Читать книгу De Berlin a Paris en 1804 - August Friedrich Ferdinand von Kotzebue - Страница 7
ENTRE ERFURT Y GOTHA
ОглавлениеAquí, en una excelente carretera, ya se puede gozar del encanto de viajar. Todas las comodidades de que el viajero tiene que prescindir forzosamente en Sajonia, se le ofrecen con abundancia en los territorios del duque de Sajonia-Gotha. Un pesado impuesto ha de pagarse, es verdad, pero no es ése el peor inconveniente. Reside más bien éste en la frecuencia de tales pagos. ¿Por qué le han de parar a uno, a cada momento, en la carretera?
Una laudable costumbre, que hasta ahora era exclusiva de la Alemania del Sur, se ha introducido aquí, ahora, sabiamente. A ambos lados de la carretera se han plantado cientos de árboles frutales; bajo ellos, en el futuro, el viajero, sediento y cansado, encontrará sombra y refresco. Además, una buena carretera, con largas hileras de árboles frondosos a sus lados, es para la memoria de un príncipe monumento más noble que el más costoso palacio chino de verano, o de otro estilo parecido.
Da pena que no se preste la suficiente atención a la conservación de los árboles tiernos en la carretera a Gotha. Se ven frecuentemente estacas que les ayudan en su crecimiento, pero, por no hacerse bien las ligazones, quedan sin protección ante los vientos. No se reemplazan los árboles secos por otros. Aprovecho esta oportunidad para comunicaros un pensamiento que muy a menudo se me ha ocurrido: El cultivo de los árboles frutales atrae, sin duda, la atención más especial de un gobierno y también contribuye a incrementar la riqueza del campesino, al que suele con ello preservar del hambre. Pero el cuidado de estos árboles, mantenidos para utilidad pública, no atrae mucho el interés de los guardamontes o vigilantes de la carretera, hasta el extremo de prestarles el cuidado apropiado. Así perecen muchos cientos de arbolitos que, además, están expuestos, las más de las veces, al injustificable mal trato por parte de los viajeros. ¿Por qué no habría de darse una ley estableciendo que cada campesino, al nacerle cada hijo, plantara un árbol frutal al lado de la carretera, que, debidamente numerado, fuera de su propiedad, pero que también estuviera obligado a cuidar y substituir? ¡Qué pequeña molestia ocasionaría esto, unido a un pequeño gasto, y, en cambio, qué gran beneficio para un país, que obtendría un incremento tanto en árboles frutales como en niños! El producto futuro sería, realmente, incalculable. En corto espacio de tiempo el país se convertiría en un jardín, y este jardín vendría a ser como una especie de almanaque para los campesinos; cada árbol tendría su amigo y protector que crecería con él, le cuidaría y atendería. Tal idea, además de su utilidad, tiene un algo agradable, que no es frecuente en las ideas que atañen a la economía rural.