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Roma, Italia
Martes, 27 de diciembre de 2016
Bastian se sentía eufórico. Estaba un paso más cerca de lograr su mayor objetivo laboral, el que había empezado a tomar forma un mes atrás. Quería gritar de felicidad, bailar, saltar como un loco. Por supuesto, no podía hacerlo. Tenía que mantener la compostura, al menos hasta abandonar el lujoso edificio. Con una ansiedad que hacía tiempo no experimentaba, oprimió el botón del elevador y aguardó hasta que se abrieron las puertas metálicas. Dentro estaban el ascensorista y una señora de porte distinguido que llevaba en sus brazos un perrito de pelaje blanco y rizado. Era curioso que el pelo del animalito fuese tan parecido al cabello de su dueña, que asomaba debajo de un coqueto sombrero negro.
–Buenas tardes –saludó Bastian al ingresar al cubículo espejado. La señora, cuyo penetrante perfume había invadido cada centímetro del elevador, apenas si inclinó la cabeza. El empleado, en cambio, lo saludó con cordialidad y le preguntó el piso de destino–. Planta baja, por favor –solicitó.
El perrito lo miraba curioso con sus ojos redondos y tan oscuros que parecían dos uvas negras. Tenía una carita simpática, tanto que le inspiró ternura. No era de extrañar que un animal le provocara tales sentimientos. Aunque solo de pequeño había tenido mascotas, le gustaban y esperaba a que su situación se volviera más estable para adoptar algún perrito callejero, de esos que tan necesitados estaban de un hogar y de amor.
Con gran alegría recordó que estaba muy cerca de concretar sus mayores sueños y proyectos. A sus treinta y cinco años, Bastian Berardi tenía todo cuanto había soñado en su juventud.
Había nacido y se había criado en Ostuni, a orillas del mar Adriático –literalmente pues su casa daba al mar–, en el marco de una familia de clase media. Había tenido una infancia feliz y una excelente relación con sus hermanos mayores, Daniela y Leandro. Entre sí, los hermanos se llevaban más o menos un año de diferencia, siendo Daniela la del medio. Terminada la escuela secundaria, Bastian había asistido a la universidad y se había recibido de Contador Público. Diplomado y de regreso en Ostuni, había llevado la contabilidad de un supermercado local.
Y porque no siempre todo son rosas, por ese entonces habían llegado períodos tristes a los que los Berardi tuvieron que hacer frente: El primer golpe al corazón, Bastian lo había sufrido a los veintisiete años, con la muerte de su madre. Y a los treinta y uno, la vida le daba el segundo impacto al arrebatarle a su padre.
Con el cambio de década, había empezado a soñar con un futuro mejor y a proyectar la idea de cambiar de aire. Roma se le presentó como un destino posible. Tenía treinta y dos años cuando renunció a su puesto de trabajo, hizo las maletas y dejó Ostuni sin mirar atrás.
De eso hacía poco más de tres años.
Roma no le había hecho la vida fácil, pero sí le había brindado buenas oportunidades a las que les había sacado el máximo provecho, y a fuerza de esmero y perseverancia, con los años había progresado. A su llegada había alquilado una pieza en una pensión más que humilde, pues sus ahorros no le habían permitido aspirar a mejores locaciones: los alquileres en Roma eran astronómicos. Con el primer trabajo estable, en una empresa modesta pero de buena ubicación, había podido alquilar un apartamento y así había ganado la privacidad tan ansiada. Desde entonces no compartía baño ni cocina con otros inquilinos, tampoco escuchaba gritos o discusiones ajenas.
Tiempo después había cambiado de trabajo a la oficina contable de una empresa constructora de renombre y con él había llegado la oportunidad de ganar experiencia y prestigio. También había sumado a su columna de ganancias un nuevo grupo de amigos y compañeros de trabajo con quienes había entablado una excelente relación.
El amor merecía un párrafo aparte, y para Bastian había llegado de la mano de Nancy, una de las arquitectas de la empresa constructora. Nancy era todo cuanto podía desear: tan hermosa como inteligente y sexy, una combinación que le resultaba irresistible, y eso sin sumarle el par de piernas kilométricas que ella sabía lucir tan bien. Se habían comprometido hacía unos días y planeaban mudarse juntos; seguramente a mediados del próximo año. Habían tomado la decisión ante la propuesta laboral que Bastian había recibido un mes atrás y que, según la reunión que acababa de tener en uno de los últimos pisos del lujoso rascacielos, se concretaría para los primeros días de enero, tal como habían acordado en la reunión anterior. No faltaba nada, por lo que la euforia y la felicidad estaban más que justificadas.
