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Una multitud se había amontonado alrededor de Bastian, que yacía sobre la fría calle empedrada. Las luces amarillas hacían que su piel se viera macilenta y que la sangre que manchaba la calzada se tornara oscura, casi negra.

–¡Bastian! –gritaba Nancy de manera histérica.

Los demás miembros de “los siete” habían acudido al lugar de inmediato en cuanto escucharon el alboroto y los gritos de la joven. Al fin y al cabo, no habían alcanzado a alejarse más que unos pocos metros.

Por órdenes de Gianni, que había tomado el mando de la situación al tener breves conocimientos de primeros auxilios, Taddeo intentaba comunicarse con Emergencias para que enviaran una ambulancia. En tanto, Emilio con la ayuda de empleados de VinAllegro, habían hecho una especie de barrera con algunas sillas para detener el tráfico, pues Bastian había quedado tendido en medio de la calle. Claudia y Chiara habían apartado a Nancy y procuraban tranquilizarla. A decir verdad, ninguno de ellos podía mantenerse en calma ante tamaña situación.

Gianni revisó los signos vitales de su amigo: Bastian permanecía inconsciente, no respondía a su voz ni a ningún estímulo doloroso, como el pellizco que Gianni le propinó sobre el dorso de la mano. Aunque de manera débil, tenía pulso y aún respiraba. No quiso moverlo e impidió que otros lo hicieran a fin de prevenir ocasionarle una lesión mayor, sobre todo en la zona cervical y a nivel de la médula espinal. Por lo que murmuraban los testigos, la motocicleta lo había atropellado de costado. El golpe, que había sido fortísimo, lo desestabilizó impulsando su caída de espaldas y el subsiguiente impacto de la parte posterior de su cabeza contra los adoquines.

–¿Está muerto? ¿Por qué no se mueve si no está muerto? –clamó Nancy, presa de la desesperación–. ¿Por qué no viene la ambulancia?

–Tranquila, Nancy. Taddeo ya llamó a Emergencias; vendrán pronto y Bastian estará bien –la consoló Claudia, que no podía dejar de temblar.

–¡No se puede morir! ¡No se puede morir!

–Nadie se va a morir, Nancy –la reprendió Chiara, que estaba a poco de abofetearla para que se calmara de una vez.

Gianni se quitó el abrigo, que usó para cubrir a Bastian y así evitar que perdiera calor, algo común en las víctimas de accidentes, sin contar que de por sí, la noche invernal se sentía gélida. Volvió a controlar su pulso y su respiración, gracias a lo cual comprobó que no habían sufrido cambios. Sin embargo, la herida detrás de su oreja seguía sangrando profusamente.

–¡Necesito algún trapo limpio para contener la hemorragia! –gritó Gianni para hacerse oír. Con cuidado palpó que Bastian no tuviera otras heridas externas. Si las había, ninguna sangraba como la del cráneo. Aunque lo que notó durante su inspección fue una deformidad en el fémur de la pierna izquierda; probablemente fuera donde había recibido el impacto de la motocicleta. Pero no podía hacer nada al respecto. Enseguida alguien le alcanzó un trapo blanco. Estaba limpio y servía, tal vez se tratara de un paño de cocina de alguno de los restaurantes que abundaban en las inmediaciones; lo sostuvo sobre el corte.


Habían pasado al menos quince minutos cuando la estridente sirena de la ambulancia cortó el aire igual que un cuchillo afilado. Algunos instantes después ingresó a Piazza Giuditta Tavani Arquati desde Via della Lungaretta abriéndose paso entre el tráfico nocturno y los curiosos que se habían congregado más allá de la improvisada barrera de sillas y del límite que les habían impuesto los dos agentes de policía que, tras acercarse al lugar, habían ayudado a organizar la situación. Las luces, con su constante parpadeo, creaban un fascinante mosaico en movimiento en las paredes de los edificios circundantes y en el gris de la calzada. La atmósfera se tornó extraña, inexplicable, con conversaciones y voces ininteligibles, con movimientos apresurados, pero que al mismo tiempo parecían discurrir en cámara lenta. Algunos incluso filmaban con sus teléfonos celulares.

Tras obligar a los curiosos a dejar paso al personal de salud, los paramédicos pudieron realizar su trabajo: constataron por sí mismos los signos vitales del herido, posibles hemorragias, heridas o lesiones. Tras inmovilizar su cuello con un collarín, le colocaron un respirador y, con maniobras apropiadas para resguardar su columna, lo subieron a una camilla rígida con la cual lo trasladaron hasta la ambulancia. Allí dentro los profesionales pudieron brindarle los primeros cuidados in situ mientras el vehículo se dirigía a gran velocidad hacia el hospital Sandro Pertini.

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