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Lunes, 17 de abril de 2017

A casi cuatro meses del accidente, la recuperación de Bastian iba según lo esperado, lo que llevaba a que él se sintiera con mayor ánimo para afrontar todo lo que le esperaba todavía.

Dos veces por semana asistía a terapia con la licenciada Ciampo; esto lo ayudaba a lidiar con sus emociones. Para reeducar y recuperar la movilidad y el control de sus piernas, seguía con tratamiento kinésico, para lo que asistía de lunes a viernes al Centro de Rehabilitación. Allí le hacían masajes y tratamientos para reducir la inflamación y el dolor, que a veces se tornaba insoportable. También ejecutaba ejercicios que favorecían a su circulación, y otros que fortalecían y flexibilizaban su musculatura.

Durante ese tiempo, Bastian había hecho grandes avances y, aunque todavía usaba la silla de ruedas para desplazarse, esperaba pronto poder empezar a trabajar en las barras paralelas los ejercicios que le permitirían ponerse de pie.

Y tan bien se sentía de ánimo, que supo que había llegado el momento de volver a trabajar.

–Me gustaría abrir el estudio contable –les hizo saber a sus hermanos mientras cenaban.

–¿Ya? ¿Estás seguro? –interrogó Leandro. Como quería dejar en claro cuál era su postura para que Bastian no se sintiera presionado, añadió–: Mira que no hay ningún apuro para que vuelvas al trabajo.

–Estoy completamente seguro, Lean –Bastian había reflexionado mucho en ello. Esperaba que tener otras obligaciones lo ayudara a no sentirse un completo inútil, puesto que todavía solían azotarlo ciertos pensamientos de negatividad. Además, estaba seguro de que el trabajo le mantendría la mente ocupada y así no pensaría solo en su condición física.

–¡Claro, Basty, si crees que ya es el momento, entonces lo hacemos! –exclamó Daniela con entusiasmo.

–Desde luego. Nosotros apoyaremos todas tus decisiones. Si te hace bien, entonces se hace –secundó Leandro. Después añadió–: La infraestructura ya está lista...

Leandro señaló con la mano hacia más allá de la puerta de la cocina, abarcando de manera imaginaria el sector de la casa destinado para el estudio contable. Como habían tenido prevista la posibilidad de la apertura desde febrero, con tiempo habían ido realizando las adaptaciones necesarias con las pautas que les había indicado la terapista ocupacional.

Así, entre los tres –Bastian había contribuido en la medida de sus posibilidades– habían acondicionado el saloncito recibidor y una modesta habitación que pronto habían transformado en un estudio para nada despreciable. Con decoración minimalista: un escritorio, dos sillas destinadas a los clientes, un archivador y una biblioteca de dos cuerpos –todas al alcance del contable– tenían para empezar. En el recibidor, Daniela había puesto dos silloncitos muy coquetos a modo de sala de espera y un escritorio que le serviría para cumplir con las funciones de secretaria.

Otra de las resoluciones que Daniela había tomado a conciencia había sido la de renunciar a su puesto de secretaria en la clínica para desempeñarse como secretaria del estudio contable.

–Ahora faltan los clientes –bromeó Bastian esbozando una mueca de terror.

–¡Por eso no te preocupes! Déjame a mí, que soy tu secretaria y, podríamos agregar, encargada del área de marketing y publicidad –Daniela guiñó un ojo y los tres soltaron una carcajada–. Verás que en menos de lo que esperas tendrás clientes a montones.

–¿Y qué tienes en mente, hermanita? –quiso saber Bastian. Leandro, con el codo apoyado en la mesa y descansando la barbilla en la mano, sonreía en espera de la respuesta.

–Primero el boca en boca, por supuesto –hizo un gesto de despreocupación–. Ya vengo trabajando en esto hace unos días, y mis conocidos son clientes asegurados. Además, pondremos en marcha una campaña publicitaria que abarque varios canales: redes sociales, que también las tengo bastante avanzadas –aclaró, dado que ya las había generado días atrás–, radios locales, tarjetería personal y distribución de folletos en comercios e instituciones de concurrencia masiva –siguió enumerando–. Esto en un principio. ¿Qué les parece?

–¡Una genialidad, cómo todas las ideas que salen de esa cabecita tuya, hermanita! –aplaudió Bastian.

–Me parece que contigo como publicista, Basty va a tener una horda de clientes golpeando la puerta. Prepárate, hermanito porque ya no hay vuelta atrás –advirtió Lean.


Semanas después de esa conversación, los Berardi podían decir que Leandro no se había equivocado en su premonición, o al menos no tanto: Bastian no tenía una horda de clientes, más bien se trataba de una cantidad modesta, aunque todo auguraba que irían en aumento. Dos días después de esa charla habían empezado a llegar esos primeros clientes. Lola, la profesora de yoga de Daniela, fue la primera. A ella, con el correr de los días, se le fueron sumando más. La clientela del estudio contable de Bastian Berardi estaba compuesta, en su mayoría, por pequeños comercios y por profesionales de la región, y ellos mismos colaboraban en la difusión al recomendar sus servicios.

Bastian tampoco se había equivocado. Al tener la cabeza ocupada en su profesión, que era algo que lo apasionaba, había empezado a tener un mayor control no solo sobre sus piernas, también sobre sus emociones. Y si bien el camino que tenía por delante no era fácil, ahora era capaz de mirarlo con una nueva luz de esperanza.

A veces se preguntaba si era feliz. Desde su llegada a Ostuni había experimentado algunos instantes de regocijo. No obstante, con una mano en el corazón, sabía que todavía no podía responder que sí. Necesitaba mucho más para decir que era feliz, como por ejemplo, sentirse pleno, y aún no se sentía así. A pesar de ello, a poco más de cuatro meses de haber sufrido el accidente, al menos podía afirmar que la tristeza había retrocedido un poco. Por lo pronto, le parecía que ese panorama no estaba nada mal, dadas sus circunstancias.

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