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La interacción de las obras neotestamentarias de este período

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Para la crítica histórica parece claro que, en este estadio posterior al año 70 e.c., ciertas obras del futuro conjunto de libros del Nuevo Testamento se apoyan en escritos anteriores de ese mismo corpus. Aparte de los evangelios ya mencionados, que son como reediciones revisadas del Evangelio de Marcos, el libro de los Hechos de Apóstoles se presenta a sí mismo como una continuación expresa de Lucas (Hch 1,1-2). Por ello, aunque es un escrito que presumimos bastante posterior —entre la conclusión de ambas obras pudieron transcurrir veinte o veinticinco años— sería absurdo no tener en cuenta Lucas a la hora de interpretar esta supuesta segunda parte.

Igualmente, dentro del primer subcorpus de escritos deuteropaulinos, Efesios presupone la existencia anterior de Colosenses y es un desarrollo de su cristología y eclesiología. Aún más claro es el caso de 2 Tesalonicenses, que resume, reinterpreta e incluso corrige el punto de vista sobre la inmediata cercanía de la segunda venida de Jesús manifestada como inmediata en 1 Tesalonicenses. Hebreos, aunque teológicamente tenga un puesto propio dentro del corpus paulino, no puede entenderse de ningún modo si no se supone un conocimiento de la teología de Pablo manifestada en sus cartas auténticas y una reflexión sobre ella. Se ha supuesto también que Hb pudo ser la expresión más genuina de la teología arcaica de los helenistas, remodelada tras la aparición de Pablo.

Es muy posible que los autores de 1/2 Tim y Tit sean distintos. Pero, a la vez, siguen una misma línea de pensamiento organizativo de una iglesia —ya en sí un concepto radicalmente distinto en el Pablo auténtico frente a estas cartas— que se afianza en el mundo. A la vez muestran una idéntica preocupación pastoral, de cura de almas, que ha servido para que se las vea como un subgrupo bien diferenciado. Su interés por demostrar la fijación de la doctrina cristiana en un bloque que se califica de «depósito» común, y su postura respecto a las primeras manifestaciones heterodoxas que se muestran en el grupo cristiano es muy similar: el conocimiento mundano es opuesto a la fe.

La Carta de Jacobo, orientada ante todo a la moral, se enfrenta a una teología de Pablo vulgarizada, que probablemente no entiende bien al maestro Pablo, e intenta precisarla e incluso corregirla al insistir en que la mera fe en el Mesías, como elemento básico para la salvación, nada vale sin las buenas obras. La denominada 2 Pedro es una continuación en parte de la Epístola de Judas, a la que corrige, por ejemplo, evitando citar textos apócrifos que la de Judas emplea con toda normalidad como documentos que ayudan al desarrollo de la fe o la espiritualidad. A su vez la Carta de Judas presupone la existencia de 1 Cor, pues la descripción de la herejía, a la que combate el autor sin nombrarla nunca, tiene todos los rasgos y casi en el mismo orden que los defectos que Pablo halla en la facción de los espirituales de Corinto, a los que combate o corrige. El autor de 2 Pedro tiene ante sus ojos una colección de cartas paulinas a las que considera como Escritura sagrada, pero que ya no entiende del todo, debido a que en el momento en el que escribía se habían perdido los referentes para entenderlas correctamente, a saber, las cartas que los corresponsales de Pablo le dirigían como fundador de su comunidad, o bien no se sabía con seguridad la doctrina predicada por el Apóstol en las ciudades respectivas donde había establecido alguna comunidad.

Dentro del subcorpus formado por el Evangelio y las Cartas de Juan encontramos ideas ásperamente contrapuestas, hasta llegar a una excomunión entre los jefes de distintas facciones cristianas: el celoso obispo Diotrefes habría excomulgado de buena gana a Juan el Presbítero, autor de la Tercera carta de Juan. Había entre ellos no solo, probablemente, disensiones administrativas, sino teológicas. Estas indicarían hasta qué punto la peculiar teología del grupo joánico no era aceptada fácilmente por otras iglesias cristianas. Una cuestión muy similar se percibe en los ataques del anciano Juan, el autor de la Revelación, a grupos de otros cristianos que habitaban el Asia Menor de lengua griega. La disputa era tan ácida que califica a sus adversarios de discípulos de Satanás, o bien de una tal tibieza espiritual que le produce náuseas. Sin duda, la Revelación se halla dentro de un marco teológico paulino, puesto que acepta la interpretación de Pablo acerca de la muerte y resurrección de Jesús y también admite motivos claramente lucanos, aunque se halle dentro de la tendencia general judeocristiana. Mas, por otro lado, en lo que se refiere a la teología política muestra una oposición radical al paulinismo, cuya bandera es Rm 13,1-7. Mientras que esta carta preconiza el principio de obediencia casi absoluta al orden y al poder civil establecido, una dócil sumisión al Estado aunque en el fondo no sea más que indiferencia consecuente a una falta de interés, el autor de la Revelación es feroz contra el Imperio romano, al que considera la personificación del poder de Satán sobre la tierra. Esta postura se parece más a la que debió de tener Jesús.

Esta interacción mutua indica de nuevo que entre las grandes iglesias del siglo II, todas de cuño paulino, hubo un gran intercambio de libros importantes, semisagrados, y una cierta unidad de pensamiento a pesar de las notables diferencias. Esto habrá de ayudar a conformar el canon neotestamentario.

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