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Primera hipótesis

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La primera defiende que la formación del canon fue el resultado necesario de una evolución interna de la Iglesia. Cuando se silenció por imperativos naturales la predicación oral de la época apostólica, el grupo judeocristiano hubo de echar mano de las palabras del Señor y de la predicación de los apóstoles ya reunidas anteriormente en escritos que circulaban espontáneamente, y con ello, de modo natural también, concederles el valor de una norma que estaba por encima de la Biblia judía. Así pues, la formación del Nuevo Testamento se llevó a cabo como una formación necesaria dentro de la Iglesia, y ese canon desarrolló desde el principio la tendencia a contener en sí evangelios y escritos de los apóstoles. Fue un proceso totalmente natural en una sociedad como la cristiana el que llevó a plasmar por escrito las palabras y hechos del Señor y de los apóstoles; a reunir por todas partes esos recuerdos y a coleccionar las cartas de los apóstoles donde las hubiere (por ejemplo, las de Pablo); naturalmente también el mismo proceso llevó poco a poco a conceder a esas colecciones una autoridad igual a la de la Biblia judía, lo que debió de manifestarse por el respeto y frecuencia con que desde muy pronto fueron leídas en las asambleas litúrgicas, otorgándoles con ello el mismo rango de honor que a los textos de los Profetas o de la Ley. La decisión eclesiástica tenía que venir tarde o temprano igualmente por necesidad natural, hacia la mitad del siglo II, frente a lo que ya era una realidad y se había ido consolidando como práctica habitual de las iglesias. Es decir, el canon confirmó únicamente el carácter sagrado de unos escritos de cuya santidad en la práctica ya no se dudaba.

Los libros del Nuevo Testamento

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