Читать книгу De Berlin a Paris en 1804 - August Friedrich Ferdinand von Kotzebue - Страница 4
LIBRO I
VIAJE DE BERLÍN A PARÍS
ОглавлениеNotas al paso sobre los viajes, a manera de introducción
Se ha comparado a menudo la vida con un viaje; todas las comparaciones son pálidas y ésta no había de constituir la excepción. ¡Qué gran diferencia existe entre el vivir y el viajar! ¡Y qué ventajas para esto último! El viajero, generalmente, sabe que viaja porque tal es su deseo y conoce adonde se dirige, pero al que vive nadie le pregunta si ello le place y por qué existe. Si estas preguntas pudieran hacerse antes de la entrada en el mundo, muchos contestarían negativamente a la primera, y ¿quién puede dar una respuesta satisfactoria a la segunda?
Cuán superior es la ventaja de que goza el viajero cuando, al abandonar a los suyos y vencer la natural amargura de la despedida, lo emprende sabiendo que al final será recompensado con la alegría de volverlos a ver, mientras que el hombre que marcha paso a paso por la vida, hacia su fin, ha de dar el último adiós a los suyos sin saber si volverá a reunirse con ellos, y sólo su imaginación ha de vestir esta imagen con el ropaje de la esperanza. Siempre nos reunimos al final de un viaje; al final de la vida se parte irremisiblemente.
Así, en cualquier aspecto, lo mismo en lo grande que en lo pequeño, hallamos una gran diferencia entre la vida y los viajes. El viajero, si se ve sorprendido por el mal tiempo, tiene libertad para elegir la posada que le resulte más hospitalaria, pero no ocurre así con el peregrino de la vida, expuesto a todas las tempestades y ante cuyos rigores sucumbe con frecuencia. En la grata compañía de un camarada agradable, el viajero busca y halla recreo, pero aun en los brazos de nuestra más fiel compañera no podemos lograr un placer verdadero, porque a veces, en los momentos en que a ella nos dirigimos con la mayor cordialidad de que es capaz el alma, la hallamos súbitamente impregnada de tristeza, como una flor marchita.
¡Feliz el perseguido por la desgracia a quien le es permitido viajar! Comarcas y montañas extrañas, y, lo que vale más, caras extrañas, personas ajenas, que nada saben de él, que nada sospechan de lo que en su interior ocurre; puede dirigirse a ellas, si quiere, para descargarse de la opresión que en su espíritu representan los recuerdos de su vida. Aquel cuya casa ha sido destruida por el fuego, estaría equivocado si permaneciese siempre contemplando las ruinas humeantes. ¡Feliz yo, en fin, que os voy a dejar!