de diversos escritores eclesiásticos. En primer lugar, en Roma. Hacia el 200 un autor desconocido compuso una lista de los libros que debían considerarse sagrados en la iglesia principal de la cristiandad, citando otros que no lo eran. Esta lista fue descubierta en 1740 por el historiador y teólogo Ludovico Antonio Muratori, por lo que se conoce hoy por su nombre, «Canon de Muratori» o muratoriano. Aunque hay una cierta disputa sobre el momento probable en el que se compuso esta lista (la fecha varía entre el 200 y el 375), la mayoría de los estudiosos acepta la datación temprana. El Canon muratoriano indica que, a principios del siglo III, eran ya sagrados en Roma los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y Hechos; trece epístolas paulinas, pues faltaba Hebreos); dos epístolas de Juan y una de Judas; dos apocalipsis (de Juan y de Pedro). En total, veintitrés escritos de los veintisiete que son canónicos hoy. Faltaban por canonizar 3 Juan, 1 y 2 Pedro, Jacobo y Hebreos, y sobraban —desde el punto de vista posterior— el Apocalipsis de Pedro y el Libro de la Sabiduría (mencionado en esa lista como un libro del Nuevo Testamento).

Para las Galias y Asia Menor, en donde había nacido, tenemos el importante testimonio de Ireneo de Lyon. En su obra Contra los herejes, terminada hacia el 180, aparecen como canónicos los cuatro evangelios; doce epístolas paulinas (falta Filemón), 1 Pedro, 1 Juan, Jacobo y Revelación (faltan 2/3 Juan y Judas). Tertuliano, para el norte de África y también hacia el 200, cita ya como Escritura todos los escritos de nuestro actual Nuevo Testamento, salvo 2 Pedro, Jacobo y 2/3 Juan; Hebreos es atribuida a Bernabé. Por último, Clemente (hacia el 200-210) cita unas dos mil veces textos que hoy forman parte del Nuevo Testamento. Clemente tiene como canónicos los cuatro evangelios, todas las epístolas paulinas, incluida Hb, y el resto de las epístolas, menos 3 Jn, 2 Pe y Jac.

Lo que resulta interesante es que todos estos autores, incluido el desconocido autor del Canon muratoriano, distinguen ya claramente entre «escritura» auténtica y apócrifa. Así, el citado fragmento de Muratori rechaza expresamente como falsos cualesquiera otros evangelios de los muchos que circulaban excepto los cuatro conocidos; y considera espurias dos epístolas de Pablo (a los alejandrinos y a los laodiceos) y el Pastor de Hermas. Así pues, hacia el 200, se ha producido un notable cambio de perspectiva sobre la necesidad de unas Escrituras propias de los cristianos.

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