Al llegar a la planta baja, se abrieron las puertas del elevador y, tras darle paso a la señora del perfume sofisticado con su perrito lanudo, Bastian salió apresuradamente hacia la entrada. Daba pasos largos para no salir corriendo, que era lo que en realidad quería hacer. Una vez en la acera, el encuentro con Nancy fue inminente.
El día anterior, Nancy y Bastian habían acordado encontrarse allí, a la salida de la sede principal de Colosseo Hotels, la cadena hotelera más importante de Italia. Con una sonrisa de oreja a oreja, él la tomó por la cintura para levantarla en el aire y hacerla girar. Nancy reía a carcajadas sin perder la delicada sensualidad que la caracterizaba. Bastian estaba loco por ella y nunca se preocupaba en ocultarlo. La dejó en el suelo, le tomó el rostro entre las manos y la besó en la boca... por fin. Eso es lo que había ansiado hacer desde que había dejado la oficina personal del dueño de esa importante cadena hotelera para la cual comenzaría a trabajar a partir de enero; en días nada más.
–¿Ya está? ¿Firmaste el contrato? –quiso saber la joven en cuanto Bastian liberó su boca.
–Todavía no, pero es un hecho –respondió con una ancha sonrisa que le marcaba hoyuelos en las mejillas y le iluminaba los ojos de felicidad–. El objetivo de la reunión de hoy era más social que laboral, dado que las condiciones del contrato ya las habíamos hablado con el área de recursos humanos en la primera reunión.
–¿Entonces el ofrecimiento del puesto sigue en pie? –quiso corroborar ella. Esperaba que así fuese, puesto que Bastian ya había hecho modificaciones en su vida de acuerdo a esta nueva perspectiva laboral.
–¡Por supuesto! Después de Año Nuevo firmaremos el contrato y seré oficialmente el contador de Colosseo Hotels. ¿Puedes creerlo, Nancy?
–¡Claro que puedo creerlo, cariño, si te has esforzado mucho por esto! ¡Nadie más que tú se merece este logro! –exclamó y lo recompensó con un beso de labios rojos que dejó caer en su mejilla–. Y hablando de eso, ¡tenemos que festejarlo! Y sé de buena fuente que los chicos nos esperan en VinAllegro.
–¿Ah, sí? ¿Y tú cómo sabes que nos esperan? –preguntó, risueño.
–Cariño, me extraña esa pregunta –sonrió y añadió con una caída de ojos–: Sabes que yo me entero de todo.
–Mmm, y si te enteras de todo, entonces sabrás qué es lo que yo preferiría hacer para festejar –mencionó con sutil intención y con un seductor guiño de ojos que a Nancy la hizo suspirar. Con el brazo alrededor de la estrecha cintura la atrajo hacia su cuerpo y le acercó la boca al oído para susurrarle con voz grave–: Ahora mismo, en el único lugar en el que quisiera estar, es dentro de ti.
–¡Las cosas que dices, cariño! –apoyó la palma sobre el pecho masculino y lo apartó un poco, lo justo como para que él viera su sonrisa y su aleteo de pestañas, que combinados con su arma secreta, humedecerse los labios con la lengua, con Bastian resultaba letal. Sabía cómo enloquecerlo. Sabía cómo llevarlo hasta el límite del deseo y así obtener todo cuanto ella misma deseaba–. Yo también quisiera festejar así, amor, pero no podemos fallarles a los chicos. Estaban muy ilusionados de celebrar contigo. Por cierto... –estiró el brazo para mirar la hora en su fino reloj–, será mejor que tomemos un taxi, de lo contrario nos perderemos el happy hour.
–¿No tengo opción de evadir este compromiso, entonces? –preguntó él de todos modos aunque sabía que la respuesta sería un no rotundo. Y la verdad sea dicha, tampoco era que le molestara ir a tomar un trago con sus amigos.
De la mano avanzaban hacia la parada de taxis, Nancy iba un paso más adelante, guiando la marcha. Volteó sin detener su andar y su cabello rubio flotó en el aire de manera sensual, o así le pareció a Bastian, que a cada segundo parecía más embobado con su novia.
–No, no puedes –y entre sonrisas le prometió–: Pero después lo compensaremos.