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Fenómenos slow-onset

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Kälin (2010) se refiere con este segundo escenario a la degradación del ambiente y la lenta aparición de desastres: “aumento de la salinización de las aguas subterráneas y del suelo, efectos a largo plazo de inundaciones recurrentes, deshielo del permafrost, sequía, desertificación u otras formas de disponibilidad reducida de agua” (p. 85).[8] Un aspecto muy destacado de los fenómenos slow-onset, en tanto detonadores de las movilidades climáticas forzadas, es su matiz acumulativo: un ejemplo sería que en un sitio determinado ocurre eutrofización de un río y deforestación.[9] La literatura señala, teórica y empíricamente, que el vínculo entre los fenómenos slow-onset y las movilidades climáticas es variado.[10] La desertificación ha sido un caso bastante estudiado, y criticado.[11]

La degradación del ambiente a nivel mundial y la relación entre ella y la migración se han establecido y reconocido por parte de instituciones internacionales y por la investigación sobre el tema (Renaud et al., 2011; Reuveny, 2005). Los fenómenos en cuestión son los que menciona Kälin (2010), pero también hay otros identificados por los informes de organizaciones internacionales, regionales y nacionales, tales como el deterioro de los suelos, la desertificación, la disminución en la calidad y cantidad del agua, las sequías, la pérdida de diversidad genética, el deterioro de los ecosistemas y de los servicios que estos brindan, etcétera.[12]

El vínculo con el carácter forzado de la movilidad tiene dos vertientes. La imposibilidad de tener acceso a agua potable, la desaparición de peces o la desertificación, son razones obvias que pueden relacionarse directamente con la movilidad forzada. El otro vínculo es más sutil y fue revelado por trabajos de campo (Renaud et al., 2011, p. e21). Se demostró que el deterioro progresivo y más o menos rápido del medio ambiente tiene consecuencias económicas: no se trata de acceso a recursos para autosustento sino de la explotación de esos recursos. Todo lo cual lleva al debate sobre la ponderación entre los varios factores que impulsan el fenómeno migratorio.

Asimismo, en el contexto del cambio climático que nos interesa en este proyecto, la investigación ha identificado que este fenómeno profundiza la degradación del ambiente (Renaud et al., 2011, p. e8), aunque la degradación de las zonas costeras posee la dimensión adicional de la presión demográfica creciente, la cual impacta en los ecosistemas y degrada los servicios que estos prestan, lo que los vuelve más susceptibles de sufrir desastres sudden-onset (McGranahan et al., 2007).[13]

Podemos distinguir cinco aspectos relevantes del escenario sudden-onset para México. Primero, es un país muy impactado por periodos de sequía:

La sequía se considera una condición climática temporal, en la cual el nivel de la precipitación es significativamente menor al normal, lo que puede ocasionar serios desequilibrios hidrológicos que afectan negativamente a los sistemas ecológicos y productivos.

En México, el periodo en que generalmente se presenta la sequía inicia en noviembre y concluye cuando inicia la temporada de lluvias, entre mayo y junio. En las últimas décadas se han presentado severos periodos de sequía: entre 2000 y 2003, en 2006, entre 2007 y 2008, en 2009 y entre 2010 y 2012. En mayo de 2011, más del 90% de la superficie del país se consideraba afectada por la sequía. En 2014 y 2015 el porcentaje de superficie fue menor al 50% de la superficie nacional.

Entre 2010 y 2015, 45% del territorio sufrió cuando menos dos años de sequías (no necesariamente consecutivos), principalmente en la mitad del norte del país y casi en la totalidad de la Península de Yucatán. (Semarnat e inecc, 2018, p. 35).

Las sequías tienen varios efectos negativos,[14] pero sus consecuencias son dramáticas para la agricultura y la ganadería, sector esencial de la economía mexicana: “entre 2012 y 2016 la agricultura representó el 61.4% del pib agropecuario, con un crecimiento de 17.2% durante el mismo periodo” (Semarnat e inecc, 2018, p. 59). Se reporta que “se han estudiado ampliamente los impactos del cambio climático y la vulnerabilidad de la agricultura en México. Uno los más documentados es el de las sequías, que son cada vez más frecuentes, y en el pasado han causado pérdidas en agricultura y ganadería que han llegado a ser hasta de 50%, con daños significativos para el cultivo de maíz —que ocupa la mayor parte de la superficie cultivada— y el frijol” (Semarnat e inecc, 2018, p. 341). La trascendencia de este sector apuntaría a un riesgo mayor para México en términos de seguridad alimentaria y hambre: “El cambio climático puede afectar severamente la seguridad alimentaria y, para finales de este siglo, podría poner en riesgo de hambre a entre 5 y 170 millones de personas adicionales, en función del esquema de desarrollo socioeconómico que se asuma” (Semarnat e inecc, 2018, p. 348).

El segundo aspecto es el acceso al agua, que se ha planteado como un problema de escasez en el país:

México tiene 757 cuencas hidrológicas […] En 2016, 649 cuencas tenían disponibilidad del recurso y 108 estaban en déficit.

Respecto de las aguas subterráneas, éstas están divididas en 653 acuíferos […] En 2016, 105 se clasificaron como sobreexplotados y se identificaron 18 acuíferos con problemas de intrusión salina. […] Según las estimaciones actuales, el agua renovable per cápita alcanzará, en el año 2030, niveles cercanos o incluso inferiores a 1,000 m3/hab/año por el aumento de población. Esto se considera escasez. (Semarnat e inecc, 2018, p. 37).

El tercer aspecto concierne a los ecosistemas y la biodiversidad, cuya situación es más que preocupante, pues se ha señalado que todos los ecosistemas de México tienen porcentajes de pérdida, “algunos muy elevados como los manglares (46.6%), los bosques nublados (40.9%) o las selvas húmedas (40.5%)” (Semarnat e inecc, 2018, p. 38). En tanto que el aumento del nivel del mar (Semarnat e inecc, 2018, p. 473) y su calentamiento (Semarnat e inecc, 2018, p. 313) han mostrado un impacto negativo en los ecosistemas y la biodiversidad; mientras que el aumento de la acidez y corrosión marinas, causados por su captura de CO2, significa otro daño para los ecosistemas marinos (Semarnat e inecc, 2018, pp. 314-315). No obstante, debe decirse que algunas especies no sufren el calentamiento del mar, sino que se benefician de él y eso aumenta su población; esto sucede con las sardinas (Semarnat e inecc, 2018, p. 315).

El cuarto aspecto sudden-onset es la desertificación, que resulta muy problemática en México: “Las zonas áridas y semiáridas de México representan aproximadamente 60% del territorio continental del país. […] En general, todas las ecorregiones presentan tendencias de aumento de temperaturas (tanto máximas como mínimas), al igual que altos niveles de incidencia de eventos climáticos extremos” (Semarnat e inecc, 2018, p. 471).

Para concluir, el quinto aspecto se refiere a la deforestación en México, a pesar de que en años recientes presenta un descenso: “La tasa de deforestación neta anual en México disminuyó de 116.9 miles de ha por año durante el periodo 2005-2010, a 91.6 miles de ha por año en el periodo 2010-2015” (Semarnat e inecc, 2018, p. 61).

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