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SINZHEIM

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Esta ciudad pertenece ahora al príncipe de Linange, que debe ser un buen soberano, porque todo el mundo habla de él con cariño. La gente está aquí muy contenta con su príncipe hereditario, y su sola mención hace brotar la sonrisa de los semblantes. ¿Por qué no se podrá decir lo mismo de todas las ciudades por las que hemos pasado? En unas domina el miedo con su férreo cetro; en otras los méritos indudables del soberano son mirados con indiferencia porque se mantiene demasiado alejado de su pueblo y distribuye los beneficios con demasiada parsimonia; aquí, un pequeño distrito execra a un gran déspota; allá, la misantropía de un príncipe le enajena el afecto de todos sus súbditos. Qué agradable es, por el contrario, escuchar a los ciudadanos de Linange hablar con cariño y afecto de su regidor hereditario.

Es mil veces de lamentar que los grandes hayan abandonado la laudable costumbre de mezclarse de incógnito con sus súbditos, ¡Cuántas amargas pero saludables lecciones recibiría éste, el otro y el de más allá! ¡Cuántas bendiciones escucharía nuestro Federico Guillermo de muchos labios que el debido respeto mantiene cerrados en su presencia!

De Berlin a Paris en 1804

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